LA HABANA, Cuba.- Alexander ya no podrá caminar, como seguro imaginó, por esa vieja plaza de Berlín que exhibe un nombre igual al suyo. A pesar de sus deseos no conseguirá posarse en un breve sitio de la inmensidad de “Alexanderplatz” mientras espera a que se concrete el disparo de la cámara para mostrar luego la foto, al regreso, en su pueblito camagüeyano. Alexander tampoco logrará arrimarse a ese fragmento del muro de Berlín del que aún permanece una muestra breve, pero que ya no divide en dos a la ciudad. A pesar de su enfático entusiasmo, de sus deseos de hacer el viaje, no va a atravesar la gran Puerta de Brandeburgo.
El hombre camagüeyano no podrá moverse en el metro de la ciudad ni tratará de intuir lo que hablan los pasajeros de ese “Metro torre de Babel”, si es que escuchara conversaciones que discurren en alemán, francés, inglés, chino, portugués, árabe, ruso o italiano, incluso castellano. Ese muchacho tan esposo, tan padre de familia, tan cristiano, y hasta tan abuelo a pesar de su juventud, no subirá a ningún avión que lo acerque a Berlín. Él seguirá en el Camagüey agramontino, a pesar de su empeño en hacer el viaje al añejo continente.
Alexander no va a estar en el homenaje a su tío muerto, asesinado hace unos cuantos años en Alemania por unos xenófobos de esa parte del país a la que llamaban democrática, aunque no lo fuera. Él ya no conseguirá llegar hasta el instituto en el que estudió el hermano de su madre, y mucho menos hará un discurso en ese sitio de homenaje que levantaron un grupo de germanos para recordar la atrocidad. Alexander no va a develar esa tarja como habían pensado los organizadores, y tampoco entrará en contacto, como de seguro le gustaría, con el protestantismo cristiano en esa tierra donde nacieron las iglesias evangélicas que rechazan las indulgencias. Él, como tantos alemanes, no cree en la autoridad del Papa ni es devoto de los santos de la iglesia católica. Alexander no hará el viaje al país de Lutero y de la reforma protestante.
Él seguirá en Camagüey a pesar del empeño de los organizadores, porque en la respuesta a su petición de visa aseguraron que él era un posible emigrante, a pesar de que los organizadores hicieron saber los propósitos del viaje a los diplomáticos alemanes en La Habana, muy claramente y en “carta de invitación”. Y también hicieron notar que correrían con todos los gastos del viaje y con los de la estancia, y que no sería una carga para el gobierno. A pesar de todo eso, Alexander no verá las huellas de Lutero y Calvino, aunque mucho le gustaría.
Y quizá no sea el gobierno alemán el culpable. La desconfianza, las suspicacias, tienen sus razones. Sabido es que son muchos los cubanos que desean hacer un viaje sin retorno a cualquier sitio que resulte lejano a esta breve isla de gobierno demoniaco. La culpa es del gobierno, aún peor que el de aquella polis Espartana. La culpa es de la represión y el hambre, la culpa la tienen los castigos que decide el gobierno y su generalato vitalicio, ese generalato del que habló, hace ya tanto, Aristóteles.
La culpa es de ese futuro tan incierto que tenemos los que vivimos en Cuba, y también esa certeza que tienen los gobiernos del mundo, cuando suponen que los comunistas se deshacen de sus opositores, pero también de sus delincuentes, de toda esa prole delincuencial que ellos mismos provocaran antes. Alexander no asistirá al homenaje a su tío muerto, y la culpa no es de los alemanes. ¿De quién es entonces la culpa de esa negativa?
La culpa es de los comunistas, y es, todavía, de Fidel Castro y de su hermano, y del atroz generalato, y de la conciencia que tienen los gobiernos de que Cuba se deshace de muchas cosas a conveniencia, y en primer lugar de quienes se les oponen, pero también de un delincuente o de un asesino. Cuba, y con ello quiero decir su gobierno vitalicio, se deshace de sus delincuentes, de sus opositores, de mucha gente de bien que no les otorga genuflexiones. Las evidencias están ahí, a la vista y muy palpables. ¿Cuántos cubanos se largaron en los últimos dos años?
¿Cuántos de los que se manifestaron en las calles cubanas hace exactamente un año tuvieron que largarse después del 11J? ¿Cuánta tranquilidad consiguió el gobierno con esos exilios? Muchos están presos hoy, y esas prisiones son también, al menos para el gobierno, una manera de exiliar, de apartar, pero de un exilio y un apartamiento aún más triste, más devastador, y quizá hasta más irreversible. Alexander, el camagüeyano, no viajará a Alemania para hacer homenajes a su tío muerto, y yo insisto en que la culpa es del gobierno que obliga a sus hijos a decidir entre cumplir largas condenas o el exilio.
Y serán muchos los que no reciban una visa en el futuro, aunque el gobierno aplauda cada salida, por una “mera cuestión sanitaria”, porque cada exiliado podría ser un manifestante menos en un 11J o en un 20N, en un 3F, en un 23D, en un día cualquiera del almanaque. El gobierno sueña con nuevos Camariocas, con muchos Mariel. El propio gobierno mismo podría provocar otro “Maleconazo”, y masivas y peligrosas travesías por Centroamérica.
Las salidas tumultuarias bajan la presión de la olla, y a la larga aportarán dólares a los dueños de Cuba. Cada emigrante, opositor o de los que permanecen calladitos esperando el salto, pueden resultar muy beneficiosos para el gobierno comunista de la isla. Y es por eso que Alexander no consiguió asistir al homenaje que prepararon para su tío muerto, aunque los jefes habrían aplaudido la salida de uno más, la salida de un probable opositor, y uno menos en la cartilla de racionamiento. Sin dudas no fueron los alemanes los culpables. Fue el gobierno que mal marca a sus hijos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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