MIAMI, Estados Unidos. – El castrismo está de plácemes, en Rusia han develado una escultura de cuerpo entero del dictador Fidel Castro, como guerrillero. El causante de tantos desvaríos, miseria y muerte es homenajeado por un régimen parecido al que lo cobijó y alentó como un paladín de la Guerra Fría y la desestabilización bélica en el traspatio de Estados Unidos.
Mi hijo mayor está de espléndidas vacaciones en Portugal y me envía una foto de la hospitalaria Coímbra donde se enarbola el consabido cartel “Abajo el bloqueo”, de otro grupo solidario con el régimen, que no ha sufrido la represión totalitaria.
Frente a la embajada cubana de Ciudad México, unos facinerosos atacan a los exiliados que se personaron allí recientemente para protestar contra los desmanes castristas. El Dr. Orlando Rodríguez-Boronat, amenazado de muerte más de una vez por turbas similares, descubrió entre los gritos y ofensas acentos mexicanos, españoles y cubanos.
Tracatanes de la llamada Nueva Trova, Silvio Rodríguez y Amaury Pérez, sacan del baúl de los recuerdos viejos poemas crípticos para honrar a un congénere fallecido, más digno que ellos al final de su vida, con el cual habían roto relaciones hace mucho tiempo por diferendos políticos.
Las exequias y el entierro del intérprete y compositor, quien sin dictadura hubiera estado cantando feeling a la concurrencia del Pico Blanco, junto a José Antonio Méndez, uno de sus alter egos, fueron concurridos, pero en Madrid donde falleció, lejos de la baraúnda nacional.
Ya The New York Times bendijo a Pablo Milanés con uno de sus famosos obituarios. Mientras el país virtual, que es Cuba, se debate en lo trágico de su figura.
“Fue pionero de la nueva trova ―que combinaba el son cubano y la guaracha con el soul, el jazz y el folk rock― y osciló entre el rechazo y la aceptación del Gobierno de Cuba, que lo encarceló en una ocasión”, apunta el obituario.
Por otra parte, el nuevo director del Festival de Cine de La Habana que comienza el 1 de diciembre se refirió a la austeridad del evento. Dijo que la película de apertura sería Argentina 1985, de Santiago Mitre, sobre cómo los dictadores pueden ser llevados ante la justicia, al regreso de la democracia.
Pareciera una incongruencia en un país que ostenta la más larga de las tiranías del continente americano.
También pudiera accionar como guiño a los espectadores cubanos y su esperanza de terminar alguna vez con el decadente castrismo que no los deja insertarse en el mundo real.
Cuando llegue a La Habana para presentar su elogiada película, que ahora se exhibe con éxito en la plataforma de streaming de Amazon, Santiago Mitre pudiera preguntar sobre el destino de la película de su amigo Carlos Lechuga, Vicenta B.
El gremio artístico suele ser solidario con sus colegas en desgracia, aunque en el caso cubano sobran los ejemplos del silencio cómplice con la “admirada” dictadura.
El actual presidente del Instituto de Cine Cubano (ICAIC), Ramón Samada, trata de lapidar con cinismo la reciente protesta de Carlos Lechuga, comentada en mi columna anterior, sobre la manipulación a la cual ha estado sometida la inclusión de Vicenta B. en el programa del Festival:
“Su director ha roto públicamente con la Revolución Cubana, con todas las instituciones culturales, la Escuela Internacional de Cine y Televisión, la UNEAC, el ICAIC y su Registro del Creador, utilizando un lenguaje cada vez más ofensivo y vulgar hacia compañeros de la dirección del país, de sus instituciones y hacia artistas e intelectuales que no comparten sus ideas. Ha utilizado la presentación de la película en festivales internacionales como pasarela política para insultar y agredir a la Revolución Cubana”.
Cuando Cuba disfrute su “1985”, como los argentinos y otros pueblos, los represores serán llevados ante la justicia y amanecerá el país real y libre que nos merecemos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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