LA HABANA, Cuba. – En la fila del mercado de la Plaza Carlos III, dos hombres conversaban sobre el estado actual de la situación cubana e internacional. Cada vez que criticaban a los Estados Unidos, subían la voz; moderando el volumen cuando alguna inevitable digresión los llevaba a reparar en lo jodido que está todo aquí en Cuba.
Con abundancia de adjetivos criticaban al presidente Donald Trump, repitiendo los mismos argumentos del noticiero de la televisión. Quienes aguardábamos pacientemente nuestro turno de pagar en caja, ya nos empezábamos a sentir algo desquiciados por aquel alud de estupideces, pues el tema de la política se ha vuelto muy cargante para quienes sortean los mismos problemas a diario, y siguen escuchando que el presidente estadounidense de turno es culpable de cada “coyuntura” atravesada por la Isla desde 1959.
Mientras los presentes hacían acopio de paciencia y cambiaban los productos congelados de una mano a la otra para evitar el entumecimiento, una señora se volvió hacia los charlatanes y les dijo: “Trump puede hacer en la frontera lo que quiera, pero que siga mandando el pollo pa’ acá”. Y a despecho de otros razonamientos agitó el paquete importado de cuartos de pollo, en cuya envoltura relucía a todo color la bandera americana.
Pensé en la triste paradoja de estar recibiendo de manos del “enemigo” el producto más buscado por las familias cubanas. Entre la pléyade de embutidos que usualmente colman las neveras, el desfile de banderitas americanas proponía un mensaje subliminal que dejaba muy claro de dónde procede el único alimento sano que se comercializa en los mercados de este país.
Aun así el Ministro de Economía insiste en que la producción nacional de pollo irá en aumento y el pueblo debe desprenderse de esa “mentalidad importadora”. Al parecer, los poderosos creen que los cubanos somos culpables por los miles de millones que hay que gastar en importaciones para comer de regular a mal, y que todo lo que se importa está al alcance del bolsillo nacional.
“Tanto que critican y se quejan (el gobierno) para al final tener que morir con los yanquis (…) Independientemente del bloqueo, este país no produce nada, y si ahora mismo a Trump le da por cortar la venta de pollo a Cuba, se va a ver clarito el hambre acumulado por culpa de este gobierno”, sentenció la señora, sin que ninguno de los dos sujetos se atreviera a replicar.
Los juicios en favor del sistema se debilitan más cada día porque la situación socioeconómica no mejora, y el acceso a la información ha minado la univocidad del gobierno acerca de todo lo que concierne a la Isla. El oficialismo, como es habitual, culpa al “bloqueo”; aunque desde enero de 2018 Estados Unidos ha autorizado exportaciones de alimentos y agricultura hacia la Isla por un valor total de 12 mil millones de dólares, llegando Cuba a convertirse el pasado mes de mayo en el segundo importador de pollo desde la nación norteña.
Para la mayoría de los cubanos, la justificación de siempre ya no funciona. Es cierto que Trump se ha convertido en la horma del zapato de un régimen que pretendía sacar provecho del “deshielo” para seguir consolidándose en el poder y exportar represión a toda Latinoamérica. Sin embargo, no es necesario ser un especialista para notar que hay poca diferencia -en cuanto a bienestar ciudadano- entre la escasez agravada de hoy y lo poco que había antes que el republicano asumiera el poder.
Nunca hemos estado bien, más allá de quien ocupe la Casa Blanca. Con la flexibilización de algunas medidas del embargo por parte de Obama, el turismo creció y el sector privado se benefició de ello. Los subsidios venezolanos, las jugosas sumas por prestación de servicios médicos y los miles de millones en remesas enviados por cubanos radicados en el extranjero, contribuyeron a maquillar el panorama financiero. Pero el retroceso de Donald Trump ha dejado nuevamente expuestos la insuficiencia de la producción nacional y el carácter parasitario de la economía.
Cualquier cubano con sentido común se está preguntando qué se hicieron esos miles de millones recaudados y que no fueron aprovechados en el desarrollo de la producción nacional de alimentos para aliviar la carestía, disminuir las importaciones y generar ingresos mediante el consumo interno. ¿Cuál ha sido la utilidad de tantos convenios para impulsar la agricultura, si una guayaba podrida cuesta 3 o 4 pesos en el agromercado? ¿Qué pasó con los miles de millones de dólares aportados por los médicos cubanos que ofrecían servicios fuera de Cuba, si en los hospitales persisten carencias de todo tipo y las farmacias están vacías? ¿Por qué no se aseguró una reserva suficiente de combustible, si Cuba se daba el lujo de vender en el mercado internacional parte del crudo que le enviaba Venezuela?
Un régimen que en vez de liberar sus fuerzas productivas y establecer políticas de transparencia hacia sus ciudadanos, prefiere corretear con su cartera de oportunidades detrás de potenciales inversionistas foráneos y seguir aceptando “regalos” millonarios para mantenerse a flote, no merece ninguna credibilidad. Ya no es tan sencillo culpar de todo al “bloqueo” cuando los cubanos pueden comprobar que el gobierno pone constantes trabas al desarrollo individual, elude la conformación de un marco legal que proteja eficazmente a los trabajadores privados y destina cuantiosos recursos a la manutención de sus cuerpos represivos.
Con o sin Donald Trump, la crisis cubana es severa, estructural, y por el momento, insoluble. En medio del hundimiento, no pocos cubanos se preguntan si Trump será para el socialismo antillano lo que fue Reagan para la antigua Unión Soviética.
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