LA HABANA, Cuba. – No es menos cierto que el castrismo puso bastante empeño en la erradicación del analfabetismo desde que asumió las riendas del poder. La campaña para disminuir la cifra de iletrados comenzó en los albores de 1961 con cerca de 270 000 alfabetizadores. De acuerdo a los partes noticiosos de la época, a finales de ese mismo año, 707 000 cubanos habían aprendido a leer y a escribir. Apenas quedaron personas sin instrucción en todo el territorio nacional, algo digno de celebrar si no fuera porque el esfuerzo resultó ser el preámbulo de un sostenido e infortunado adoctrinamiento asumido como política educacional en todas las categorías escolares.
Con el tiempo apenas quedaron evidencias de aquel éxito, convertido en una de las cartas de presentación del nuevo gobierno. En un lapso relativamente corto, habían podido reducir la tasa de personas de muy bajo, o nulo, nivel de ilustración. En este ámbito, Cuba se ponía a la cabeza de los países latinoamericanos.
A tenor de la experiencia adquirida y la cuidadosa observación, durante décadas, de lo que sucede en las aulas y los vecindarios de La Habana y de algunas ciudades del interior, me decido a proclamar, sin ninguna duda, que vivimos en una sociedad plagada de analfabetos funcionales, personas incultas, groseras y violentas. Para colmo de males, debo agregar que se trata de una porción significativa de la población, lo cual indica un serio problema sociológico muy difícil de revertir y que podría complicar la estructuración de un modelo democrático, en el futuro.
Ni el hecho de poseer un diploma de estudios superiores garantiza que esa persona cumpla con estándares mínimos de civilidad ni que sepa escribir y hablar como corresponde. Las faltas de ortografía y la pobreza del discurso en las relaciones interpersonales es un fenómeno con rango de epidemia.
La excepcionalidad de actitudes basadas en la honestidad, el respeto y la compasión, por solo citar algunas, explica por qué la convivencia en Cuba es cada vez más compleja y peligrosa.
¿Cuál es el valor real de las estadísticas que muestran las altas cifras de escolaridad, sobre todo de los cientos de graduados universitarios que culminan sus estudios, año tras año?
El andamiaje propagandístico que circula periódicamente en los medios nacionales y que también tiene ecos en la prensa internacional, además del aval concedido por la UNESCO, no es creíble frente a una cadena de incidencias que manifiestan los matices de una crisis sistémica, cuya continuidad ha sido determinada por el poder central.
El socialismo criollo, ahora con una nueva Constitución, va a continuar sumando años a su larga permanencia. Así que la educación continuará bajo la esquemática ideología marxista-leninista y el pensamiento de Fidel, recogido en varios volúmenes.
Esa combinación de pobreza endémica, decadencia de los servicios básicos, educación incluida, y ausencia de mejores oportunidades sociales y laborales, sienta las pautas para que la delincuencia se haya arraigado en cada palmo de la Isla.
Duele admitirlo, pero la cifra de cuatreros, crece de manera desproporcionada. No solo me refiero al ladrón que arranca las piezas colgadas en una tendedera cuando los dueños duermen ni al que se apropia de algún producto en su centro de trabajo para venderlo en el mercado negro, sino a los que son capaces de lesionar o matar a cualquiera con tal de despojarlo de sus pertenencias.
Por cierto, un joven cubano fue citado recientemente, por un diario español, entre los diez principales delincuentes de la ciudad de Barcelona.
Su especialidad es el robo con violencia e intimidación.
En Cuba, aprendieron a leer y a escribir, y a procurarse el sustento mediante el atraco.
No es un caso aislado. Hay montones de jóvenes con la mentalidad de despojar al prójimo por todos los medios posibles.
Esa es su filosofía de vida. La que asumieron entre tantas ilusiones perdidas.
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