LA HABANA, Cuba. – Hace más de tres años que comencé a publicar en CubaNet, pero no recuerdo cuál fue el primero de los textos. Quizá fue ese al que di el título: “Él está en Bodrum y yo en el Cerro”, donde daba cuentas de las lujosas vacaciones de un hijo de Fidel Castro en una playa turca, también pudo ser la lapidación de “La eterna”, aquel homosexual pinareño que encontró la muerte después de las tantísimas pedradas que resultaron ser más agresivas que el virus del VIH que lo azotaba,
“La Eterna” y Antonio llamaron mi atención por razones diferentes; la primera había muerto tras las contundentes pedradas, mientras que el Castro, muy vivo, hacía desaforados gastos en Turquía. Una víctima y un divertido vacacionista me llevaron a hacer denuncia, pero entonces no sopesé las consecuencias, las derivaciones que acompañarían a cada uno de esos textos que publiqué durante estos años en CubaNet.
Aun así nunca pensé que saldría esposado de mi casa ante los ojos desorbitados de mi madre, una anciana enferma que pronto cumplirá setenta y nueve años. Nunca imaginé su llanto, ni las muchas súplicas que hiciera al policía para que no me esposara. ¿Por qué iba a pensar en esos ruegos? ¿Por qué la imaginarla gritar desde el balcón? ¿Por qué suponer la quietud de todo el vecindario? ¿Por qué figurar la alegría de unos cuantos? ¿Por qué suponer que nadie levantaría la voz mientras me llevaban esposado? ¿Por qué admitir que nadie ofrecería consuelo a mi madre?
¿Y por qué la indolencia de mis vecinos? ¿Era complicidad o era miedo? No sé, el caso es que fui llevado a la estación de policías del Cerro, esa que está en Infanta y Manglar, sin que me hicieran conocer los motivos del arresto. Y allí me tuvieron por tres horas, esposado y sin que me tomaran declaración. La respuesta la tuve al día siguiente. El vecino de enfrente, ese que vive en el 273 de la calle San Cristóbal, entre Calzada del Cerro y Primelles, y que se llama Pablo, me dedicó esa tarde una palabras ofensivas, burlonas, y respondí. Al día siguiente me aseguró, desafiante, que fue el perpetrador de la detención, y para que no me quedaran dudas sacó de su billetera un carné que dejaba bien en claro su pertenencia a los órganos de la “Seguridad del Estado”, y aseveró que, en lo adelante, estaría bien al tanto de mí.
Resulta curioso que este hombre no se interesara en los dos extraños robos que me dedicaron en los últimos tres años, y en los que nunca fueron encontrados los ladrones. Este hombre tampoco me auxilió cuando el vecino de los bajos lanzó hacia mi casa más treinta botellas de cerveza que se rompieron en la balaustrada del balcón, y que provocaron una leve herida en la espalda de mi madre. Ese hecho no llamó su atención, tal suceso no lo hizo llamar a la policía. Con ese agresor se emborracha con muchísima frecuencia.
¿Y por qué se juntan el delincuente y el “seguroso”? ¿Por qué un miembro de la seguridad del estado se emborracha con un delincuente que fue varias veces a la cárcel y que supone que alguna vez vivirá con su padre en Nueva York? ¿Por qué me acosan? ¿Por qué intentan asustarme? Sin dudas suponen que dejaré de escribir en CubaNet, que volveré, acobardado, a la literatura de ficción, que pasaré cada día con las puertas y ventanas cerradas, que pediré clemencia. Y se equivocan; detesto la violencia, le temo, pero no me quedaré callado, volveré una y otra vez a denunciar, aunque sea cierto que, como me dijera el “seguroso”, son muchos los “amigos” que ya no me visitan.
Seguiré denunciando, incluso, porque mi madre no ha querido levantarse hoy de la cama, porque mi perro parece triste. Seguiré denunciando, y sin cansarme, aunque de vez en cuando me asista el miedo. Seguiré enviando mis textos a CubaNet, porque tengo miedo, y porque podré vencerlo, únicamente, escribiendo sobre lo que me espanta. Hoy creo que con miedo se puede buscar también la supervivencia, y que, a la larga, será esa escritura la que someterá a mi angustia.