LAS TUNAS, Cuba.- “El 13 de mayo de este año en Caracas, fueron apedreados y escupidos por muchedumbres frenéticas el vicepresidente de los Estados Unidos y su esposa”, dice un reportaje.
Pudiera creerse que, efectivamente, el vicepresidente Mike Pence y su esposa de visita en Caracas en mayo pasado “fueron apedreados y escupidos por muchedumbres frenéticas”, pertenecientes a los colectivos de Nicolás Maduro.
Pero no fueron Mike Pence y su esposa los agredidos en Caracas, sino Pat y su marido, el entonces vicepresidente Richard Nixon.
Ocurrió el 13 de mayo de 1958, y a partir del acto hostil contra los Nixon, en Tribulaciones del Tío Sam en Hispanoamérica, publicado en Selecciones del Reader`s Digest en octubre de ese año, Michael Scully repetidamente se pregunta “¿Por qué?”.
Reseño el artículo de Scully a propósito de la declaración oficial del Departamento de Estado, haciendo inelegible para ingresar en territorio estadounidense al general Raúl Castro y sus descendientes; “excluibles”, como los convictos de crímenes salidos por el puerto de Mariel a Estados Unidos.
“Como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro supervisa un sistema que detiene arbitrariamente a miles de cubanos y actualmente retiene a más de 100 presos políticos. Como jefe de las Fuerzas Armadas de Cuba, Castro es responsable de las acciones de Cuba para apuntalar el régimen de Maduro en Venezuela a través de la violencia, la intimidación y la represión”, expresa la declaración del Departamento de Estado.
Vamos a ver: destacamentos guerrilleros partieron de Cuba rumbo a República Dominicana, Haití, Panamá, Venezuela, Argentina, Bolivia…
Luego, ya no serían guerrilleros, sino soldados y oficiales del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), cuyo ministro era el entonces comandante Raúl Castro, haciendo de instructores de destacamentos guerrilleros.
En diciembre de 1964, un agregado militar en África dijo a New York Times: “No nos preocupa que reciban morteros y bazucas, ellos no saben usarlas; pero si recibieran guerrilleros veteranos de afuera, la guerra puede cambiar de la noche a la mañana”.
Y recibieron cubanos veteranos; además de entrenar a los africanos, ellos mismos emplearon artellería reactiva y ametralladoras antiaéreas cuádruples, emplazándolas cuales armas de infantería. Sucedió en Angola, en noviembre de 1975.
Mucho antes, y refiriendo operaciones exitosas y no derrotas como las del Che en el Congo y Bolivia, en septiembre de 1969 un comando de la guerrilla brasileña MR-8 secuestró a Charles Burke Elbrick, embajador estadounidense en Brasil, y poco después, el día 30 de ese mismo mes y año, victoriosamente los revolucionarios brasileros canjeados por el embajador americano fueron recibidos en La Habana.
Los guerrilleros sandinistas Carlos Fonseca Amador, Plutarco Hernández, Roque Martín y Humberto Ortega Saavedra, este último con dos heridas de bala en el pecho, llegaron a La Habana el 26 de agosto de 1970, también canjeados, en este caso por cuatro directivos de la empresa estadounidense Unit Fruit Company.
El regreso de los guerrilleros latinoamericanos a Cuba era lógico; en el caso de los sandinistas, aquí tuvieron su base de entrenamiento desde 1960; incluso, formando un pelotón mercenario para combatir a los cubanos opuestos al comunismo.
“Pasé varios meses en el Escambray; estaba allí cuando la contrarrevolución asesinó al maestro voluntario Conrado Benítez (5 de enero de 1961). Yo dirigía un pelotón de nicaragüenses”, dijo en una entrevista publicada en la revista Cuba, en 1989, Tomás Borge, entonces ministro del Interior de Nicaragua.
Quizás algún jerarca sandinista represor de su pueblo formó parte del pelotón nicaragüense a las órdenes de Borge y aprendió tácticas represivas reprimiendo campesinos en el Escambray.
Entre el 7 y el 9 de septiembre de 1963, más de tres mil personas de unas 500 familias fueron sacadas de sus hogares en las montañas del Escambray y recluidas en los llamados pueblos cautivos.
Son poquísimos ejemplos que ahora el Departamento de Estado ve como “las acciones de Cuba para apuntalar el régimen de Maduro en Venezuela”, muy anteriores al 8 de mayo de 1967, cuando militares cubanos junto a comunistas venezolanos desembarcaron por Machurucuto procurando establecer un régimen marxista en Venezuela, que luego Fidel Castro consiguió con Hugo Chávez sin disparar un tiro.
Pero volvamos a las Tribulaciones del Tío Sam en Hispanoamérica, y a la reiterada pregunta de Scully: “¿Por qué?” “¿Por qué aumenta el antinorteamericanismo en la América del Sur? ¿Por qué se necesita una explosión (social) como la de Caracas para obligar a los norteamericanos a preguntarse por qué?”
En la Segunda Guerra Mundial la victoria aliada no hubiera sido posible sin los minerales, las materias primas industriales y medicinales de Hispanoamérica; imposible habría sido conseguir la victoria sin las bases latinoamericanas que permitieron el salto a África. Tampoco Hispanoamérica hubiera podido subsistir sin las importaciones y exportaciones hechas en convoyes protegidos por la armada de Estados Unidos. Pero concluida la guerra, “los países latinos se quejan de que Norteamérica los ha olvidado”, dice Scully.
“Esta opinión está basada en cifras. Las naciones latinas han recibido sólo el 2.7 por ciento de los 62 mil millones de dólares invertidos por los Estados Unidos en ayuda exterior desde mediados de 1945”, dice Scully, afirmando: “Desde 1946 las inversiones privadas norteamericanas en Latinoamérica ascendieron de 300 a 8500 millones de dólares”.
“Perfectamente, pero ese dinero ha ido casi por completo a la producción de petróleo, la minería y la industria. Es cierto, ha aumentado el número de empleos y ha ayudado a construir grandes ciudades, pero ha agravado nuestra situación general”, reseña Scully quejas generalizadas, especificando: “Lo que es absolutamente cierto.”
“Las grandes ciudades de Hispanoamérica son hoy, en su mayoría, populosas islas de descontento. Las películas, las deslumbrantes vidrieras de los comercios, y los anuncios prometedores, originan nuevos deseos en millones de personas, deseos que los políticos y los jefes obreros transforman en esperanzas.
Mas las esperanzas la frustran el alto costo de la vida, que se eleva más rápidamente que los salarios”, dice Scully, apuntando necesidades latinoamericanas del momento:
“La necesidad básica es de vías férreas, transportes fluviales, carreteras, sistemas de riego, instalaciones para la conservación de productos; pero el capital privado no proporciona tales cosas y se aparta de los negocios que dejan escaso margen de beneficios. En cuanto a las escuelas, los hospitales y las redes de conducción de aguas, están muy lejos de las actividades privadas.”
No escapó al ojo de Scully otra fuente de munición antiestadounidense, “la actitud innecesariamente amistosa de Washington hacia los dictadores latinoamericanos.”
“Las interminables y estériles discusiones de un parlamento constelado de partidos constituyen una tentación para que una pandilla militar se apodere de la presidencia y se llene los bolsillos.
“Desde 1945 han sido 27 los gobiernos que han sufrido estas perturbaciones políticas. Seis dictadores o presidentes derribados: Arbez, de Guatemala; Prío Socarrás, de Cuba; Magloire, de Haití; Perón, de Argentina; Rojas Pinilla, de Colombia y Pérez Jiménez de Venezuela.
“Con sus respectivas camarillas han huido llevándose consigo no menos de mil millones de dólares”, escribió Michael Scully en octubre de 1958.
Apareciendo el 31 de diciembre de ese mismo año, faltó a Scully retratar la madre de las tribulaciones del Tío Sam en Hispanoamérica: la huida del dictador Fulgencio Batista, dejando en Cuba las condiciones creadas para hacer de ella cuna del comunismo latinoamericano a cuenta del comunismo internacional.
Ni Cuba ni Venezuela son víctimas únicas. Raúl Castro y compañía tampoco son culpables únicos. Otros, en nombre de la democracia, plagaron de miserias a Hispanoamérica haciendo que los comunistas nos robaran la libertad.
Sánese la sociedad toda. El totalitarismo comunista no es el único enemigo de la libertad. Muchos otros enemigos hay, incluso, dentro de uno mismo. Quizás ese sea el peor de todos los adversarios.
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