LA HABANA, Cuba.- Hace algunos años era casi un lugar común que los cubanos aseguráramos a voz en cuello, y en medio de enormes vicisitudes, que “Dios aprieta pero no ahoga”. Y era así que conseguíamos provocar un poquito a la esperanza, obligándonos a creer que las cosas podrían mejorar o que al menos conseguiríamos sobrevivir. En esos años difíciles los cubanos buscamos consuelo a cuenta propia, incluso en esos instantes en los que nos creímos abandonados a nuestra propia suerte, echados al abandono y con las ilusiones muertas.
Mintiéndonos, los cubanos conseguimos la sobrevida o creímos haberla conseguido, pero luego llegarían tiempos peores que nos dejaron sin resuello, alejándonos de cualquier esperanza. Y tanto es el tiempo que llevamos viviendo de desgracia en desgracia, de orfandad en orfandad, que cada vez son más los que hacen reclamos a Dios, y hasta le preguntan el por qué de su abandono. Son algunos los que todavía quedan esperando una respuesta, que no llega, a esa pregunta que ya cumplió sesenta años, y que algunos pesimistas suponen eterna.
Y no dudo que, dadas las circunstancias que vivimos, estemos visibilizando un final posible y, por supuesto, el principio de un futuro promisorio que viene detrás de este presente atroz, este presente que nos carcome desde abajo y nos amenaza desde arriba. Y es que desde ese arriba nos llega desde hace unos meses, con la fuerza del “dictado de un dictador”, un bicho chino, mientras que allá abajo miramos también algunos anuncios del infierno, en el cuerpo de un caracol, que aunque pequeño lo llaman gigante, y africano, y atroz, y despiadado. Un caracol que también odia, y enferma.
Los cubanos solemos, ¿solíamos?, decir que lo último que se pierde son las esperanzas, aun sabiendo que solo de esperanzas no vive el hombre, aun reconociendo que para sobrevivir necesitamos algo más que consuelos, que necesitamos realidades concretas; sin embargo, vemos cómo el bicho chino se dispone a atacar desde arriba, mientras el gobierno se relaja cada vez más tratando de salvarse de otros males. Y tratando de salvarse de tantos males descuida lo que sucede abajo y arriba. Y ahí, en esa realidad más visible y terrenal, se entrevé la multiplicación del caracol gigante africano.
Resulta que desde hace mucho, en Cuba las desgracias se agolpan y hasta parecen decirse una a la otra: “¡Quítate tú pa’ ponerme yo!” En Cuba las desgracias “son tantas que se atropellan”, pero siempre aparece la contingencia para hacer contingentes de médicos que hacen viajes pa’ ganar dineros que engrosan las arcas de ese gobierno que los crea, y luego arma, también en medio de contingencias, a contingentes de hombres a los que da el nombre de Blas Roca o cualquier otro, y que le sirven de represores, que golpean y que, en menor medida, construyen, cuando no es preciso que golpeen, que apaleen y que repriman a quienes no quieren “construir” lo que ellos aseguran que construyen.
Y así sucede todo; un día se decide hacer el cerco al Caracol Gigante Africano para exterminarlo, hasta que se hace visible la amenaza del mosquito Aedes aegyptis, y entonces se pospone el cerco y la batida del caracol, pero ese otro enfrentamiento podría durar lo que dura un merengue en la puerta de un colegio, y mucho más si es que aparece un bicho chino como ese COVID-19; entonces nos harán creer que le están “tirando con todo”, hasta que ese todo se agota, y la economía enferma y hay que hospitalizarla, y se adopta entonces otra estrategia más “prudente”, como decir que hubo solo un contagio por COVID en La Habana, y luego ninguno, y luego…, luego el caos, el miedo, la enfermedad enseñoreada…
Y así es que sigue pululando el caracol por todo el territorio nacional, y crece también el número de larvas que luego se convertirán en mosquitos adultos, que pican y provocan dengue, y Chikungunya, y Zika, y entonces se olvida el Sida, y su prevención, hasta que desaparezca el bicho chino, hasta que el turismo crezca y crezca, y los muchachos y muchachas escapen de las escuelas para conseguir turistas que pueden ser portadores de algunas desgracias, pero dejan algún dinero que convertirán pronto en moneda nacional, para que la otra, la dura, vaya al mismo sitio, a las arcas del gobierno, al bolsillo de unos pocos.
Y todo seguirá creciendo, en desgracias claro, y seguirán las muy largas colas en los Bancos para cambiar la moneda cierta, para dejarla en manos del estado que descuida al caracol, para que el estado pueda apropiárselas fácilmente, y sin esfuerzos, y entonces seguirá el Zika, y el Sida, y el Chikungunya, y el dengue, y las colas, y el robo de los euros y los dólares que el “enemigo” manda. Y la policía se hará más visible, más despiadada a la hora de reprimir, pero también se preguntará, después de dejar libre al opositor, al periodista independiente, dónde podrá conseguir un poco de dinero extra para su sobrevida, y la de su familia.
Y el policía cubano se preguntará también con alguna frecuencia, en qué sitio se podría procurar un poco de libertad, para no ser tan “carnero”, tan abominablemente cobarde, y quizás hasta se responde, y supone que “allá afuera”, lejos de la Isla, pero mientras tanto seguirá padeciendo el horror que también le toca, ese horror que reconoce y calla, por cobarde. Y ese represor de “poca monta”, ese de “a pie”, el que ejecuta órdenes, puede chocar también con el virus chino, con el caracol africano, con el Zika, con todas esas cosas raras que nos llegan, que se asientan para siempre.
Y yo…, pues yo sigo escribiendo, y a veces subo a la azotea creyendo que me aíslo, que me protejo, y miro hacia abajo, hacia el sitio de todos o al menos el de la mayoría de los cubanos. Miro ese abajo que nos contiene a casi todos, a la represión, a la miseria, que resguarda a toda esa caterva de bichos, y desde esa “altura” miro en lontananza y observo a esa “plaza de no sé qué”, y le pregunto al Martí que está allá un montón de cosas, y también miro esos edificios que resguardan al poder, esos desde donde todo se decide, pero no le pregunto por la COVID ni por el caracol gigante y africano, ni por nuestras muchísimas desgracias y represiones, porque ya sé lo que me van a responder desde ese sitio, y entonces abandono la azotea, bajo…, y escribo estas líneas.
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