VILLA CLARA.- Las cuantiosas precipitaciones de la tormenta subtropical Alberto, que inundaron la región central de Cuba a finales de mayo de este año, convirtieron una presa en una “playa”. No se trata de un fenómeno geográfico ni mucho menos geológico, sino más bien de una costumbre social, que ha trastocado la utilidad del área.
Ocurrió en Manicaragua, el municipio montañoso de Villa Clara, en medio del Escambray, donde una carretera quedó sumergida por las aguas de la presa Hanabanilla, convirtiéndose así en el sitio predilecto de los lugareños para refrescar del sofocante verano. Sin agua, no era más que un vial turístico de concreto, con agua, una “playa” improvisada, sin costa ni sal.
“Esta carretera – señala un habitante de las inmediaciones- es la entrada al hotel Hanabanilla. Como es una zona baja, la presa la tapó y los carros pequeños no pueden entrar, los más grandes sí. Los clientes del hotel entran por barco, ya sea del hotel o particular. Las personas que viven hacia el otro lado sí tienen que cruzar por las aguas para llegar o salir de sus casas”.
Alberto García, un joven barquero de esta comunidad rural, explica que meses atrás jugaba fútbol o pelota en un terreno abierto a un costado de la carretera. “Pero las aguas lo taparon – expone- y añade que el paso violento del embalse también arrasó un aromal, por donde ahora el agua corre cuesta abajo sin obstáculos.
Anteriormente, los huracanes Lily (1996) y Michelle (2001) provocaron una situación similar en estos confines, pero los pobladores de esta zona, nombrada Salto de la Hanabanilla, nunca antes habían visto a la presa aliviar tan generosamente, como mar tempestuoso. “El ciclón (Irma) subió la presa, pero no llegó a este nivel de ahora, pero cuando vino el cicloncito ese, Alberto, alivió mucho más y algunas casas quedaron incomunicadas”.
Antes de estos dos eventos meteorológicos, el embalse, uno de los principales del territorio, agonizaba de sed y el acueducto contaba las gotas para el abasto a la población, pues la cuenca exhibía niveles muy deprimidos. Actualmente, vierte miles de metros cúbicos del vital líquido por día, en un esfuerzo por desechar lo que ahora tanto le abunda.
“Una opción para pasar el verano”
Dayani Hurtado llegó a este vial bañado por las dulces aguas de la presa temprano en la mañana. Vive cerca, en el municipio de Manicaragua, pero quería aprovechar en su totalidad del cumpleaños de su hijo. Cargó de todo un poco para pasar el día en este pedazo de carretera devenida balneario.
Mientras fríe unas chicharritas de plátano sobre un sartén sin cabo en una improvisada fogata, comenta que este lugar se ha convertido en “una opción para pasar el verano. Hay personas que vienen y hacen caldosas y todo”, agrega. Además de chicharritas, Dayani trajo una botella de ron Havana Club para “brindar, porque estamos de celebración”.
Delvis Hurtado, como parte de la familia, sirve la bebida sin mucho protocolo en un vaso plástico, en medio del monte no hay espacio para tantas formalidades. “Esto es ‘riquera’ aquí”, afirma Delvis, mientras se adentra en la vía anegada por el embalse.
Las pertenencias de esta familia están abultadas sobre la tierra, a pocos pasos del agua. Algunas mochilas y ropas cuelgan de las ramas de unas plantas de aroma, que se han ido acomodando por la costumbre de usarlas como refugio del sol y la lluvia.
Cuenta Dayani que la afluencia de personas es mayor los fines de semana. “Entre semana vienen personas también, pero menos. Esto aquí se llena y parece una playa”, refiere.
Otros visitantes llegan desde Cumanayagua, el municipio de Cienfuegos más próximo al “Hanabanilla”. “Nos dijeron que la presa estaba llena y que se podía bañar aquí, que se pasaba bien. Vinimos con la familia, que fueron a encargar comida a los paladares cercanos. Aquí además se disfruta del paisaje. Es algo diferente”.
La tarde va cayendo y los más jóvenes alivian el calor dentro de la represa. Nadan, se tiran agua, escalan unos encima de otros para formar una torre humana y trepan los postes de electricidad sumergidos. Los utilizan como trampolines para precipitarse sobre el embalse, creyéndose clavadistas.
Los cables con corriente eléctrica cuelgan muy próximos a los bañistas, pero me aseguran no hay peligro. La presa luce imponente, repleta. Está al máximo de su capacidad. Parece un mar tibio y sereno, que pierde su natural sosiego en estas orillas repletas de vacacionistas.
El ir y venir de los pobladores es constante: a pie, a caballo o, incluso, en los vehículos de gran porte, que logran atravesar la inundación para transportar suministros al hotel Hanabanilla, ubicado a solo unos metros. La instalación, perteneciente a la cadena Islazul, ha quedado incomunicada por tierra. Aun así, sus habitaciones categoría dos estrellas, con un costo que ronda los 20 CUC por persona cada noche y 10 CUC por las pasadías, están repletas.
“No podemos ir al hotel –se lamentan Dayani y Delvis- es muy caro. Eso es para los turistas. Esto nos sale más barato. Aquí no hay que pagar nada, lo ponemos nosotros”. Las chicharritas de Dayani están listas y un joven sale en su búsqueda para retornar de inmediato a la presa. El caldero con los aperitivos va agotándose al pasar de mano en mano mientras flota sobre las aguas.
Al parecer, esta “playa” de apenas tres meses de vida, seguirá en medio de este lomerío por un tiempo más. Asegura Alberto que las aguas continuarán a este nivel, por lo menos, hasta febrero del año próximo, pues “cada vez que llueve, la presa sube un poquito más, aunque la Hidroeléctrica le saque a diario agua para generar corriente”.