LA HABANA, Cuba. – Fidel Castro puede estar entre los hombres más retratados del mundo; pocos debieron sentir tantos flashazos como él, y para comprobarlo bastaría con pasar una mirada, “a vuelo de pájaro”, sobre su muy visible iconografía en la prensa cubana; pero aun así no consiguió que alguna de esas instantáneas se hiciera tan famosa como la que hiciera Korda al guerrillero argentino Che Guevara. Y más célebre sería también esa otra en la que el aire, que sale de uno de los respiraderos del metro neoyorquino, levanta la falda de Marilyn Monroe en la película “La tentación vive arriba”, dirigida por Billy Wilder.
Quizá nadie consiguió hasta hoy fijar tanto su imagen como Fidel, y no tengo noticias tampoco de otro jefe de estado que lograra, en medio de un discurso, que una paloma se le posara tan oportunamente sobre un hombro mientras discurseaba sobre la revolución y sus “humanidades”. Sus instantáneas, sin dudas, tienen un halo teatral. Son muchos los fotógrafos, famosos unos y otros no tanto, que consiguieron fijar su imagen para ilustrar esa historia que él regía. Nadie en Cuba ha estado, sin dudas, más veces delante del lente de una cámara, pero no es su imagen la que esta vez me interesa.
Lo que ahora realmente me incumbe es una foto que miré hace poco en CubaNet, y en la que aparecen Díaz-Canel, y su “primera dama”, junto a un Maduro que se hace acompañar por “la primera combatiente”, un título sin precedentes en la historia del mundo y que debe provocar enormes carcajadas; pero Cilia no me interesa en absoluto, mi verdadero interés se centra en Lis Cuesta, pero mucho más el vestido que la cubre, y que ha conseguido que me importe conocer la identidad de la persona que la viste, esa que le sugiere lo que debe lucir en eventos de “alta política”.
El trapo de Lis, como diría una vecina, me parece muy “chichí”, y esa definición la usa para significar lo que supone cursi o de mal gusto. En el vestido que luce esta mujer se destacan dos colores; malva y negro. El malva está en el centro, y define la silueta de una “criollita”, término que se usara en Cuba hace algún tiempo para significar las mejores curvas femeninas, pero más allá de las fronteras de ese color violeta aparece el negro que define el verdadero volumen de la esposa holguinera del presidente, y da la apariencia de que Lis vive en dos cuerpos totalmente distintos. Mire con detenimiento la foto y me dará la razón.
Sin dudas ella nos quiso dar “gato por liebre”, con una voluptuosidad inventada simuló una anatomía que no es suya, una sensualidad de mentirita, pero fue tan bruta que no atendió, si es que se puso delante de un espejo, al hecho de que el negro hacía resaltar su verdadera forma, su abultado contorno. Y quien no crea en lo que digo que mire esos límites que marcan los dos colores, que mire el cuerpo que define el violeta y también el otro, ese que se desparrama en negro.
Así, con esa engañifa, intentó manipular su imagen la mujer de Díaz-Canel, aunque muchos, como yo, con la agudeza de una mirada, descubriéramos la mentira de un cuerpo que no es “orlado de belleza”, ni de “santa diosa” ni de “flor primaveral” como el de la Longina seductora de Manuel Corona. Ella, para seguir en la cancionística cubana, está más cerca de “La engañadora” de Jorrín que se dejaba ver, no en “palacio”, sino en esa famosa esquina habanera de Prado y Neptuno.
Esta mujer sin dudas no conoce mucho de esos “dress code”, o códigos de vestir que usan las primeras damas. ¿Reconocerá la holguinera la elegancia que exhibía Jackie Kennedy? ¿Acaso soñó, el día que se convirtió en primera dama, lucir como Melania Trump? Si fue así no lo consiguió. Creo que la suntuosidad de esta mujer está más cerca de “Las Catrinas” de Posada, el pintor mexicano que ponía elegantes sombreros sobre los huesos craneales de sus esqueletos.
Lis, no es Taylor, es más bien “Cuesta abajo” si de vestir se trata, aunque intente lo contrario, aunque no sepamos con qué dinero, ni en qué lugar, compra su ropa, que aunque de mal gusto, no se consigue en una tienda de “ropa reciclada”. Hasta hoy no sabemos cuál es el salario de esta señora ni cuál el de su esposo presidente que luce un reloj TAG Heuer carísimo, pero de eso ya escribí. Y no estaría mal que tomáramos en cuenta algunos de estos detalles, “frívolos sin dudas”, ahora que estamos convocados a decir Sí a la ¿nueva? Constitución, porque si a última hora se nos aflojan las piernas y damos ese Sí que andan pidiendo, estaremos legitimando nuestro vestir tan pobre y en unos años podríamos lucir como esas calaveras de Posada; puro hueso debajo de un sombrero. Yo recomiendo decir No al mal gusto de la primera dama y sobre todo a la nueva constitución.