LA HABANA, Cuba. – En Ciego de Ávila inventaron el “bici-agro”, anunció hace algunos días la prensa local y el Noticiero Nacional de Televisión lo replicó a pesar de lo ridículo de la noticia.
En esencia el “gran invento” no es otra cosa que un vulgar triciclo para comercializar viandas por las calles, una carretilla con pedales tan “sofisticada” como puede serlo Palmiche, ese estrambótico “robot” inventado en la CUJAE y por el cual se inundaron de memes las redes sociales, pues no era otra cosa que una tosca mesa caliente con ruedas.
Si hay algo de “atractivo” —por no decir “alarmante”— tanto en la noticia sobre el “bici-agro” como en la del “termo con ruedas” no son los objetos en sí sino la noticia como tal, pues artefactos similares es posible hallarlos en cualquier lugar del universo, sin que el mejor editor de medios encuentre sustancia noticiosa en ello, mucho menos en un contexto global donde se habla ya de misiones a Marte, de nanorobots inyectables para combatir el cáncer y de conexiones de 5 y hasta 6 G.
Lo que llama la atención es que no hay un ápice de ironía en la nota de prensa y que en realidad se intenta pasar algo rotundamente patético como una prueba de la “creatividad” del cubano en “momentos difíciles”, incluso como un “logro de la Revolución y el socialismo”, de lo cual un lector medianamente suspicaz pudiera deducir que es tan gigantesco el desastre nacional que ya se le vuelve demasiado difícil al Departamento Ideológico del Partido Comunista —que “orienta” el trabajo de la prensa oficialista— encontrar otras “noticias alentadoras” que alimenten su habitual triunfalismo.
Ha sido por estos meses cuando más esperpentos noticiosos han aflorado en la prensa financiada por el régimen. Precisamente cuando la crisis toca fondo y la amenaza de un estallido social aumenta con el calor de agosto, los estómagos vacíos y los desequilibrios psicológicos provocados por el encierro.
Y no es que el coronavirus les haya achicharrado el “coco” a unos cuantos “comunicadores” de por acá sino que son “continuidad” de aquella vieja guardia de reporteros que, en medio de la crisis de la Embajada del Perú y el éxodo del Mariel “prefirieron” hacer titulares de primera plana sobre la vaca Ubre Blanca. A finales de esa misma década, cuando la Unión Soviética se venía abajo, aparecía la oficialista Arleen Rodríguez Derivet —en aquel entonces reportera de televisión en Guantánamo— haciéndose “famosa” por descubrir un “perro que hablaba”.
Lo ridículo pesa y puede más que la noticia. Es una fórmula manipuladora que pocas veces falla y en la prensa oficialista es una práctica cotidiana. Tomando los ejemplos anteriores, pensemos en que hoy, dentro de Cuba, cualquiera que viviese aquellos años 80 y 90 desde la distancia y experiencia de lo leído, visto y escuchado en la prensa del régimen y no por otros medios, sabe más sobre Ubre Blanca y el “perro que habla” que sobre lo que aconteció realmente en la Embajada del Perú o sobre las verdaderas causas que llevaron a la caída del Muro de Berlín.
Incluso los fusilamientos de generales con que abrió la década más crítica para la economía cubana quedaron sepultados por los vítores y fuegos artificiales de unos antojadizos Juegos Panamericanos que se chuparon las pocas reservas de divisas que quedaron de la Era Soviética. Sin embargo, una mayoría acudió en masa a comprar “tocopanes” (el tocororo elegido como mascota), los periódicos conformaron durante semanas la primera plana con el tema del ascenso de Cuba en el medallero deportivo, mientras que de los márgenes de la plana segunda del Granma desapareció el reporte diario sobre la zafra azucarera, y en su lugar se comenzó a imprimir la tabla de distribución normada del “perrito sin tripa”, el “picadillo de soya” y la botella de kerosene para enfrentar los apagones.
No existían las redes sociales, salir del país era casi imposible, la prensa independiente era apenas un embrión que se debatía entre ser abortado o parido de manera forzosa. Así, el cubano “de a pie”, alejado del epicentro de los acontecimientos más candentes, percibió las épocas y los contextos solo a través del tamiz ideologizante de la prensa oficialista. Su rutina transcurrió entre la vaca cubana que daba más leche que cualquier “vaca imperialista” y el primer cubano en el cosmos.
Mientras, a solo unos pasos de la avenida por donde transitaba a diario la caravana de autos de lujo que conducía a Fidel Castro desde su residencia familiar al Palacio de la Revolución, una multitud hacinada en una embajada le demostraba al mundo que el socialismo era un infierno.
Pero, como seres de otro planeta, los ingenuos miraban a los cielos intentando distinguir la nave espacial rusa entre las estrellas, se entretenían en enseñar a hablar al perro con la esperanza de aparecer en la televisión, o soñaban con alcanzar algún día los privilegios de una vaca lechera, al menos eso, que ya era pedir demasiado.
Sin dudas que esos cubanos podrán hablarnos del éxodo masivo, de las “marchas del pueblo combatiente”, del “Período Especial” que sobrevino a la extinción de la URSS, pero esas cosas probablemente se les hayan ido difuminando en la memoria, como algo residual sin importancia, sin esa fuerza que, en contraste, sí posee la imagen poderosa de lo ridículo, de lo absurdo. La idea grosera de un animal “bendecido por el Comandante en Jefe” y que, en consecuencia, vivía como le era inalcanzable a cualquier cubano, aunque fingiera ser más mudo, dócil y productivo que Ubre Blanca.
Por allá por las lomas de Villa Clara, en un caserío de gente muy pobre existió, o existe aún, un museo cuya principal atracción era una mula disecada que, se dice, perteneció a Ernesto Guevara durante la guerrilla. Con el fin de preservarla para la “Historia”, la guardaron en una urna con aire acondicionado, lo cual constituía un verdadero lujo en aquel pueblo rural apenas electrificado para las cuestiones básicas del hogar.
Dicen quienes han visitado el lugar, que los habitantes de la localidad, sobre todo los niños, acuden en los días de intenso calor para pegar sus cuerpos al cristal y de esa forma refrescarse un poco. No les importa para nada la bestia en exhibición ni su antiguo dueño, solo el frío que los alivia de modo pasajero, fugaz, y que les resulta imposible tener en casa.
En una situación como la que se vive hoy en Cuba, en que las calles son como una olla al fuego vivo, herméticamente cerrada y con muy pocas válvulas de escape, los reportajes en la prensa oficialista sobre el “bici-agro”, la carretilla “robotizada” de la CUJAE y otros “súper cacharros”, en apariencia tan enajenados y en esencia tan ridículos, pudieran pretender ser como esa urna fría a la que se arrima el sofocado y que calma los ánimos con la distracción. Pero corren otros tiempos y la gente, mucho más suspicaz, enseguida se percata de que el entusiasmo por un “bici-agro” no es más que una locura. Tanto como venerar a una mula muerta refrigerada.
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