LA HABANA, Cuba. – El gobernante cubano al estilo de un general en zafarrancho de combate ha reiterado que no hay rendición que valga frente a las sostenidas andanadas de improductividad y el fuego, cada vez más cerrado, del embargo estadounidense.
La proclama de mantenerse erguidos en los campos de batalla tuvo como escenario la provincia de Sancti Spíritus, ubicada en el centro del país y escenario de una reciente visita gubernamental de alto nivel.
El vicepresidente Salvador Valdés Mesa y el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, como parte de la gira, tampoco perdieron la oportunidad de publicitar su beligerancia contra el endemoniado enquistamiento de los errores internos y el impacto de las medidas punitivas tomadas por la administración Trump, debido fundamentalmente, al apoyo injerencista que mantiene en el poder a Nicolás Maduro.
Lo que salta a la vista, es la falta de autenticidad de una jerga triunfalista que no resiste más remiendos.
Año tras año arman el mismo tinglado para hacer creer que llegó el momento de las soluciones y de los saltos hacia la excelencia en todos los renglones productivos y con ello, el aumento exponencial de la felicidad de los poco más de 11 millones de personas que pueblan la Isla.
Tras esa venta de ilusiones se amontonan nuevas capas de miseria para el proletariado nacional y también otras estrategias dirigidas a perfeccionar la retórica del engaño.
En realidad, la guerra de la que hablan, casi todas las semanas, es imposible ganarla con discursitos soporíferos, eslóganes numantinos, ovaciones al Partido de gobierno y a la fatídica revolución socialista, sin que falten las rondas de promesas y los burdos llamados a fortificar las trincheras ideológicas.
La derrota está asegurada con esos llamados a continuar por la senda del centralismo económico. La hegemonía absoluta del Estado sobre los medios de producción es lo que ha liquidado el modelo de país con el cual sus autores pretendían dar un ejemplo de desarrollo al resto de las naciones del planeta.
El día a día muestra que los enemigos que han conquistado todo el territorio de Cuba son la desidia, el voluntarismo, la doble moral de los funcionarios, la habitual ineptitud de los burócratas y los disparos del ejército de amanuenses de la prensa oficialista en su vano intento de convertir la retahíla de reveses en victorias mediante ráfagas de artículos laudatorios y noticias anodinas. Nada o muy poco que buscar allende los mares. El adversario actúa justamente al lado de esa maraña de militantes del Partido y la juventud comunista, directores de empresas, oficiales castrenses, comisarios culturales y representantes de las decenas de organizaciones de masas que operan bajo las órdenes del alto mando de una dictadura empeñada en ocultar los costurones del fracaso.
Por mucho que se esfuercen en mostrar éxitos en medio de una crisis cuya devastación, en términos materiales y psicológicos, bien pudiera compararse con un encarnizado conflicto bélico, su propósito deja de tener sentido frente a lo que puede ser una cárcel, un manicomio o una reproducción, en tiempo real y ampliada, de una catástrofe; nunca una nación competente y con perspectivas de un mejoramiento gradual y sostenido bajo las banderas del sistema inspirado en la gesta bolchevique.
Por otro lado, el juramento expresado por Díaz-Canel, de jamás rendirse ante los desafíos, sobre todo los ocasionados por la política de la Casa Blanca, sin dejar a un lado los de origen interno, no deben ser tomados al pie de la letra.
No es necesaria una capitulación formal para conocer los pormenores de una derrota, en este caso, clara y contundente.
El socialismo cubano anda de rodillas, aunque sus administradores insistan en presentarlo como un paradigma de fortaleza y lozanía. Sobre las muletas de la continuidad lo levantan de vez cuando, pero solo a intervalos. La depauperación solo le permite paradas esporádicas y breves.
Para concluir, Cuba está literalmente en ruinas. Hundiéndose en los falsos presupuestos de una claque de dirigentes, dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias con un pernil de jamón serrano o una cazuela de langosta gratinada. En esos combates pueden jactarse de tener una interminable cadena de triunfos sin derrotas.
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