Más vigilados y reprimidos que antes


LA HABANA, Cuba. – “El toque de queda es como la guinda del pastel”, comentaba alguien en las redes sociales refiriéndose a la más reciente “medida” del régimen cubano para combatir una pandemia que, por momentos, les ha venido “como anillo al dedo”.
Supongo que si no fuera porque los dólares no están llegando en las cantidades que algunos quisieran, el Partido Comunista de Cuba (PCC) consideraría la situación actual como la apoteosis del gran sueño totalitario aunque igual los imagino alzando copas y gritando con regocijo algo así como “nada es perfecto”.
Lo cierto es que, por estos días, no es “Soberana” —el candidato vacunal cubano contra la COVID-19— el único ensayo probándose en las cobayas de Cuba sino que pudiéramos hablar de experimentos sociales que van forzando los límites de la resistencia física y psicológica de los ciudadanos y que, casi de inmediato, pudieran proporcionarles a los “cuadros dirigentes” las herramientas necesarias para frustrar cualquier estallido social.
No solo boicotean constantemente, con un ejército de “ciberclarias”, las redes sociales sino que otro escuadrón silencioso estudia el ciberespacio exhaustivamente, analizando reacciones, publicaciones, filiaciones, redes de contactos, aspiraciones y frustraciones personales y hasta nuestra vida íntima (tengamos en cuenta casos como el de las imágenes “filtradas” del artista Luis Manuel Otero Alcántara, por ejemplo). Diariamente, crean perfiles psicológicos de sus “personas de interés” como si fueran verdaderos expedientes policiales, aunque más sofisticados, de modo que no debiera ser causa de sorpresa cuando ese o esa disidente que ha planeado salir de la Isla, aunque apenas lo haya comentado con la almohada, se encuentra con que un par de agentes le bloquean el paso en la misma puerta de la casa.
Y es que la “cosa” no ha quedado ahí en el mero “fisgoneo” en Facebook sino que han podido ir más allá, tomando como pretexto la pandemia y —tal como insinuó públicamente el gobernante cubano hace pocos días en cierto discurso acalorado—, estarían empleando la tecnología a su alcance, y “otras cosas más”.
Así, pudiéramos deducir que si la “autopesquisa” sanitaria —mediante una apk desarrollada en sus laboratorios informáticos—, les permite saber exactamente dónde y cómo estamos en un momento exacto, también Etecsa, el monopolio estatal de las comunicaciones, hace su parte y nos sigue gracias a ese chip que son nuestras líneas móviles.
En tanto para ellos no constituye un derecho sino más bien una amenaza. Nuestra privacidad, nuestra individualidad, las han terminado de echar a la basura en un proceso político que, por lo visto, va en vías de convertirse en centenario si pronto no surgiera al menos una oposición capaz de comprender a cabalidad el escenario en que nos movemos todos y el desafío que representa evadir controles, ataques y estrategias de dominio cada día más sofisticados, además, y es un asunto crucial, de ganarse puntos y ofrecer garantías a determinados gestores y actores de ese escenario oficialista, pero eso es otro tema pendiente igual de complejo.
Muy pocas cosas, sobre todo en cuestión de control de la información, las han dejado a la casualidad. Pensemos tan solo en algo tan trivial como la ETK (ETECSA TOOL KIT) que muchos descargamos y actualizamos de manera “gratuita”. Lo fácil que trasciende y se difunde, año tras año, la base de datos de Etecsa, con todos nuestros pormenores de carnet de identidad y dirección particular, sin que eso constituya uno de esos delitos perseguidos por la Fiscalía, más bien entretenida en cazar “oleros” y revendedores, como el tonto que piensa acabar con el hormiguero apenas pisoteando hormigas y sin liquidar a esa reina que pare y pare más huevos en lo profundo y oscuro de la tierra.
Sin dudas, en Cuba alguien nos está distrayendo con puros actos de circo. Quizás como parte de ese mismo experimento macabro en que no basta con inocularnos el miedo al contagio sino, además, el terror a que cambien la tasa de cambio del CUC por el CUP y la de este con el USD, de un momento a otro, o que desaparezca el CUC y pongan límites al canje, provocándole el infarto a esa madre que ha guardado año tras años los ahorros bajo el colchón, esperando celebrar los 15 de su hija, y ahora debe correr a hacer colas en los bancos, aun cuando por otra parte le exigen “distanciamiento social”.
No es una paradoja, es una cabronada en toda la extensión de la palabra. Más cuando ya existe una población temerosa de perder los ingresos a causa del desempleo, de no recuperar lo que invirtieron en un negocio, de que les decomisen los frutos del emprendimiento, de perder la visa americana que tanto trabajo les dio obtener en Guyana, de que el encierro en nuestras casas sea periódicamente infinito, que otro ciclón se lleve los plátanos y la yuca, que los cerdos mueran en una plaga y que las gallinas se estresen y no pongan huevos, que se acabe el arroz y no alcance el pollo, que los acusen de acaparadores por tener más de dos paquetes de salchichas en la nevera, de que el comunismo se vuelva eterno, de que la Aduana reduzca aún más el límite de las importaciones en el año, de que la balsa se hunda en el Estrecho de la Florida y que el hijo muera y con él la esperanza de una remesa que alivie el hambre. Son demasiados miedos. Y bajo el terror, con el estómago vacío, nadie puede pensar y actuar con claridad. De eso se trata.
Pudiera parecer yo demasiado “conspirativo” pero es la realidad, la nueva realidad de Cuba que nos espera a todos y a la que estaríamos arribando en esta “coyuntura”. Decenas de aplicaciones de diseño “criollo”, muchas de ellas incluso creadas por las Fuerzas Armadas y por la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) —de acuerdo con los mismos reportes aparecidos en la prensa oficialista—, y lanzadas para recopilar muchísimos más datos que los que pudiera generar desde Facebook, Instagram y YouTube ese centenar de “personas de interés” que constituyen el núcleo de la oposición dentro de Cuba.
Un número bien fácil de monitorear y no demasiados “expedientes” a los que agregar esa otra información tributada al sistema no solo por las cámaras policiales en las esquinas, el control de ingresos y salidas en los aeropuertos sino además por la apk que regula las veces que vamos a una tienda a comprar aceite y pollo, la apk que gestiona nuestra conexión a Internet, la otra que nos “facilita” nuestras operaciones con tarjetas bancarias y el Zapya diseñado en Rusia, lleno de puertas traseras pero que usamos porque nos ayuda a ahorrar tiempo y dinero.
Aplicaciones que sondean nuestras vidas, tanto como lo hace el sistema empresarial (que no por casualidad es militar) que se encarga de contabilizar e incluso saber las fuentes de nuestras remesas, más el otro sistema que gestiona más como perro de rebaño que como intermediario nuestros empleos y salarios cuando nos contrata un empresario extranjero, así hasta desembocar en controles más “artesanales” pero igual de eficaces cuando se trata de reprimir, como serían los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) más un mar —más bien un pantano— de organizaciones gremiales creadas con propósitos similares, es decir, el control de los ciudadanos.
La verdad irrefutable, aun cuando no contemos con todas las pruebas necesarias para decir sin duda alguna que “nos están mirando” pero además “midiendo” —y no precisamente para hacernos un traje de carnaval—, es tener presente que un gobierno que fue capaz en su momento de crear los CDR y las Brigadas de Respuesta Rápida en cada barrio para vigilarnos y apalearnos —algo que el PCC no tuvo pudor de ocultar—, también echará mano a las tecnologías digitales y de la información para propósitos no solo similares sino aún más represivos y acaso efectivos.
El mismo Gobierno que infiltró delincuentes y locos en la Embajada del Perú en los años 80 o que disfrazó como ancianos a peloteros profesionales para ganar mediante trampas un partido de béisbol al “amigo” Hugo Chávez, bien pudiera usar estrategias aún más tramposas contra el “enemigo”, más cuando no se trata de alardear sobre una victoria deportiva sino de perpetuarse en el poder hasta ese “punto ideal” en que las nuevas generaciones de cubanos nazcan ya con la marca de la ideología totalitaria en sus genes.
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