LA HABANA, Cuba. — En la pared de una charcutería de precios exorbitantes en la calle Estrada Palma, en Santos Suárez, hay una enorme foto del general Raúl Castro que parece observar con ironía a los clientes.
Recientemente, el dueño de una paladar en La Habana, aficionado al arte, especialmente a la pintura, compró en 12 500 pesos, para colocar en su establecimiento, un original de Nuez (René de la Nuez) de comienzos de la década de 1960 que es puro vintage castrista: un barbudo desafiante, enarbolando un fusil, tocado con un sombrero de yarey con estrella solitaria, junto a una palma real, erguido sobre la Isla.
En los muros de un agromercado en La Palma, en el municipio de Arroyo Naranjo, están pintados con rasgos toscos, que parecieran de un pintor naive, los rostros de Fidel Castro y Che Guevara.
En el portal de una casa que renta habitaciones a extranjeros —un hostal, como últimamente los llaman, a la usanza española— en la calle 23, en El Vedado, además de carteras de artesanía y souvenirs, venden ejemplares de literatura castrista tales como Pasajes de la guerra revolucionaria y el Diario del Che en Bolivia, La Historia me absolverá, Fidel y la religión, de Frei Betto, y Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet.
Si no son oficiales retirados de las FAR o el MININT u otros paniaguados del régimen, es difícil concebir tan entusiasta simpatía por el castrismo en los dueños de estos establecimientos privados, con mentalidad de emprendedores, adinerados, y que sin lo son más es por los altos impuestos, las frecuentes multas y las muchas y absurdas trabas al desenvolvimiento de sus negocios que les imponen.
La razón de tales muestras de devoción son muy bien explicadas por Vaclav Havel en su libro El poder de los sin poder cuando se refiere a los carteles progubernamentales que colocaban en sus establecimientos los tenderos y verduleros de Praga en la época comunista. Para que no se metieran con ellos y los dejaran prosperar en sus negocios, enviaban una señal de fidelidad al régimen.
Eso mismo hacen muchos propietarios de negocios privados en Cuba: hacer un guiño a las autoridades para avisar que son leales al régimen, que se puede contar con su acatamiento.
En los días señalados del calendario castrista (primero de enero, primero de mayo y 26 de julio), engalanan sus locales con banderas y cartelones con consignas oficialistas. Y si es preciso, asisten disciplinadamente a cuanta marcha o desfile los convoquen.
No obstante, en privado, cuando están entre familiares y personas de toda su confianza, se quejan continuamente de lo que llaman despectivamente “esto” y “esta gente”. Y puede que algunos, recelosos de lo que les pueda deparar el futuro en su país, estén haciendo planes para largarse adonde sea, pero preferentemente a Miami.
No hay que asombrarse: la simulación, el fingimiento, hablar y actuar de un modo totalmente distinto a cómo se piensa, la doble moral, se ha hecho un ejercicio cotidiano de supervivencia para los cubanos en estos 63 años de castrismo. Y especialmente, para los que tienen algo que perder y no quieren arriesgarlo.
Son bastante ingenuos estos gestos hipócritas de ciertos empresarios, que se creen inmunes, cual si estuvieran protegidos por talismanes oficialistas. Los mandamases comunistas, con sus prejuicios y resabios contra la propiedad privada y los cuentapropistas (como prefieren llamar a los negociantes particulares) que aceptaron a regañadientes, porque no les quedó otro remedio en su atolladero económico, pero siempre trabándolos, ninguneándolos y poniéndolos en desventaja frente a la empresa estatal, no dudarán en arremeter contra ellos cuando lo estimen conveniente. Se la han pasado haciéndolo, una y otra vez, sin contemplaciones, desde 1959.
Me pregunto si ahora que -en una medida que supuestamente es para combatir la inflación pero lo que hará es incrementarla- han aumentado con un 10% los precios de las ventas agrícolas, el propietario del agromercado de La Palma, viendo de nuevo afectado su bolsillo, no sentirá deseos de tapar a brochazos los rostros en su muro de Fidel y Che Guevara.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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