LA HABANA, Cuba. – El diario oficialista Cubadebate publicó en el día de ayer un resumen de los principales temas abordados durante un intercambio sobre política cultural presidido por Miguel Díaz- Canel, con el propósito de revisar la aplicación de los cambios promovidos en el IX Congreso de la UNEAC, celebrado en julio pasado. A juzgar por la publicación, persisten las mismas insatisfacciones y deficiencias que dieron lugar a encendidas intervenciones durante la cita estival, donde, vale recordar, Díaz-Canel pronunció un discurso de clausura tan alentador y empático, que los presentes pensaron: “ahora sí”.
Pero no. Sigue el problema con los cuadros de dirección, que no son más que ideólogos con un discreto barniz de cultura artística, colocados en sus respectivas plazas para evitar que proliferen los irreverentes; o al menos la clase de irreverente que tiende a salirse de control.
A estas alturas queda claro que resulta imposible conciliar el interés de artistas e intelectuales con la anomalía político-ideológica que lastra al país. La incompetencia de los cuadros asignados a la Cultura es un mal congénito. No pueden, por orden del Partido Comunista, aceptar la libertad del arte; de modo que ésta se estrella invariablemente contra la censura. Tampoco saben dialogar con los artistas más audaces, que oponen su concepto creativo a una visión monolítica y gris, armada con dos únicas soluciones: rechazar de plano un proyecto, o ponerlo en pausa por tiempo indefinido.
Se habló de “jerarquías culturales”, un cotejo raro, de reciente invención, que los dictadores de la política cultural harán más o menos elástico a conveniencia; pues nadie sabe qué significa, ni en base a cuáles criterios serán establecidas dichas jerarquías. Más eufemismos para enmascarar conflictos de larga data y no solo de índole conceptual. Si vago fue el resumen publicado por el oficialista Pedro de la Hoz, los foristas del sitio tuvieron a bien mencionar dificultades que subsisten a contrapelo de lo que se plantea en cada reunión.
Uno de los aspectos que más defendió Díaz-Canel durante el IX Congreso de la UNEAC fue la agilización de los pagos y contrataciones en el sector de la Cultura. Sin embargo, alguien denunció en el foro de Cubadebate que todavía hoy, inicios de octubre, no se sabe cuándo van a remunerar el trabajo realizado en el Carnaval de Santiago de Cuba, celebrado en el mes de julio. “Siempre es lo mismo, y es a nivel nacional”, concluyó el usuario que se identificó como Freddy.
Otro forista sugirió que existe corrupción en macro eventos como la Bienal de La Habana, donde “por mil CUC se arma molote y jaleo”; y no faltó quien propusiera un diálogo entre el Estado y todos los actores de la enseñanza artística en el país, incluyendo la crítica, la gestión cultural y el arte independientes. Desafortunadamente tales opiniones, como las arengas de Díaz-Canel, se convierten en polvo al instante. La percepción general es que nada cambia ni se resuelve, pues como se ha dicho dentro y fuera del contexto de la Cultura, el problema es estructural y nos afecta a todos de muy diversas maneras.
El Decreto 349 solo ha servido, a la fecha, para cercenar las iniciativas de ciudadanos que defienden su derecho a la libertad de creación, expresión y reunión. La peor música sigue retumbando en las bocinas portátiles, los bicitaxis y taxis privados; pero también en ómnibus, ruteros y Metrotaxis del Estado. Cuando se viaja a provincias y el periplo coincide con alguna actividad recreativa para niños y adolescentes, el invitado de lujo es el reguetón, una música que transforma, sobre todo a las niñas, en esas impactantes criaturas filmadas durante una fiesta infantil en la provincia de Sancti Spiritus, cuyo comportamiento genera toda clase de dudas sobre el consumo cultural a que se exponen los menores y la efectividad de las leyes que deberían protegerlos de prácticas totalmente inapropiadas para su edad.
El encuentro reseñado por Cubadebate apenas sirvió para que Díaz-Canel hiciera lo que mejor sabe hacer: insistir en que “sí se puede”, aun cuando sabe que es imposible, al menos de esta forma. El régimen teme al arte y el pensamiento libres; por tanto, las entidades culturales seguirán infestadas de burócratas vigilantes, ejercitados en premiar el servilismo político y la supuesta neutralidad, por encima del arte cuestionador.
Al sucesor de Raúl Castro solo le resta exhortar a pensar como país y apelar al “compromiso” de artistas e intelectuales, aunque los directivos sigan haciendo de las instituciones culturales su feudo, repartiendo diezmos entre su corte de aduladores. Esa clase de “jerarquía cultural” se explica por sí sola y es totalmente afín al modelo sociopolítico cubano.
Un debate sobre asuntos culturales donde está presente el Jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, constituye una ofensa mayúscula para cualquier creador que se precie de serlo. Díaz-Canel dejó claro, una vez más, que toda aspiración debe partir de la “voluntad política del Estado”, y ello debió haber sido suficiente para levantarse e irse a agarrar lo primero que pasara con tal de llegar a casa temprano; pues la coyuntura se mantiene, digan lo que digan quienes andan en carro.
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