LA HABANA, Cuba. – No había que ser adivino ni depender de una filtración para saber que, al abrir las fronteras y reiniciar las actividades del turismo los extranjeros serían arreados en rebaño hacia los cayos y, en el caso de Varadero, hacia el extremo de la península donde están las mejores playas, la mejor marina de la isla y las instalaciones hoteleras de mayor confort.
Así también ocurrirá en La Habana llegado el momento de la reapertura y, aun cuando la COVID-19 llegue a ser apenas un mal recuerdo, el trauma dejado por la pandemia hará “oportuno” —que no más fácil— reinstaurar la segregación entre nacionales y foráneos.
Así, además, fue previsto el juego desde los años 90. La estrategia económica de las inversiones extranjeras en turismo nació plagada de leyes y disposiciones discriminatorias. Solo la “coyuntura histórica” los obligó a aplazarlas y, cada vez que se dé la oportunidad, moverán las piezas al lugar original que tenían en el tablero. No por gusto se ha insistido tanto en llamar “nueva normalidad” a lo que ha de venir que, tratándose de Cuba, no es posible imaginarnos nada que nos beneficie a todos por igual.
Extranjero seguirá siendo “ciudadano de primera”, y cubano residente en la isla se reafirmará como “decorado de fondo”. Por su parte, los cubanos emigrados y “cubanos remesados”, también seguirán siendo lo que han sido siempre, un simple guión entre unos y otros, un signo ortográfico “auxiliar” que quitan y ponen según lo exija el “idioma que hablen”, es decir, las circunstancias económicas.
El de Cuba es un sistema sustentado en segregaciones que en cualquier lugar del planeta hoy son consideradas lesivas de la dignidad humana. Hay balnearios para “cuadros dirigentes” y campismos para “el pueblo”. Hay ocupaciones laborales para “integrados” e incluso atención médica especial para quienes posean una “conducta revolucionaria demostrada”.
Hay cárceles y cárceles. Hay leyes y leyes. Hay barrios y barrios. Hay monedas y monedas. Pero, sobre todo, una única fuerza política por encima de la Constitución.
Hay “palestinos” que son sacados a patadas de la capital y regresados a sus provincias por ilegales, así como universidades que se jactan advirtiendo que sus aulas y profesores son solo “para los revolucionarios”. Hay equipajes con sobrepeso decomisados en la aduana y valijas diplomáticas que de regreso no cargan documentos sino toneladas de productos de uso personal porque las “producciones nacionales” son escasas, más eso de “sustituir importaciones” solo afecta a la “gente de a pie”.
Si anterior a la pandemia nuestra “normalidad” ya era “especial” o “coyuntural”, no es difícil intuir que la “nueva normalidad” será la puesta en práctica de los resultados arrojados durante estos meses por los ensayos en que, bajo el pretexto de la sanidad, fuimos despojados de las poquísimas “libertades” que nos quedaban bajo un régimen ya de por sí controlador en exceso.
Hemos sido entrenados psicológicamente para aceptar cualquier atropello o prohibición. Bombardeados todo el tiempo con noticias apocalípticas que describen el peor de los infiernos allende los mares mientras “Cuba salva”.
El proceso comenzado mucho antes de la muerte de Fidel Castro, de hacer de los presupuestos ideológicos del Partido Comunista un verdadero culto nacional, similar al de una secta de fanáticos de la que solo es posible salirse muriendo o escapando al exilio, se ha acelerado.
El coronavirus llegó en el momento justo en que algunos necesitaban semejante pretexto para reprimir y vigilarnos más allá de los límites aceptados por la opinión pública, en el instante preciso en que ya la miseria derivaba en estallido social en los barrios marginales, y los “quédate en casa” como que evitaron un “toque de queda”. Recordemos los disturbios en Santiago de Cuba, las protestas en Regla cuando el tornado, la ocupación de edificios vacíos, los reclamos de agua potable en 10 de Octubre y Centro Habana, entre otros ejemplos.
Es cierto que el mundo en pleno pudiera estar arribando a nuevas formas de control social de esencia totalitaria pero en el caso de Cuba, siempre tan “peculiar” en tal aspecto, los pronósticos pintan muy mal.
Lo de regresar al límite de doce sillas en las paladares —incluso menos— por cuestión de “distanciamiento social”, o afectar la cantidad de equipaje permitido y las importaciones de quienes retornan al país pudieran estar entre las cosas menos preocupantes en tanto apenas afectarían a un pequeño porcentaje de cubanos.
En cambio, limitar nuestros movimientos dentro del propio territorio nacional y la actual maratón de recopilar el mayor volumen de datos personales mediante aplicaciones digitales creadas por el propio gobierno, bajo el pretexto de velar por la salud, sumado al constante monitoreo de nuestros perfiles en redes sociales —evidenciado en el uso del artículo 370 por parte del Ministerio de Comunicaciones para castigar las opiniones contrarias al régimen—, pudiera a muy corto plazo dejarles sobre la mesa un mapa exhaustivo de quiénes somos, qué hacemos, cómo pensamos, qué poseemos y, por tanto, cuáles son nuestros puntos de quiebre.
Pongo un solo ejemplo. Las compras “en línea” no cumplieron nuestras expectativas, más de uno ha quedado a la espera infinita de las compras o del reembolso, pero quienes gestionan la aplicación, casualmente desarrollada por las Fuerzas Armadas, hoy saben mucho más de nosotros y de nuestras necesidades, aunque el objetivo de tal conocimiento no sea satisfacer con eficacia sino controlar con operatividad.
Desde la autopesquisa sanitaria hasta el pasaporte, desde el “portero digital” que se asegura que no compres dos veces en la misma tienda hasta los servicios telefónicos y de datos administrados por una misma entidad estatal, que además te impone un contrato de fidelidad política, los datos, absolutamente todos, se procesan dentro del cuerpo de un mismo gigante con dos cabezas: la Universidad de Ciencias Informáticas y el Ministerio del Interior.
Estamos arribando a esta “normalidad nueva” como al peor de los escenarios futuristas descritos por el cine y la literatura. Pudiera parecer exagerado y hasta paranoico lo que digo pero quienes conocen o han conocido la dinámica de nuestra realidad, plena de comités de vigilancia, permisos de salida al exterior, avales, expedientes, verificaciones, entrevistas con los “compañeros que nos atienden”, “Tras la huella” y “En silencio ha tenido que ser”, sabrán que nunca se va demasiado lejos.
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