MÉXICO.- El 30 de diciembre de 2020, unos 300 cubanos intentaron acceder al Paso, Texas, desde Ciudad Juárez en México. Nadie sabe exactamente el origen del rumor, pero todos los que fueron esa madrugada habían escuchado que por cuatro horas las puertas de Estados Unidos estarían abiertas para cualquier ciudadano de la isla que quisiera solicitar asilo político.
La frontera, no obstante, estaba cerrada cuando llegaron allí. Nunca abrió. Y los migrantes tuvieron que regresar.
Diana llegó a Ciudad Juárez un día después de la toma infructífera. No conoce mucho de lo que pasó ese día. Salvo los videos que hay en las redes y medios de prensa o lo que le han contado otros cubanos. De haber llegado el 29 y no el primero, como ocurrió, ella hubiese intentado pasar sin dudarlo.
Desde que salió de Costa Rica, a finales de julio del año pasado, su destino (al menos el anhelado) es Estados Unidos. La oportunidad de que abrieran fronteras, aunque solo fuera sustentada por un rumor, no la desaprovecharía.
La toma de poder de la nueva administración norteamericana y la posibilidad de una política más indulgente hacia los migrantes han crispado los ánimos de quienes buscan acariciar el sueño americano a unos pasos de Texas. Los cubanos y demás migrantes en Juárez viven esperando un milagro que se presenta con el nombre de Biden. Ellos dicen que para devolverle el favor le darán su voto. En sus mentes parece un trato justo: residencia en Estados Unidos por futuros votos para el Partido Demócrata.
“Con Biden están todas las expectativas. Trump tenía que haberse ido desde hace rato. Desde que llegó el nuevo está ayudando a los migrantes con lo del MPP. Se ve que tiene muchas cosas buenas”. Responde eufórica Diana en un audio de WhatsApp cuando le pregunto cuáles son sus expectativas
Luego a un ritmo veloz, que mutila los finales de las palabras y las adhiere al inicio de las otras, termina diciendo: “Ese hombre es lo máximo. Lo máximo. Si ese hombre nos deja pasar puede contar con la presidencia 2 años más”. Se detiene el mensaje y rectifica: “4 años porque todos vamos a votar por él”.
Las medidas que la mantienen esperanzada fueron anunciadas por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos el primer día de la Administración de Joe Biden. El programa Protocolos de Protección al Migrante (MPP), conocido como ‘Remain in Mexico’, que obliga a los solicitantes de refugio esperar su trámite en territorio mexicano, quedaba suspendido.
Ella es una de las que esperan del otro lado de la frontera, con su MPP, que le permitan comenzar una vida en Estados Unidos.
Sin embargo, en 2019 cuando tomó un avión en La Habana ese destino que hoy busca era inimaginable para ella. Y mucho menos lo era vivir en México. Había escuchado demasiadas historias de violencia y crímenes cómo para atreverse.
“A mí y a mi esposo en Costa Rica nos iba bien hasta marzo cuando perdimos el empleo. Yo trabajaba en un bar que administraba. Allí era Soyla. Soy la que limpio. Soy la que cobro. Soy la que abre. Soy la que atiende el cliente, el baño.
“Nadie sabe los trabajos que se pasan cuando uno emigra. La gente dice: ‘se van para el yuma’, pero desconocen lo que yo tenía que trabajar. Salía de mi casa en un Uber a las 7 a.m. y llegaba 11 de la noche. Eso sí, íbamos prosperando porque lo importante es no estar en Cuba. Luego llegó la pandemia y cerraron el bar”.
Ahí comenzó la travesía de ambos por Centro América, con coyote y un pago de 1 200 USD por cada uno mediante, arribaron a Tapachula, la frontera sur mexicana, donde permanecieron cinco meses.
“Mi marido se puso a trabajar limpiando calles y con eso pagamos la renta y la comida. Era muy poco, pero subsistimos. A mí los trapos no me interesan. Lo importante es techo y comida. Tener donde dormir y llenar la panza”.
Allí, Diana dice que se respiraba un clima hostil hacia los migrantes. Tapachula es la entrada de Centro América a México, una ciudad que se llena cada día de desconocidos, quienes pasan unos días y luego se van. Hasta que nuevamente llegan más extraños. Es un ciclo migratorio infinito que parte de los locales rechazan. Y si además, esos extraños son negros, como lo es Diana, la discriminación se dispara.
En el año 2017 una encuesta realizada a nivel nacional por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación mostró que el 39% de los encuestados “No le rentaría un cuarto de su vivienda a una persona nacida en el extranjero”.
Juárez, una ciudad siempre al límite
Juárez es una ciudad desértica que vive al límite del espacio mexicano, del clima y hasta de la propia vida. Es difícil estar allí en verano cuando las temperaturas pueden superar los 40 grados. Es extremo estar allí en invierno porque en las noches descienden bajo cero. Tiene una población flotante que entra, buscando el norte o mejores oportunidades de trabajo en las maquilas; y que luego también sale por la inseguridad o porque dejaron el país. Todo el tiempo se llena de extraños, pero no crecen los pobladores.
“Aquí ni los mexicanos quieren vivir. No hay nada bonito”, sintetiza Diana para describir su entorno.
Cada vez que sopla el viento, la calle donde vive se cubre de polvo. Es una tierra fina que se pega a los autos, a los zapatos, a la piel y te entra por la nariz.
Desde el portal de la casa que renta en la ciudad se ven algunas viviendas de un solo piso y tonos grises o pasteles, un puesto ambulante de tacos, una gasolinera y un árbol de unos pocos metros que creció retando la aridez. Las cortas escaleras que elevan las casas del nivel de la acera están forradas con neumáticos desarmados. Ella supone que sea para recoger el polvo que anda por todas partes.
Diana es una mujer cubana de 31 años que estudió Contabilidad y Finanzas y trabajaba para un par de empresas estatales. Con ese salario y lo que cobraba por llevarle los libros a algunos negocios privados sobrevivía en Cienfuegos hasta que se fue con su esposo a Costa Rica decidida a prosperar. La COVID-19 la trajo a México con la mira en Estados Unidos. Pero por ahora solo le resta aguardar en Juárez.
Hace casi 30 años, esta ciudad saltó a los ojos del mundo por los asesinatos en contra de cientos de mujeres. Los casos fueron conocidos como “las muertas de Juárez”. La prensa ha reportado desde entonces cuerpos violentados, desaparecidos, mutilados. Aún en 2020 el lugar se mantiene como el municipio mexicano donde más feminicidios se registran. Ella lo sabe y teme salir sola.
“Lo mío aquí es de paso. No me voy a quedar acá”. Repite en varios audios. Como si esa línea reiterada una y otra vez fungieran como una especie de fórceps que la sacaran de su realidad.
Se resiste a perder el optimismo, aunque los ahorros que traían ya casi acaban y no consiguen trabajo porque no son residentes. Confía en que, pese a todo, llegará a USA. Se le escucha siempre eufórica y optimista. Su argot es muy cubano, sus refranes, sus referencias. Su manía constante de cerrar las frases con un: ¿me entendiste?
No todos son optimistas en Juárez
Recolector de durazno en Chile. Cantante en Perú. Striper en Colombia. En Guatemala soldador y talabartero. Señor de compañía en fiestas de soltería (comercio sexual) en Tapachula. Y luego guardia de seguridad en Juárez
Con dos años transitando por América Latina, del Centro al Sur, del Sur al Norte, Ernesto Varona está dispuesto a trabajar en lo que sea para sobrevivir. Pero sobrevivir en México. No busca seguir más. Ya está cansado.
“El sueño de la mayoría de los cubanos es llegar a USA, pero yo prefiero parar. Conseguir mis papeles y establecerme. No quisiera seguir esperando un milagro, sin nada en las manos”
Ernesto y Diana no se conocen. Poco comparten, salvo que ambos llegaron a Juárez el mismo día, 1 de enero de 2021. Ambos salieron de Cuba sin la vista puesta en Estados Unidos como meta. Ambos intentan conseguir trabajo en Juárez.
Sin embargo, a diferencia de ella, él no confía en que vayan a abrir fronteras. No ve a Biden como su salvador
“En Cuba tuve problemas con la policía como cualquier cuentapropista, pero qué documento voy a tener yo después de un trayecto tan largo. A mí me han robado todo. Dormí a la intemperie, pasé ríos, selvas. Yo no conservo prueba alguna que me garantice un asilo”.
A estas alturas no le queda mucha ilusión, solo la idea de aferrarse a no volver a Cuba derrotado y sin nada.
El 7 de enero de 2019 Ernesto, camagüeyano de 31 años, salió de Cuba con un boleto hacia Guyana y 400 USD en el bolsillo. El plan inicial era llegar a Chile. Había escuchado que había trabajo y se lanzó sin saber mucho más o conocer a alguien. Su trayecto en los últimos 24 meses lo podríamos mapear así:
Trayecto 1 (7 de enero al 8 de febrero de 2019)
Cuba- Guyana- Brasil- Perú- Chile
Allí trabajó algunas semanas en la cordillera de Los Andes, cultivando la tierra junto a otros cubanos hasta que sus compañeros decidieron partir rumbo a Estados Unidos y pedir asilo en la frontera. Ernesto por temor a quedarse solo y no tener cómo costear el lugar donde vivían se une a otros ocho y parte nuevamente. Ahora hacia el norte.
Trayecto 2 (3 de marzo de 2019- septiembre de 2020)
Chile- Perú- Ecuador- Colombia- Panamá- Costa Rica, Nicaragua, Honduras- Guatemala- México.
“Yo vivía de lo que encontraba en los basureros. De ahí comía. Salvo en Costa Rica que la iglesia nos daba alimentos. El poco dinero que guardaba era para pagar el transporte y avanzar. La noche la pasaba en la calle, durmiendo a la intemperie con el frío”.
En Guatemala se quedó casi un año porque ya no tenía cómo costear el viaje. Sus compañeros sí continuaron avanzando. Sabe que algunos fueron deportados a Cuba. Otros se asentaron en México y solo uno logró llegar a Estados Unidos.
“Cuando uno va en la travesía los que tienen dinero siguen más rápido. Quienes no, nos quedamos atrás. Nadie espera a nadie o comparte lo que tiene. Cada quien busca su supervivencia”.
Al cierre de noviembre de 2020, 3 954 cubanos recibieron tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias (TVRH). Los cubanos solo fueron antecedidos por haitianos, hondureños y venezolanos, según registros publicados por el boletín de estadísticas migratorias.
También en este período 1 184 ciudadanos de la isla, 31 de ellos menores de edad, se presentaron ante las autoridades migratorias aztecas. A pesar de que durante el 2020 fue más complejo salir del país por la pandemia y el cierre de fronteras, la migración parece indetenible. Salvo abril, cuando solo se presentaron 14 nacionales, el resto de los meses las cifras fueron estables.
La aguda crisis económica que vive el país ha empujado a sus ciudadanos a vender cuanto poseen y escapar de la Isla. Otros, que se habían establecido en Centro América o en el Sur, perdieron sus empleos por la COVID-19 y volvieron a migrar. Todos llegan a México.
Ernesto pisó Tapachula en septiembre de 2020. Entró antes que la tensión en la ciudad se disparara. La constancia que da Comar (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados) como refugiado la obtuvo sin grandes contratiempos.
Apenas unos meses después la situación allí se ha vuelto más tensa. Hay reportes de cubanos peleando con otros migrantes por ser atendidos primero en las oficinas. La desesperación y el caos aumentan. Pero él ya está en Juárez. Su deseo es que le den trabajo y de una vez parar de migrar.
La espera
Diana me manda algunas fotos por el chat de cómo transcurren sus días.
No hay mucha diferencia entre hoy y ayer. Ni probablemente la habrá entre hoy y mañana. Evita salir por miedo a la violencia. Calculan milimétricamente cada gasto. En las noches habla un rato por WhatsApp con su mamá y su hija de 10 años que esperan Cuba. Les dice que tengan fe y que se cuiden.
Cada mañana en cuanto se despierta busca en Youtube los videos de abogados cubanos que asesoran sobre estos temas. “Eso aquí es como ver el noticiero de las ocho.”
Hasta agosto de 2019 había un total de 4 636 cubanos en espera del proceso de asilo en tierras mexicanas. De ellos, solo 133 contaban con representación legal. Los videos de Youtube son su guía en estos temas.
En sus fotos siempre usa el mismo abrigo. Es azul oscuro, con botones al frente y un gorro de lana. Lo compró llegando a México, en Tapachula, y es el único que ha podido pagar.
En Costa Rica dejó su ropa, los muebles y equipos electrodomésticos que había comprado, y un par de bicicletas.
Le duele el haber trabajado más de 12 horas por un año y hoy no tener nada. Sus pertenencias las guarda en una mochila: dos mudas de ropa, unos zapatos, un par de sandalias, crema, colonia, desodorante y cepillo de dientes. “Pero no importa. El dinero viene y va”, escribe en el chat. Su plan por ahora es esperar el milagro de Biden.
“Ya yo me tiré en la frontera. Me hicieron el miedo creíble y no me lo creyeron. Dije que no tenía trabajo, que me discriminaban, que aquí no podía vivir. La verdad. La respuesta fue virarme con el MPP a esperar de este lado.
“Estamos aguardando por las leyes del nuevo presidente que está haciendo muy bien las cosas. Él puede ayudar a todos los que estamos aquí, que somos una pila, burujón, puñado”.
Diana y su esposo viven con otras siete personas en una casa de dos dormitorios. Se han rentado en la colonia Emiliano Zapata, a unas 15 cuadras de la frontera. Dice que eligieron esa casa para cuando abra ir para allí. “Tengo que luchar por mis bienes y mis beneficios. Cuando se forme voy para arriba del lío”.
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