LA HABANA, Cuba.- Quizás hay quien no recuerde ya, y con razón, aquel invento de hace unos pocos años, la “oposición leal”, que si, por una parte, merece con razón el olvido, por otra parte debe recordarse como ejemplo de una jugada siempre a mano en el tablero político, ahora engavetada, pero que puede reaparecer en cualquier momento y con cualquier disfraz. No es un fenómeno tan raro en la historia.
De eso nos habla en el artículo “La oposición cooperativista”, publicado recientemente en Espacio Laical, Jorge Domingo Cuadriello —narrador, investigador literario y editor de esa revista—, que nos describe uno de los avatares del colaboracionismo con un régimen dictatorial en nuestra historia, en este caso durante el gobierno de Gerardo Machado.
La teoría de la “oposición leal al castrismo” fue desarrollada por Roberto Veiga, Lenier González y Arturo López-Levy, entre otros, principalmente desde las páginas de esa propia revista editada por la iglesia católica cubana. Acompañamiento Crítico Consentido, se le llamó también. Algo tan confuso que parecía querer, sobre todo, sembrar la confusión.
Esa “oposición leal” se arrogó una representatividad que no poseía legítimamente y llegó a fantasear con la afirmación de que en Cuba una supuesta “inmensa mayoría” no deseaba el fin del socialismo, siempre en nombre de un borroso “nacionalismo revolucionario”, por “la necesidad de ser leales a un conjunto de actitudes que favorezcan la despolarización del campo político cubano”.
Enseguida se hizo evidente, no obstante, que resultaba en extremo difícil la existencia de una oposición leal en un país cuyo gobierno no guarda la menor lealtad a las reglas más elementales de un Estado de Derecho, donde se reconozca y se ampare tanto al que esté a favor como al que esté en contra de quienes ejercen el poder.
La oposición leal a Machado
En su artículo, Jorge Domingo nos recuerda la esperanza que se abrió ante la llegada al poder “de un nuevo mandatario con probado aval patriótico, y un gabinete integrado también por no pocos oficiales del Ejército Libertador”. Muchos que luego se convertirían en fervientes enemigos del General Presidente Gerardo Machado comenzaron ilusionados con él.
Pero pronto comenzó la represión de los adversarios políticos y el antiguo héroe reveló su egolatría, rodeándose de adulones que “empezaron a llamarlo El Egregio, El Salvador de la Patria y El Primer Obrero de la República”. Le llovieron títulos, además, como “Hijo Adoptivo de varias ciudades del país, Hijo Ilustre de Santa Clara, Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana y Maestro Masón Grado 33 del Rito Escocés”.
Wifredo Fernández Vega, nacido en Pinar del Río en 1882, en una familia del más intransigente españolismo, luego famoso periodista y senador, sería el gran artífice de la “oposición cooperativista” desde 1926, usando su maquinaria política y periodística para, a la manera de un descarado doctor Frankenstein, armar el diabólico muñeco.
Según Domingo Cuadriello, sus premisas eran que el Gobierno “está realizando una obra de mejoramiento nacional que todas las clases del país aplauden”, y por tanto “la única actitud posible” de la oposición “es la de contribuir a la más fácil ejecución de esos empeños”. Llamando al liberal Machado “Presidente íntegro”, “en vías de realizar una gran obra nacional”, hizo un llamado a los conservadores para que se solidarizaran con el gobierno.
Como es natural, pronto aparecieron los críticos de la nueva propuesta, señalando el oxímoron implícito en el propio nombre de “oposición cooperativista”, pues ¿cómo puede la oposición del gobierno cooperar con él si, al hacerlo, ya deja de ser oposición? “¿Cómo puede cooperar y oponerse al mismo tiempo? ¿Y en qué medida, en qué puntos, hasta qué límites?”
Mal fin y segundas partes
Grandes patriotas, intelectuales y dignos políticos, además de importantes organizaciones, se alzaron contra el apoyo de la “oposición cooperativista” a los intentos por institucionalizar la dictadura machadista, que llegó a la proposición de fundir los tres partidos de entonces —el Liberal, el Conservador y el Popular— en uno solo.
En definitiva, como sabemos, el régimen de aquel General Presidente cayó en 1933 y, como relata Jorge Domingo, “fueron cazados en las calles no pocos elementos de las fuerzas represivas, encarcelados otros y puestos en fuga altos personeros del régimen derrocado”. Como otras, la residencia de Wifredo Fernández fue asaltada, cuando ya él se encontraba escondido.
Sin embargo, tuvo que entregarse finalmente y estuvo durante meses pasando de una prisión a otra mientras se sucedían los gobiernos, en el trance postdictatorial, y la opinión pública se volvía cada vez más contra quien fuera considerado antes un Maestro y gran orador y periodista. Desesperado, el que fuera “leal contrincante” del tirano consiguió suicidarse en 1934.
El artículo señala cuán funesta resultó para la vida política cubana tal invención oportunista, “pues representó la renuncia a principios, la estimulación a la doblez, el trasiego de intereses espurios, la componenda frecuente entre politiqueros y la difuminación de la frontera natural que debe existir, en un clima de verdadero ambiente democrático, entre poder y oposición”
Como levantándose de la cloaca de la historia, nuestros recientes opositores leales han reverdecido la ignominia de un Wifredo Fernández, antes desde las páginas de Espacio Laical y ahora desde Cuba Posible, el reciente proyecto de Lenier González y Roberto Veiga. El propio Miguel Díaz-Canel los considera miembros de la “oposición leal”.
Claro, la jefatura del actual régimen no acepta cualquier “cooperativismo” y ya ha dejado bien claro que no piensa tolerar siquiera proyectos que han sido clasificados dentro de esa llamada “oposición leal”. Los mastines del gobierno, incluso, los han acusado nada menos que de querer subvertir el orden interno y de ser “plattistas al servicio del Gobierno norteamericano”.
¿Será que segundas partes nunca fueron buenas o que, como decía el papa Marx, hay personajes y hechos de la historia que aparecen primero como tragedia y después como farsa?