MIAMI, Estados Unidos. – En agosto de este año se cumple el sexagésimo aniversario de la clausura oficial de más de 900 organizaciones independientes de mujeres que laboraban en pro de la sociedad civil en la Cuba pre-1959, y la fundación de una única organización estatal que agruparía obligatoriamente a las mujeres, la infame Federación de Mujeres Cubanas. En agosto escribiré sobre ese engendro machista-leninista que encabezó de manera vitalicia y dictatorial la anti-feminista Vilma Espín de (Raúl) Castro durante 47 años.
Pero en este día, señalado por Naciones Unidas como Día Internacional de la Mujer, me referiré al estado de cosas que atañen principalmente a las mujeres, y a su ámbito vital, que en Cuba es, y siempre será, su familia.
No es secreto que esta fecha en Cuba nadie tiene ánimos de celebrarla, a excepción de aquellas cubanas que viven vida privilegiada ya sea por sus nexos a la oficialidad o porque ingresen moneda convertible a través de sus negocios por-cuenta-propia o porque cobran en cucs sus salarios en la industria hotelera o en empresas mixtas con dueños extranjeros. La cubana de a pie, que cobra su miserable sueldo en pesos cubanos o la jubilada que recibe su pensión –equivalente a $8 mensuales- también en pesos cubanos o la desempleada con tres hijos que no tiene ni un techo decente sobre su cabeza… esas cubanas no tienen ningunas ganas de celebrar ninguna fiesta internacional.
Ya antes de la debacle del campo soviético y el advenimiento del Período Especial en Tiempos de Paz –originalmente ideado para “tiempos de guerra”- escaseaban en Cuba muchos de los artículos de prioridad femenina, como la ropa interior en diversidad de tallas, y las íntimas –de contra, racionadas- para paliar con dignidad los períodos de menstruación. En la tienda especial donde compraban –y probablemente compran- el liderazgo y personal selecto de la FMC, por ejemplo, nunca faltaron ni las íntimas, ni las cremas para la cara o para la piel reseca, ni los champús, ni los perfumes, ni piezas de ropa interior confeccionadas en el extranjero.
Pero en las tiendas vacías y desaliñadas donde compra Juana, la cubana, nunca ha habido productos o artículos de calidad que las cubanas puedan comprar. Ahora mismo, en medio de la continuidad “diazcaneliana” de lo que el economista anti-socialista húngaro, Janos Kornai, llamó en 1980 “la economía de la escasez”, vuelven a brillar por su ausencia las íntimas, y las mujeres están mandadas a correr para asegurarse que la sangre no llegue al río en esos días del mes que atraviesan ellas y sus hijas.
¡Y si fuesen solamente las íntimas! Ahora mismo ya escasea –desde enero- el papel higiénico, y hasta el mes de abril -o quién sabe si hasta mayo- no habrá en la isla suministro de jabón de tocador para una poder bañarse y asear a los ancianos y a los niños. Eso declaró hace poco la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Vázquez, muy bien adiestrada y convencida de que la más reciente convocatoria al sacrificio es culpa del “crudo bloqueo imperialista”, y no de los nuevos mayorales para con sus esclavos y esclavas modernos.
“No se podrá satisfacer la demanda nacional”, repitió como repiten palabras las cotorras enjauladas. “El déficit es resultado de la redistribución de recursos del Estado para comprar alimentos, medicinas y combustible”. A sesenta y un años del fallido experimento “cheguevariano” que ha destruido la economía nacional, Juana, la cubana o se baña, o come, no alcanza para más. O se viste, o se higieniza, para las dos cosas, no hay. “Mil millones de dólares [le cuesta al Estado] la canasta básica que depende absolutamente de la importación”, explicó. Importación, en un país donde hoy por hoy no se produce ni suficiente, ni de mediana calidad.
No habrá jabón de lavar ropa, detergente, desinfectantes, desodorante, pasta de dientes, alcohol, o sea, ningún artículo de aseo –personal o de uso doméstico- con qué controlar las infecciones, la peste a grajo, con qué limpiar la grasa y los desperdicios en las ollas, vasos y platos de la cocina. No habrá con qué lavar la ropa regular, la de trabajo empercudida y manchada, las contaminadas sábanas de los enfermos, la ropita de los niños y niñas, los blumers manchados de sangre –¿dónde están las íntimas?- o los trapos que las cubanas vuelven a tener que usar y lavar -¡qué viva la continuidad machista-leninista-“diazcaneliana“!-, ni con qué desinfectar pañales o ropa de los “convalecientes”, ni higienizar los baños.
¿Quién puede resistir seis décadas de negligencia, abandono, mentiras y desidia? ¿Qué madre de familia puede sobrevivir con la vivienda cayéndole encima a ella y a sus hijos? ¿Qué madre de familia puede continuar viviendo bajo amenaza de desalojo, o teniendo que abandonar su casa y tomar posesión de locales abandonados –sin gas para cocinar o agua corriente-, como están haciendo cientos de cubanas que llevan años esperando que las autoridades de la vivienda, o el gobierno municipal les dé respuesta concreta a sus inmuebles en estado de inminente derrumbe?
¿Cuántas madres de familia –blancas y sobre todo, negras- pueden aguantar un día más abandonadas a su suerte –ellas y sus muchos niños- en Centro Habana, en Luyanó, en Arroyo Naranjo, en Santa Clara, en Santiago de Cuba, en Las Tunas, en Matanzas, o en Boyeros? ¿Cuántas de ellas pueden aliviar el hambre de sus familias en un país dirigido por hombres corruptos y avaros, donde en sintonía con la continuidad, escasean la harina de trigo, el aceite, el pollo, los huevos, las frutas, el arroz, la sal, el puré de tomate, y hasta la racionadísima leche! ¿Cómo alimenta una madre a su familia bajo estas condiciones?
¿Hasta cuándo la burla cínica del poder masculinista cubano para con todo un pueblo… para con seis millones de mujeres y niñas?
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