LA HABANA, Cuba. – Mauricio, Pável, El Huevo y El Michi son cuatro adolescentes cubanos a los que no conozco en persona. Llevan una vida muy activa en Facebook donde forman un grupo que juega y hace apuestas por obtener likes entre sus grupos de amistades, en que me cuento, a partir de fotos donde exhiben sus altos estándares de vida.
Si uno de ellos obtiene como regalo un Apple Watch o compra una camiseta Gucci o una bicicleta montañesa de 21 velocidades, entonces otro integrante del grupo intenta superarlos a todos exhibiendo una potente bocina portable, una moto eléctrica, unos tenis Adidas o una MacBook Pro de dos mil dólares.
Ninguno de los cuatro sube jamás una selfie en el matutino escolar o participando de un debate sobre la Constitución, ninguno publica memes sobre la falta de pan ni comparte sobre sus fobias y filias políticas. No es que esquiven ni rechacen hacerlo, es que, sencillamente, esa otra realidad no les importa, a pesar de que la imagen que el gobierno cubano ofrece sobre una juventud en su totalidad “comprometida” es la única que ocupa lugar en los medios oficialistas.
Aunque su padre es un militar de alto rango, Mauricio, por ejemplo, ni siquiera sabía sobre la nueva Constitución o qué cosa era y para qué servía. Por su parte, Pavel jamás lee un periódico ni ve la televisión nacional, a pesar de que su madre, una médico que ha ejercido bajo contrato en varios países, le comprara un Sony 4k de sesenta pulgadas que solo usa “para ver series y mucha porno”, según él mismo confiesa en uno de sus post.
Las imágenes que proyectan Pável, Mauricio, El Michi y El Huevo, son las de una clase social alta, al estilo cubano, que contrasta con otros grupos de adolescentes, también residentes en la isla y presentes en las redes sociales, que aunque coinciden ideológicamente en muchos aspectos, sobre todo en el distanciamiento del discurso oficialista, ofrecen con sus publicaciones otra perspectiva del mismo fenómeno pero desde la carencia material. Hablan de sueños sin cumplir, aspiraciones muy remotas de viajar, testimonian su vida en instantáneas familiares donde es posible observar, como denominador común, la pobreza, el desencanto o el conformismo. Muy preocupante.
De modo que sumergirse en las redes sociales permite ver una sociedad cubana que pareciera la de otro “planeta Cuba” pero que, por desgracia o por fortuna, da cuenta de un aquí y un ahora muy diferentes.
Si se quisiera tener una idea más exacta de cómo piensan los cubanos, sobre todo las nuevas generaciones, en el caso de Cuba como en el de otras sociedades restrictivas, no basta con caminar las calles de la isla o alquilarse en una casa de renta por muy “familiar” que resulte el ambiente.
Estamos en medio de escenarios económicos y políticos no democráticos, excluyentes, que conducen, incluso obligan a los actores a la representación, el fingimiento, porque la autenticidad puede ser una amenaza. Así, es obligado concentrar la mirada en aquellos otros espacios que, si bien no escapan al monitoreo del poder político, no pueden ser controlados en su totalidad por este, como es el caso de las redes sociales.
“Perdidos” o “mareados”, como dicen los cubanos sobre quienes carecen de la suspicacia suficiente para captar las peculiaridades del entorno, estarían los que vienen y se marchan, o también permanecen en Cuba, creyendo a pies juntillas lo que aseguran los medios de prensa oficialistas, y también otros no “alineados” con el régimen de La Habana, sobre la conformidad casi unánime de los cubanos con el “sistema”, cuando en realidad la “cosa”, como nunca antes, bulle como lava a punto.
Así, quien pretenda visualizar las verdaderas fuerzas que, directa o indirectamente están obligando al gobierno cubano a colocar otras cartas sobre la mesa de juego (muchas más de contención y conservación que para dar el brazo a torcer) deberá sumergirse sin prejuicios en esa otra dimensión de la realidad cubana que transcurre hoy en las redes sociales.
No tanto en los blogs o en los sitios webs abiertos para influir o participar de diverso modo en la opinión pública, mucho menos en las páginas de periodismo o de otras narrativas alternativas sobre lo real o noticioso sino en aquellos espacios más personales, familiares, grupales, gremiales y hasta “tribales” sin más ambición que el intercambio entre similares o la demarcación de un territorio privado, exclusivo, o la creación de una alternativa sobre lo real que se ajuste más al individuo.
Así, sobre la superficie de la realidad que construye el discurso oficialista y sus medios de prensa apenas se ve y se lee aquello que nos ponen delante. Por ejemplo, una Asamblea Nacional que recicla un cuerpo de leyes que apenas interesa a unos pocos “mareados”, más las celebraciones por los quinientos años de una Habana más lúgubre que el cementerio a donde fueron a dar vivas a lo que ya, para algunos, es algo muerto.
Sin embargo, bajo esa misma superficie en apariencias estable, homogénea y coherente, las redes sociales permiten ver otra realidad mucho más certera que el “paripé” constituyente, como son las imágenes publicadas por Tony Castro jr. en su cuenta de Instagram hace unos meses pero apenas reveladas, suficientes para concluir que el socialismo “a la cubana” es otra cosa enrarecida muy distante de la austeridad, integridad y coherencia ideológica que pregonan las consignas y, lo peor, muy divorciado de la voluntad popular.
Mientras los noticiarios y periódicos oficialistas sirven al mundo una imagen de heroísmo y resistencia con el Che Guevara y Fidel Castro como paradigmas, y hasta se genera desde el Ministerio de Cultura un controvertido decreto contra la frivolidad y los modelos “copiados del capitalismo”, Tony Castro jr. no solo viaja por el mundo y se fotografía en pose de Latin Lover sino que aparece en las páginas de esa misma revista Vanidades cuya circulación fuera prohibida en Cuba por el Partido Comunista.
De modo que hay una Cuba “oficial” donde los jóvenes gritan consignas y desfilan en la Plaza un Primero de Mayo, y otra Cuba donde unos pocos obtienen asientos en la zona VIP del desfile de Chanel en La Habana.
Una Cuba de gente muy humilde que no logra resolver el acertijo de cómo producir más para obtener el salario decoroso que tanto le prometen, y otra Cuba donde otros “ilustres” de la High Society revolucionaria degustan habanos junto a Paris Hilton, ganan campeonatos de golf, disfrutan becas en Europa como exilios de alto confort y hasta se casan con empresarios extranjeros, a espaldas de un pueblo cuya mayor alegría es que se normalice la venta de pan, que el hijo médico sea enviado a una “misión” o que la balsa que zarpó clandestina rumbo al norte no sea interceptada en Altamar por los guardacostas.
El exhibicionismo del nieto “modelo” irrita pero no es excepcional como para señalarlo como la única y más escandalosa oveja negra de una “casta revolucionaria”, recordemos, entre muchísimos episodios similares, aquel de 2016 en Turquía y Grecia protagonizado por otro de los Castro, u otro caso mucho más lejano en el tiempo en que un Ministro del Interior vacacionaba con su amante los fines de semana en Cancún, una práctica que para nada fue exclusiva del defenestrado.
La noticia sobre la Dolce Vita del joven “modelo de revolucionario” solo viene a aportar un gramo más de certeza sobre el hecho de que existe una Cuba profunda e invisible pero que cada vez, gracias a la internet y las redes sociales, ha ido subiendo a la superficie, como una gran burbuja de aire, quizás para revelar que el viejo monolito no es más que una estructura hueca y oscura.