Temen que algunos afectados por el tornado, irritados, “le cobren la cuenta a la revolución”, y voten por el No en el referéndum
LA HABANA, Cuba. – Como no pude ver la televisión ni escuchar la radio porque en mi barrio no había luz desde el anochecer del 27 de enero y no la volvieron a poner hasta la tarde del 28, no tuve noticias del tornado que arrasó los municipios Diez de Octubre, Guanabacoa, San Miguel del Padrón y Regla, hasta el día siguiente, a las cinco de la mañana, cuando la guagua de la 174 en que viajaba se topó con las tejas de zinc que habían volado y yacían retorcidas en la calle, los árboles y postes caídos y los escombros que bloqueaban las calles Mayía Rodríguez y Santa Catalina.
Muy cerca de allí, en el Casino Deportivo, fue que inició el tornado su devastador recorrido de 14 kilómetros por el este de la capital.
Mis hijos y nietos viven cerca de la iglesia de Jesús del Monte, de cuyo campanario la varias veces centenaria cruz de hierro fue arrancada por el torbellino y aun no se sabe dónde fue a parar. Tres días después seguían sin luz y sin agua. La zona sigue aun en el caos. Las personas vagan como zombis por la calle, con el espanto que no se borra de sus rostros, en busca de agua y alimentos, en espera de la ayuda que no llega, no en la magnitud necesaria.
Me había propuesto no hablar del tornado, otros lo han hecho mejor. Me dolía demasiado para hablar de ello el estado en que quedaron las gentes y los lugares por donde discurrieron mi niñez y juventud. Y no quería asociar el drama a la política. A juzgar por los anuncios oficiales, confiaba en que el socorro a los damnificados no demoraría ni escatimaría costos. Pero no ha sido así.
Me duele el tornado, los muertos, los heridos, los daños que ocasionó, pero más me duele el desamparo de la gente debido a la lentitud, la desidia, con que las autoridades, pese a las seguridades dadas, están enfrentando la situación. O simulando que lo hacen, entre una reunión y otra.
Garantizan que pronto les venderán a los que se les derrumbaron las casas los materiales de construcción, a mitad de precio, para que las reparen. Eso, si no se roban antes los materiales en los puntos de distribución.
La comida se la están vendiendo a los damnificados. A precios asequibles, dicen. Con los míseros salarios que se pagan en Cuba, ¿Ocho y diez pesos por una cajita de cartón con un arroz amarillo y un huevo hervido, es un precio asequible?
Para colmo, la policía impide que llegue la ayuda de ropa y comida a través de iniciativas particulares que se vayan fuera del control estatal, como las de varios artistas y activistas de los derechos humanos. Estos últimos son los que más les preocupan. “Para que el enemigo no vaya a politizar el asunto”, dicen. Por eso mismo, temen la ayuda que quieren enviar a los damnificados los cubanos de Miami.
En vez de poner luz verde y dejar que fluya la ayuda, de quien sea y de donde venga, en vez de flexibilizar las regulaciones aduanales, de quitar el impuesto leonino al dólar, lo que hacen los mandamases, es ponerlo todo peor con su paranoia, en su afán de controlarlo todo, de hacer que todo pase por su canalita. Siguen en sus trece, con los discursos de siempre, pidiendo confianza en la revolución, exigiendo más sacrificios, apretando el puño, poniendo más policías en las calles.
Tienen miedo los mandamases —y no lo disimulan— a que surjan protestas, con tanto descontento (con razón) como hay.
Había que oír a Abel Prieto, en la Mesa Redonda, el 30 de enero, expresando su preocupación de que algunos afectados, irritados, “le cobren la cuenta a la revolución”, y voten por el No en el referéndum constitucional.
Aprobar la nueva Constitución es lo que más les preocupa. Bien podían aplazar la votación del referéndum para evitar que haya un alto abstencionismo en la capital. Lo hicieron cuando por el huracán Irma, aplazaron por casi dos meses la instalación de la Novena Legislatura y la designación del nuevo presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Pero es mucha la premura de ahora de los mandamases por la Constitución. Tanta, que uno de esos inefables ministros que luego de que se los orientara Díaz-Canel, tuitean sin parar, sin reparar en las faltas de ortografía y de redacción, dijo sin ambages que lo primero, antes que la recuperación del tornado, es el Sí por la Constitución. ¡Que vaya y diga eso en Luyanó o Regla! ¡Qué lástima que el tornado no pasó por su casa, que seguro está en Miramar, Atabey o Nuevo Vedado, a ver si pensaría así!
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