LA HABANA, Cuba.- En Cuba, luego de cada desastre natural que nos afecta año tras año, los dirigentes no cesan de cacarear el gastado estribillo de que “nadie quedará desamparado”. No obstante, esa muletilla no son más que palabras huecas. Cada año, al llegar las lluvias intensas, o al ocurrir un terremoto, o tras el paso de un tornado o un huracán de mediana o gran envergadura, decenas, si no cientos de cubanos pierden sus casas y pertenencias.
En ese caso están los hermanos María Miranda González, de 60 años, inválida, y Pedro Miranda González, de 55, ciego y retrasado mental, ambos del Kilómetro 7, Las Polleras, en el consejo Herradura, municipio Consolación del Sur, provincia Pinar del Río. Según refiere su sobrina, Kenia Soca Miranda, ellos vivían en San Andrés, municipio La Palma. Hace diez años perdieron su casa –ya en mal estado– a causa de un derrumbe total durante un ciclón. Su hermana y tutora legal, Martha Miranda González, logró que los ubicaran en una facilidad temporal que al pasar de los años se destruyó también (una facilidad temporal es una especie de vivienda rústica de madera, piso de cemento y techo de zinc que se construye con la finalidad de albergar provisionalmente a los damnificados).
Un vecino sensibilizado con su situación les hizo el favor de prestarles la casa por un año, pero de eso hace tres y ya necesita regresar a su hogar. María y Pedro están a punto de quedarse en la calle a menos que les den una vivienda o medios para fabricarla. Kenia lleva años sumida en enmarañados trámites para conseguirles un subsidio sin lograr que se lo aprueben. Afirma que el delegado del Poder Popular de Herradura, Héctor Granda, le negó la ayuda alegando que no había recursos “ni para un temporal”. Posteriormente acudió al primer secretario del Partido Comunista (PCC), Julio Acosta González. Este funcionario desestimó su petición arguyendo que no había presupuesto para hacerles una vivienda ni casa para entregarles.
Asimismo los han desamparado otros funcionarios de instituciones públicas y organizaciones político-administrativas de Cuba como Vivienda, Seguridad Social, etcétera. Tras el fallecimiento este año de su hermana Martha, María y Pedro no tienen cuidadores. Tampoco reciben asistencia social de ninguna clase. Durante más de tres años no los han visitado ni trabajadores sociales ni médicos de familia. Viven en condiciones insalubres, con sendas chequeras que, según su sobrina, apenas les alcanzan para comprar sus medicamentos (suman 475 pesos entre los dos). Hasta el momento no tienen agua potable, pues la conexión les queda muy lejos de la casa y no pueden pagar pipas (camiones cisterna), que es el método al que acude el resto de los vecinos, pues el precio por llenar cada tanque es de 80 pesos.
En Cuba existen innumerables casos como este. La cantidad que llega a la prensa no es más que la punta del iceberg. En su mayoría quedan en la oscuridad, ignorados por dirigentes de todos los niveles, cuando parte de sus obligaciones debería ser salir a buscarlos y asegurarse de que no quede nadie sin recibir ayuda. Así pues, a su habitual modo cínico y macabro, nuestros dirigentes tienen razón: esos y otros cientos de ciudadanos que hoy viven una realidad similar a la de Pedro y María, esos cubanos que se encuentran en situaciones vulnerables, no “quedarán” desamparados. Siempre lo han estado.
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