LA HABANA, Cuba. – Usurpación de funciones públicas, violación del Decreto Ley 370, permanencia ilegal en La Habana, deportación para la Isla de la Juventud, seguimiento por nueve meses por “no trabajar” y ser persona de interés policial; el represor Alejandro enumeraba los “delitos” en los que supuestamente había incurrido. Según él, solo me estaba aplicando la ley.
“Tendrás que ir mensualmente a firmar en el sector de la policía y, si en esos nueve meses sigues comportándote como hasta ahora, te aplicaremos la peligrosidad predelictiva; pero no irás a la cárcel, porque nosotros lo que queremos es limpiar las cárceles; lo que te toca es trabajo social sin internamiento, y en lo que más se necesita: limpiando pisos o en comunales”, agregó.
Mientras lo escuchaba, solo pensaba que tenía razón: ellos hicieron la ley en Cuba de tal manera que los que ostentan el poder pueden aplastar a los ciudadanos cuando quieran y con la mayor impunidad.
Había sido arrestada ese mismo día, el lunes 9 de marzo, cuando cubría una protesta cívica por la libertad del artista Luis Manuel Otero Alcántara, en la intersección de las calles 23 y 12 en el Vedado habanero. Apenas se pudo manifestar la exigencia porque agentes de la Seguridad del Estado (SE) y de Brigadas de Respuesta Rápida estaban apostados en el lugar, quizás ya alertados de la iniciativa, e intentaron acallarnos. Algunos se tornaron violentos, mientras la mayoría de la población aglomerada observaba y filmaba, con cierta prudencia y miedo, pero a la vez conscientes y admirados de la valentía de unos pocos. Varios incluso preguntaban quién era Luis Manuel Otero Alcántara.
Solo éramos cuatro personas, pues el resto no pudo burlar los operativos policiales para llegar a la cita; cuatro personas armadas con carteles, nuestras voces pacíficas y nuestros teléfonos: la forma de captar las evidencias.
Poco después, cuando nos retirábamos del lugar, en 21 y 10 nos detenían varias patrullas policiales. Fuimos arrestados Abu Duyanah Tamayo, Omara Ruíz Urquiola y yo. Iliana Hernández sería detenida poco después.
Una vez en Estación policial de Zapata y C, lo usual: el registro, el calabozo y los interrogatorios. Aunque, preciso es reconocer que los policías nos trataron con respeto y con evidente incomodidad; sabían que no éramos delincuentes y que estaban desatendiendo sus funciones reales.
Conocía de referencia al mayor Alejandro, pues en los últimos meses ha estado al frente de la represión de las mujeres activistas, fundamentalmente en La Habana. Una vez en el cuarto de interrogatorios, reconoció que hacía tiempo quería conocerme, y que lo que los otros agentes, que había hablado conmigo anteriormente, no habían logrado, él si lo haría, porque nadie soportaría, y menos yo, el acoso que me iba aplicar.
“Yo sí no te voy a ofrecer colaborar con nosotros; conmigo tienes solo dos opciones: o te quitas, o te vas”, espetó. Para ello me ofreció un trabajo en el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión); y “ay, de quien se meta con Camila Acosta”, ni el presidente del ICRT osará hacerlo, aseveró. De lo contrario, “me voy a convertir en tu peor pesadilla”.
Llevaba el mayor Alejandro varios días localizándome por toda La Habana. Desde que fuera desalojada de la vivienda en la que residía ‒por presiones de la SE a los propietarios‒ el 20 de febrero último, desconocían mi paradero. Este lunes, desde horas de la mañana, montaron incluso un gran operativo policial para arrestarme. Querían impedir que asistiera a una invitación de Mara Tekach, Encargada de Negocios de los Estados Unidos en Cuba, para conmemorar en su residencia el Día Internacional de la Mujer.
En Línea y 12, justo en el punto donde se suponía que me encontraría con Ángel Santiesteban, este fue detenido pero le dio tiempo a avisarme para que me desviara. Ni siquiera lo interrogaron: “Hasta que Camila no aparezca, no te soltaremos”. Horas después, para sorpresa del represor, era arrestada.
Alejandro mostraba evidente molestia durante su interrogatorio, aunque fue más bien un monólogo pues yo apenas contestaba o lo atendía siquiera. Él se regodeaba con sus amenazas, con un cinismo escalofriante: “Todo esto que te voy a aplicar a partir de ahora es porque estás haciendo, no bien, sino muy bien tu trabajo” y “estoy loco por ver lo que vas a escribir sobre esto”.
Contradictoriamente, me aclaraba que incurría en el delito de “usurpación de funciones públicas” porque el periodismo independiente no es reconocido por ninguna ley o siquiera en la Constitución. “Y te voy a deportar para la Isla de la Juventud, porque estás ilegal en La Habana”, amenazaba constantemente. Tengo dirección de La Habana, vivo aquí hace más de diez años, pero eso poco le importaba: “tú no vives en la dirección que dice tu carné de identidad y tu registro civil dice que eres de la Isla”. Claro, nací allá. “Además, por lo que sea, te voy a deportar, esa es la medida que tú llevas”, afirmó, como si yo no fuera a hacer periodismo en cualquier lugar.
El esbirro no vaciló incluso en amenazar a mi familia y que, por supuesto, todo lo que le sucediera sería culpa mía. En esas dos horas y media que estuve encerrada en el cuarto de interrogatorios sentí miedo, lo reconozco pero, sobre todo, sentía rabia, impotencia.
Evidentemente, harán cualquier cosa para impedirme ejercer el periodismo independiente. Si una cosa dejó clara el represor, fue esa; también que me temen, le temen a mi trabajo y al daño que los periodistas independientes le están causando a la dictadura. Por supuesto, para él solo lo hacemos por dinero. No sé otros, pero yo lo haría gratis, solo por la satisfacción de sentirme realmente útil, orgullosa de mi profesión, por el placer de ejercer la libertad de expresión y opinión. Pero eso es algo que su mediocridad le impide comprender.
En la tarde noche, era liberada, no sin antes decomisarme el celular. Me habían dejado en un pasillo donde un oficial me dijo que no podía estar allí, que ya habían terminado conmigo y podía irme; dicho esto, me acompañó a la salida.
Sabía que me seguirían para saber dónde me estaba quedando, sabía que la mejor manera de burlarlos era volviendo a desaparecer de sus radares. Tan rápido me esfumé, que me perdieron el rastro. Eso debió incomodar mucho a Alejandro y quizás le valió una gran reprimenda de sus superiores. Desde entonces, quizás intentando “salvar” su puesto y demostrar su “eficiencia”, ha estado llamando a familiares y amigos, amenazando “reventarme” y condenarme de uno a tres años de privación de libertad por “evasión”. Según él, me escapé de la estación policial. ¿Cómo es posible que me escape, sola y desarmada, de un cuartel lleno de policías? Para salir de ese lugar se debe hacer con un permiso o acompañada de un oficial.
Hoy, miércoles 11 de marzo, acudiré a la unidad policial para que vuelvan a ensañarse conmigo, para enfrentar la “pesadilla”.
Me niego a dejar de hacer periodismo independiente o a irme de mi país; pero si la comunidad internacional y el exilio cubano siguen permitiendo que la dictadura nos aplaste con total impunidad, si no existe un apoyo mayor a la oposición interna cubana, pronto las voces disidentes, al interior de la Isla, pereceremos.
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