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¿Cuándo podremos dar gracias los cubanos?

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(havanatimes.org)

LA HABANA, Cuba.- En la mañana del jueves último encontré a una señora casi desfallecida en la cola del mercado de la Avenida 26 y Puentes Grandes; tanto me asustaron los sudores y la palidez de la mujer que no dude en reclamar una silla donde sentar a la anciana a una empleada, pero la mujer se apresuró en advertirme que no tenían y propuso que la llevara a descansar en la cafetería hasta que se le pasara el sofoco. La reacción de la “enferma” me resultó curiosa; me ofreció las gracias y las acompañó dedicándome una mirada de conmiseración, luego se apoyó por un rato en uno de mis hombros, y permaneció en la cola.

La mujer, a pesar de su desfallecimiento, siguió hablando aunque con voz muy queda, y sugirió que no pidiera peras al olmo, que no añorara lo imposible, y también me contó, pasando por alto la descortesía de aquella mujer, que llevaba dos días tratando de comprar pavo sin que lo encontrara, que le habían dicho que en Nuevo Vedado, un poco más allá del zoológico, habían “sacado” unos muslos enormes, y que cuando llegó ya se habían agotado. Ella quería poner en el horno un pavo entero, bien adobado y con relleno, para dorarlo bien, pero para conseguirlo “tendría que ir hasta 5ta y 42”, y ella no tenía fuerzas para hacer un viaje a Miramar.

Luisa, que así se llama la señora, mientras se recuperaba y nos acercábamos lentamente a la “caja cobradora”, me contó que su hijo vivía en Miami y le había mandado un dinerito para que celebrara el día de “Acción de gracias”. “Él se ocupa mucho de mí, y si celebra, también quiere que yo lo haga”, y entonces me contó todo lo que servirían en la mesa de su único vástago, quien reside en la Florida desde hace quince años y le “regaló” tres nietos, y que el más chico nació en Miami y ya tiene doce años.

Luisa se frustró después de comprobar lo mal abastecido que estaba el mercado, y quizá fue esa la causa de sus mareos, del abatimiento. Ella quería agradecer, como su hijo, comiendo pavo, pero de pavo no encontró ni picadillo; en las múltiples neveras solo había albóndigas de pollo y picadillo “de lo mismo”. “Así es difícil dar gracias”, aseguró cuando estábamos a punto de ponernos frente a la cajera para pagar, y entonces fui yo quien le sugirió que no pidiera peras al olmo.

Casi al despedirnos, y tras descubrir que vivíamos bien cerca, me dijo que cuando comiera su picadillo de pollo durante la “cena”, daría gracias por muchas cosas y que entre esas “cosas” a las que dedicaría su gratitud estaba yo, por mi empeño en acompañarla durante sus frustradas compras. Caminando luego hacia mí casa sentí pena por aquella anciana que se empeñaba en alejar la tristeza, la soledad, intentando repetir en su casa la cena que reuniría a su hijo y a sus nietos en Miami, suponiendo que de esa manera se acercaría a ellos.

Luisa no quería realmente celebrar, pero suponía que con la ceremonia de la cena haría desparecer la nostalgia que le provocaba la separación de los suyos. Cocinando el pavo, comiéndolo, anularía las distancias, conseguiría restaurar la unidad perdida tras el exilio de los suyos, incluso en su soledad. Rituales como esos se repiten a menudo en esta isla que obligó a tantos a escoger la emigración.

En Cuba se piensa cada día en Miami, “nuestra gente”, y hablo de los que aún habitan la isla, atiende más a la vida floridana que a nuestra cotidianeidad, y esa pulsión nos vuelve, de algún modo, irracionales, y hace que el deseo se convierta en sufrimiento, que nos aniquile y peor, que nos aleje de una realidad perturbadora. No dudo que el deseo puede ser bueno, revitalizador, que es una expresión de anhelos y esperanzas, pero muchas veces nos aleja más de eso que no tenemos y por lo que tanto suspiramos.

Anhelar una celebración como la “acción de gracia”, que significa comunión, afectos que se corresponden, es bueno, pero en nuestro caso, puede no serlo del todo, sobre todo si notamos que nos aleja de nuestra realidad porque ponemos los ojos en otra. ¿No sería mejor notar que no tenemos el pavo, ni el dinero para comprarlo? ¿No sería más prudente que los cubanos dediquemos ese día a reclamar nuestro derecho a comer, en cualquier fecha, un flan de calabaza, un pavo o un buen pedazo de vaca?

Repetir —debí escribir desear— a pie juntilla, nos aleja de lo que realmente nos importa, que no es otra cosa que Cuba y su verdadera liberación. Supongo que está bien que los cubanos que viven en los Estados Unidos agradezcan, pero acá debemos ocuparnos más de que las estanterías de los mercados se repleten de comida y que los precios sean justos. Sería bueno; pretender, instar, reclamar, demandar, exigir, salarios justos e incriminar los racionamientos, las limitaciones, las distribuciones desiguales y a quienes propician esos daños.

Los cubanos debemos procurarnos nuestra verdadera “acción de gracias”, y esa nos llegará, no el día en el que se le perdone la vida a un pavo, nuestra “acción de gracias” puede llegarnos cualquier día de la semana; un jueves, o cualquiera de los restantes, pero debe ser ese día en el que seamos absolutamente libres para elegir a un presidente que respete la vida de esos “pavos”, que hoy somos, pero sin exquisitos adobos ni rellenos. Nuestro día de Acción de Gracias no llegó aún, ¿entonces tenemos que fingirlo? ¿No sería mejor exigirlo, conquistarlo, para celebrar luego? Y eso se consigue pidiendo peras al olmo, aunque él se empeñe en darnos sámara.