LA HABANA, Cuba.- Bajo el estridente título de “Cuba condena el sabotaje terrorista contra el sistema eléctrico de Venezuela”, el monopolio de prensa castrista divulgó el pasado lunes, 11 de marzo, una declaración oficial del “gobierno revolucionario” donde acusa directamente al gobierno estadounidense de desatar “una guerra no convencional” contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Huelga decir que en los 20 farragosos párrafos que componen dicha declaración, si bien abundan los recuentos basados en la mitología oficial de los últimos 60 años de historia de Cuba, así como los epítetos descalificadores contra no pocas figuras de la política estadounidense de antaño y de la actualidad, no se aporta ni una sola prueba o evidencia de que la colosal falla eléctrica que se produjo en Venezuela desde el pasado jueves 7 de marzo, cuyos efectos se prolongan hasta el momento en que escribo estas líneas, sea el resultado de un “sabotaje terrorista”.
Y no podrían aportar prueba alguna, porque hasta donde han asegurado varios ingenieros eléctricos de amplia experiencia —incluyendo algunos que conocen perfectamente la instalación “saboteada” y el sistema que produce la energía eléctrica para el 85% de toda la nación venezolana— no existe la menor posibilidad de hackear el sistema eléctrico venezolano debido a que éste no es digital, sino analógico; y por otra parte, el daño que provocó la interrupción del servicio se produjo dentro de una zona fuertemente protegida por el ejército y fuerzas especiales de seguridad del chavismo.
Esto significa que ningún agente externo podría haber sido el causante del desastre y que el gobierno cubano no tiene ningún fundamento para calificar de sabotaje terrorista un acontecimiento que, según el propio Nicolás Maduro y otros gallos vocingleros de su corral, aún se encuentra bajo investigación, pese a que ya tienen algunos “culpables” detenidos y, con toda seguridad, en los días venideros no faltarán “confesiones” y los dedos acusatorios apuntando contra los villanos de siempre.
Ahora bien, la susodicha declaración del gobierno cubano no tendría nada de notorio si no fuera por su escandalosa torpeza y por el temor y la preocupación que transpiran sus líneas. El texto es confuso, turbio y obviamente mendaz. Es obvio que ningún pregonero o druida del Palacio de la Revolución heredó aquel retorcido talento de Castro I, el cual justo es reconocer que en sus años de gloria fue maestro entre maestros en el cuestionable arte de mentir convincentemente sobre cualquier hecho y manipular a las multitudes a su antojo.
A esto habría que agregar que corren ahora otros tiempos y otros ánimos populares. Muchos cubanos de hoy se cuestionan el doble rasero del discurso oficial que se transparenta en la Declaración. ¿Cómo se justifica que las autoridades de la Isla acusen al gobierno estadounidense de “mentir” en el caso de los ataques sónicos a funcionarios de ese país en La Habana porque “no presentan pruebas de ello”, pero a su vez se permitan denunciar un “sabotaje terrorista” encabezado por el gobierno estadounidense contra Venezuela, sin aportar pruebas que así lo demuestren? ¿Cómo explicar la amnesia selectiva de la cúpula castrista y sus voceros, capaces de enumerar multitud de ejemplos históricos del injerencismo yanqui en el mundo y acusar a Estados Unidos de entrometerse en los asuntos internos de Venezuela, a la vez que olvidan convenientemente las también numerosas intromisiones militares de Cuba en conflictos armados de Latinoamérica y África, así como la injerencia cubana en el Chile de Allende o en la Venezuela de Chávez y Maduro, por solo citar ejemplos bien conocidos y documentados?
Pero, regresando al texto oficial, salta a la vista que los actuales escribas de la “continuidad” de signo castrocanel son demasiado fríos, carecen de convicción, son lerdos, olvidan que cada vez son más los cubanos que tienen algún acceso a otras fuentes de información y a las redes sociales y, como si todo esto fuera poco, escriben muy mal, tal como lo demuestra este mamotreto indigerible —dizque “declaración”— donde se mezclan caóticamente acontecimientos y personajes de distintas épocas y de los más diversos puntos de la geografía mundial, y donde en iracundo revoltijo lo mismo se ataca a Juan Guaidó que se enaltece la “solidaridad” de Cuba con Venezuela, se enumeran las bases militares estadounidenses en la región, se niega la participación de Cuba en las operaciones de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y en los servicios de Seguridad (lo que, paradójicamente, parece reafirmarla) y —como es inevitable— se aportan cifras incotrastables sobre los logros de los servicios médicos de la Isla en Venezuela a la vez que inflan las de las víctimas de la malvada injerencia estadounidense en todo el planeta.
Obviamente, los señores de la cúpula desprecian la inteligencia de los cubanos. Diríase que escriben para aquella masa amorfa e hipnotizada, aislada del mundo, desinformada, agradecida y crédula, que décadas atrás aplaudía convencida y feliz al falso Mesías, no para el pueblo que somos hoy: desencantado, descreído, cínico, irreverente y profundamente frustrado. No entienden los señores de la casta del Poder el efecto corrosivo de 60 años de engaños que nos hace mirar con desconfianza y sorna —cuando no con calculada indiferencia— todo lo que viene de las alturas.
De manera que, leyendo al revés, ahora se ha confirmado desde el enorme monopolio de prensa castrista que los días de Maduro en el Palacio de Miraflores pudieran estar contados. Si algo nos han enseñado estas seis décadas de oscurantismo informativo es que cuando los pitos y címbalos de la Plaza de la Revolución sustituyen las consignas triunfalistas y las bravatas por advertencias y acusaciones es porque ya están dando por perdida la batalla. Más que denuncia, la declaración del gobierno cubano sabe a despedida de duelo. Pronto o más tarde Maduro caerá, y con él la dictadura cubana perderá su principal sostén energético y quién sabe cuáles y cuántos otros ingresos. Nada, que la mala suerte de Díaz Canel ya pasa de ser una simple racha… Y todavía falta más.