LA HABANA, Cuba. – Iraida no sabe cuándo volverá a su casa en Holguín. El dinero que ganó entre enero y marzo de este año lo ha gastado en comida y alquiler, así los planes que tenía de comprar un televisor y terminar de techar su vivienda con hormigón están a muy poco de romperse.
Junto a su novio Noslen, Iraida quedó varada en La Habana cuando el Ministerio de Transporte suspendió la transportación interprovincial el 24 de marzo pasado, y del dinero que lograron reunir trabajando ilegalmente en La Habana, apenas les queda para comer e intentar buscar un modo de viajar clandestinamente de regreso a su provincia.
Es un viaje largo y los pocos choferes de camiones estatales con permiso para trasladar mercancías por toda Cuba se niegan de plano a llevar pasajeros por el miedo a ser multados por la policía o, debido al mismo riesgo, cobran precios exagerados por el servicio.
“Nos sacrificamos estos tres meses por nada”, dice la joven con gran frustración, aunque le queda el alivio de poder contar hasta agosto con un alquiler relativamente barato (40 dólares mensuales) en el medio de Centro Habana donde además le resulta más fácil conseguir alimentos aun sin tener “libreta de abastecimiento”, la tarjeta que desde hace más de medio siglo entrega el gobierno para regular la venta de los poquísimos productos que llegan a la red de comercio estatal.
Iraida y Noslen hace ya algunos años viajan intermitentemente a La Habana porque en la capital es mucho más fácil conseguir el dinero que de otro modo les es casi imposible ganar en su provincia de origen. Compran y revenden ropas importadas, limpian casas de renta y hasta se prostituyen con extranjeros, pero con el cierre de fronteras, y mucho antes la caída del turismo, no les fue como en otras temporadas.
Al igual que ellos dos, pudiera haber cientos de personas en la isla intentando retornar a sus casas para reunirse con sus familias después de quedar sin medios para transportarse y, peor aún, buscando cómo sobrevivir en una Cuba donde resulta una odisea cotidiana obtener alimentos y otros productos básicos, la mayoría regulados o ausentes en los comercios, una situación que se agrava cuando alguien es declarado residente ilegal, condición que sufren miles de cubanos y cubanas, en su mayoría originarios de la zona oriental de la isla, cuando permanecen en la capital por más de 72 horas y sin que en su carnet de identidad conste que poseen domicilio en La Habana.
Por una situación similar atraviesa Vicki, otra joven que llegó a la capital en diciembre del año pasado y planificó permanecer aquí hasta poder reunir el dinero suficiente para emigrar al país donde se le diera la oportunidad de hacerlo.
Sin familiares a los que acudir, residente ilegal e incluso con varias advertencias policiales por “acoso el turismo”, Vicki hoy no tiene una vivienda propia ni un alquiler fijo y seguro donde estar a resguardo del contagio.
Vivió hasta hace un par de semanas en casa de una amiga, pero un desacuerdo cambió todo y debió dormir un par de días en la calle hasta que un hombre mayor, cubano, le ofreció techo y comida a cambio de sexo, algo que no hubiera aceptado dos meses atrás, pero, al casi no haber extranjeros en la isla, “no hay mucho dónde escoger”, dice la joven.
“No me gusta ese señor, pero no tengo a dónde ir” responde sin titubeos la joven que, por las mañanas debe limpiar la casa, hacer compras, cocinar y, como remate de la jornada, por las noches complacer como esclava sexual a su “protector”.
Amiga de Iraida y Noslen, Vicki también espera la oportunidad de poder retornar a Holguín en cuanto levanten las restricciones, aunque en su caso no cuenta todavía con el dinero suficiente para pagarse un pasaje clandestino, no obstante, dice sentirse aliviada al pensar que pudo haberle ido peor, más porque sabe de otras servidoras sexuales que aún permanecen en La Habana pero en situaciones más complejas.
“Por aquí atrás —dice señalando hacia una zona cercana a la Terminal de Trenes de La Habana— hay un tipo que recogió como a tres o cuatro chiquitas y las tiene durmiendo en el piso. En un apartamentico así de chiquito, y como no hay extranjeros y la gente también anda arrancada ya tú sabes (…), la gente anda como loca, sin saber dónde meterse, y no es como hace dos o tres semanas atrás que te sentabas en el parque y disimulabas, ahora pasa la policía y si te ve en la esquina mucho rato te cargan. Esto se jodió”.
Noslen, la pareja de Iraida, también ha sabido de otros casos de trabajadores y trabajadoras sexuales que, varados en La Habana y sin oportunidad de haber hecho dinero por lo brusco del cierre de fronteras y el cese de la transportación interprovincial, han tenido que aceptar las condiciones más sórdidas e inhumanas a cambio de refugio y comida.
“Hay quien ha tenido suerte, amigos que los han recogido, incluso gais que conocían y que no les cobran nada, pero eso es uno o dos, más bien una casualidad (…), gracias a Dios nosotros teníamos dinero para pagar el alquiler pero conozco a un montón de chamacos que se están jamando tremendo cable (atravesando dificultades) (…), ahí mismo al lado está ese viejo que dice Vicki, yo no lo conozco, pero en este mismo edificio hay dos chamaquitos, creo son de Granma, que están ahí desde hace un mes, pagando un dólar diario por cada uno, y además acostándose con el cochino ese. (…) ¿Cómo lo consiguen (el dinero)? Yéndose con cualquiera. Iraida a veces es la que les da el plato de comida porque la cosa no está nada fácil”, dice Noslen quien además cuenta que, con apenas 18 años, comenzó a viajar a La Habana con intenciones de encontrar una extranjera que lo sacara de Cuba. Hoy tiene 27 y, como él mismo señala, las cosas no le han salido como soñó alguna vez.
La pandemia de COVID-19, que a principios del 2020 pocos observaron como una amenaza no solo a la salud humana sino a la economía, se ha transformado en un verdadero infierno sin final para toda la humanidad.
La prensa en general se ha mostrado muy preocupada por informar minuto a minuto sobre hallazgos científicos y tragedias globales, mientras las microhistorias de sectores sociales marginados y vilipendiados tradicionalmente o ignorados por los gobiernos —en general por conveniencia— han sido desatendidas, y con eso miles de personas están siendo abandonadas a su suerte.
En el caso de Cuba, en que una buena parte de los jóvenes, sobre todo de las regiones más pobres de la isla, acuden a la prostitución ya sea de manera abierta o enmascarada con otras tácticas y en otros oficios que requieren de un largo etcétera, las economías personales y familiares se están viendo afectadas dramáticamente y como consecuencia aumentan los grupos vulnerables expuestos a las nefastos efectos directos o indirectos de la pandemia.
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