LA HABANA, Cuba. – En la mañana de este 7 de agosto fui interrogado y amonestado, a propósito de los artículos que escribo para CubaNet, por dos oficiales de la Seguridad del Estado, en la unidad policial del Reparto Capri, en Arroyo Naranjo.
Después que me arrestaron el 17 de agosto del pasado año en El Vedado (nunca me explicaron por qué) no había vuelto a ser molestado por los represores. Pero el martes 6 fue a mi casa un policía, uniformado y en moto Suzuki, para comunicarme que me tenía que presentar en la unidad del Capri a las nueve de la mañana del siguiente día. Cuando le reclamé al policía que la citación debía ser por escrito y con cuño, me advirtió que sería peor para mí si no iba.
Los oficiales que me entrevistaron (si es que se le puede llamar entrevista al amenazante sermón que me largaron) en la unidad policial eran una mujer y un hombre, jóvenes, de unos 20 y tantos años, vestidos de civil, que se identificaron como la primer teniente Elizabeth y el capitán Jorge, de la Seguridad del Estado. Me dijeron que ellos eran los encargados de “atender” a los periodistas independientes de CubaNet.
La conversación duró unos 40 minutos. Aunque el capitán Jorge se mostró severo y amenazante, anunciándome que “la ley les va a caer encima porque no vamos a dejar que en Cuba pase lo que en Venezuela”, la voz cantante la llevó la primer teniente Elizabeth.
Haciendo de policía buena, la teniente me aconsejó —por momentos hasta con cierta dulzura, cual si fuese una amiga preocupada por mi bienestar— que sabían que tarde o temprano yo me iría del país, y que mientras, si no quería buscarme problemas, “le sacara un poco el pie a CubaNet”, y me dedicara a la literatura (que según ella, se me da mejor que la política) y a ocuparme más de la enfermedad de mi esposa y los problemas de mis hijos.
Apenas hablé. Fui más parco de lo habitual en esas circunstancias. Además de que tenía dolor de muela, la teniente Elizabeth me hizo sentir muy incómodo. Quizás lo notó. Estoy acostumbrado a tratar con los demasiado obvios rufianes del DSE y sus bravuconerías y amenazas que he tenido que aguantar por más de 20 años en Cuba, pero no estaba preparado —rezagos de machismo que aún me quedan— para que intentara intimidarme una muchacha bonita, de voz dulce y seductora.
Como no voy a dejar de hacer periodismo, sé que habrá otros encuentros indeseados de esta clase. Ojalá la próxima vez la teniente Elizabeth no sea la interrogadora. Si tiene que haber una mujer entre los represores que me asignen, que sea una vieja gritona, repulsiva y fea, que parezca una bruja. Va y consigue asustarme…
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