
LA HABANA, Cuba. – Como señalé hace un tiempo en estas mismas páginas, no son tres monedas las que circulan en Cuba sino cuatro: el peso cubano (CUP), el peso cubano convertible (CUC), la Carta de Liquidez (CL) y el dólar estadounidense (USD). También insistí en este mismo espacio sobre la posibilidad de que el USD terminara extendiéndose a toda la economía y, lo que fuera un experimento en una decena de tiendas en todo el país, terminara convertido en la norma.
Como todo rumor que se deja correr desde “arriba” con el propósito de sondear reacciones, la medida finalmente se volvió real. Y ha llegado para decirnos mucho sobre cuán catastrófico es el escenario económico y, por ende, cuán tensa es la situación política que enfrenta el régimen comunista, quizás mucho más en peligro de quebrar definitivamente que en los años 90 cuando la única opción de protesta era tomar las calles, y la fuente de “información” eran solo el periódico Granma y el NTV, ambos extensiones del departamento ideológico del Partido Comunista.
Se ha agudizado el descontento popular a pesar de que con la eliminación del gravamen al dólar, al igual que con la promesa de dos libras más de arroz, han buscado aliviar el dolor y la letalidad de la “puñalada trapera”.
Hoy la pluralidad de opiniones en las redes sociales más el crecimiento y diversificación de los medios de prensa independientes han complicado la ecuación. También el incremento de cubanos y cubanas que viven en el exilio —no importa si este es económico, político o de la índole que sea— y cargan sobre sus hombros la responsabilidad de no dejar morir de hambre a la familia que han dejado atrás.
Todos ellos suman millones de personas a los que se hace muy difícil convencer de que el mismo partido comunista que, debido a los constantes fracasos, los obligó a separarse de las familias y seres queridos, será el que conduzca a Cuba con éxito hacia la prosperidad. Ya el cuento para hacer dormir a los “niños” no es efectivo y el llanto en tono de perreta comienza a enloquecer a “papá”.
No es difícil intuir cuál será el próximo paso a dar por los “actores principales” del “sistema”. Sólo hay que recordar lo que sucedió en los años 90 con las “reformas” económicas y cómo se tradujeron estas en el orden político y cuáles fueron sus efectos más visibles.
Las transformaciones económicas de los años 90 no llegaron para ofrecer posibilidades de prosperidad para todos. Por el contrario, se enfatizaron aún más las diferencias de castas sociales establecidas desde los años 60, agregándose al problema el uso legal del dólar como privilegio.
Para frenar el descontento creciente y prevenir la posibilidad de un estallido, se lanzó una de las mayores ofensivas contra los grupos opositores, en especial contra la prensa independiente, y este es el punto que hoy no deberíamos desatender.

Los años 90 comenzaron con reformas económicas pero también con terror. Hubo sangre de fusilamientos de generales “traidores” y cárcel a la disidencia. Así, se hizo evidente que tales transformaciones no fueron espontáneas, mucho menos nacidas de una voluntad de evolucionar políticamente sino de un afán de mantener un status quo “al precio que fuera necesario”.
En tal sentido, sería un error muy grave pensar que esas presiones que hoy reciben desde el interior y el exterior y que se han hecho más visibles en las redes sociales no serán respondidas con los mismos métodos de la década del 90, incluso con otras estrategias “nuevas”, cuya posibilidad de ser usadas fue “sugerida”.
Fijémonos en que el anuncio de la dolarización llegó precedido en el discurso de Miguel Díaz-Canel de un extensa diatriba contra la oposición, la prensa independiente y las opiniones de disenso en redes sociales.
Ese mismo día el vicepresidente Salvador Mesa concluyó su intervención televisiva advirtiendo que “ningún patriota” quedará desamparado con las nuevas medidas económicas pero sabemos quiénes son los cubanos y cubanas que caben en ese su concepto de “patriota”, más cuando el artículo 42 de la Nueva Constitución de la República, donde se habla de igualdades ante la ley, no incluye la libertad ideológica como un derecho.
Hace unos días se hizo oficial lo que solo circulaba en rumores. El dragón de cuatro cabezas, aunque maltrecho, continúa atemorizando a una sociedad que se ha despertado esta semana en medio de uno de los peores escenarios donde nadie en este planeta quisiera estar, es decir, atrapado en una Cuba donde la moneda con que te pagan el salario no sirve de mucho, y con un gobierno que cada día te recuerda que para sobrevivir deberás emigrar y, si aún mantuvieras lazos sentimentales y la pretensión de ayudar a los tuyos, convertirte en un emisor de remesas.
Ya no queda casi nadie dentro y fuera de Cuba que no se haya percatado de lo que es más que evidente. La economía cubana ha sido planificada como se planea un secuestro multitudinario y con la meticulosidad de un profesional del crimen. No está diseñada para crecer por sí misma liberando trabas, proscribiendo prejuicios políticos ni desbloqueando tozudeces ideológicas sino para parasitar una colonia de hormigas obreras.
Cada familia, para sobrevivir, está obligada a crear su propio emisor de remesas, ya sea lanzándose al mar en una balsa, casándose con un extranjero, contratándose como mano de obra barata o aceptando puestos en el gobierno que le permitan “respirar aire fresco”, es decir, entrar y salir de un país asfixiante, venenoso, mortal.
En estos últimos días han quedado algo más claras las reglas de ese juego terrorífico que han nombrado “nueva normalidad” y a la que habría que agregar varios otros adjetivos como “dolarizada”, “más vigilada”, “ más controlada” pero sobre todo, “más retrógrada”.
No solo han filtrado un audio donde se escucha a varios funcionarios del Instituto Cubano de Radio y Televisión ofreciendo pruebas de que la mentalidad del régimen comunista continúa anclada en el oscurantismo de los años 70, y que la manipulación ideológica seguirá estando por encima de las individualidades, el bienestar y la economía sino que también hemos asistido a la consagración del “poder absoluto del dólar” y, por tanto, a la obligatoriedad de emigrar, prostituirse, delinquir o aceptar contratos de trabajo abusivos si queremos comer.
Ya ni siquiera vestir, pasear, comprar una casa sino comer, y comer lo esencial para continuar con…, bueno, con “eso” que no sé si llamarlo “vida”.
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