LA HABANA, Cuba. – “¡Trascendental resultó que Cristóbal Colón descubriera América, y Fleming la penicilina!”, así me dijo, cuando descolgué el teléfono y sin ningún preámbulo, una anciana amiga que hace años no pone un pie fuera de su casa. Parecía molesta y se explicó; según ella, Esteban Lazo, “presidente” de la Asamblea Nacional, había catalogado las últimas sesiones del foro, y la proclamación de la nueva carta magna como un hecho histórico trascendental.
“¿Cómo se le ocurre un disparate como ese? ¿No le da vergüenza? ¿Por qué es tanta su premura? No han pasado dos días desde que se proclamara y ya la considera histórica, la supone única”. Y tenía mucha razón mi solitaria amiga cuando hace notar que se precisará del concurso de historiadores y juristas que tomen las riendas del asunto para explicar, con el paso del tiempo, la relevancia del suceso y el influjo de la tal constitución en los días y los años que están por transcurrir en esta desvencijada sociedad.
Son estos días, esos años por llegar con sus múltiples sucesos, los que permitirán percibir si algo tiene de notable, pero solo después de atender a eventos y circunstancias parecidas, después de hurgar y comparar. Esteban Lazo, y todos los que andan arbitrando, farfullando, debían relacionar este suceso con otras constituciones del patio, y también foráneas, para entender si realmente se produjo un cambio favorable, si ésta consiguió superar nuestro pasado constitucional, si se convirtió en algo más crecido. Este presente no sirve para juzgar una constitución que se acaba de “proclamar”. ¿Cómo mirar, desde la inmanencia, lo trascendente? Eso ya lo hicieron muchísimas veces, y siempre fracasaron.
”Valiosa fue la democracia ateniense de Pericles, y todavía se recuerda”, dice esta mujer tan convencida de que nada cambiará en la isla con la proclamación de esa nueva carta magna. Y se irrita después que cita, de memoria, fragmentos de las intervenciones de Raúl, Lazo y Díaz Canel. Ella es una vieja mujer y tiene miedo, mucho. “El miedo me acompaña desde hace sesenta años”, dice a media voz, y asegura que ya no tiene fuerzas para resistir, que no se imagina friendo un muslo de avestruz, “¡si es que tengo aceite!”. No quiere pensar en el hambre y las oscuridades que por llegar están. Teme a la enfermedad sin que pueda medicarse.
Ella tiene mucho miedo, como casi todos, y si algo le pareció notorio en esas sesiones de la asamblea nacional, fue el hecho de que nos llevaron a recordar, poniendo sobre la mesa, aquellos fanáticos arrebatos de Fidel Castro, y su deseo de convertir a la “moringa” en el plato nacional, aunque en su mesa otras cosas se sirvieran, aunque sus parientes disfrutaran exquisiteces en un mundo bien real, y muy caro.
Dice mi vieja amiga que nos tratan como “bichos de laboratorio” y me pregunta por qué convertimos la desidia en estrategia. “¿Por qué seguimos a la indolencia del poder sin ningún recato? ¿Por qué aseguramos hoy, creyendo que es un gran chiste, que nos darán una caja de huevos de avestruz al mes para seis familias?”
Le angustia que la proclamación de esa “constitución” sirva para anunciar la miseria que podría llegar, que llegará. Y recuerda que nada nos resolvió la moringa, y supone que nada resolverá el avestruz con sus carnes y sus huevos, tampoco la jutía. La angustia no abandonará, en lo adelante, a esa vieja mujer ni a la mayoría de los cubanos. Nada conseguirá que desaparezca el miedo, la inseguridad, la certeza de que mañana puede ser peor. Ya pasaron sesenta años y seguimos viviendo en dependencia; primero de los comunistas europeos y del CAME y ahora de una Venezuela donde las revueltas se suceden, donde son muchos los que nada quieren saber de revoluciones y cubanos.
Cada día nos preguntamos cómo será la jornada siguiente, y en la mañana vuelve a aparecer el miedo, la representación de un mal peor, de un desamparo capaz de producir dolor, incluso muerte. Quienes ya conocimos del desabastecimiento y del hambre cuando los rusos dejaron de “protegernos”, reconocimos la angustia, pero de poco nos sirvió aquella experiencia terrible; el país siguió viviendo en sujeción; de un benefactor con inmenso poderes, económicos y militares, nos asociamos con otro, menos poderoso, aunque petrolero.
Y la verdad es que jamás supimos si Fidel Castro se llevó a la boca un poco de moringa. Tampoco creo que nos enteremos si Guillermo García llegue a almorzarse una jutía, aunque es posible, quizá para hacer notar a su familia que alguna vez fue un campesino paupérrimo, que lo pruebe en algún mediodía de domingo ante las muecas de los suyos. Llegarán días difíciles para nosotros, sin que nos enteremos de lo que come Díaz Canel.
No es para nada difícil reconocer el futuro; días de indefensión y angustias. Están por llegar infinitas jornadas de hambre, de enfermedades y muertes. Volverá el miedo y la angustia, pero la recién estrenada constitución no podrá poner fin a esos males, sobre todo si sus gestores emplearan sus “audacias” en buscar otras protecciones, nuevas dependencias. Sin dudas, y después de tantos empeños, ya “tenemos” una nueva constitución, pero no un `país.