LAS TUNAS, Cuba.- “La música es la música y la política es la política”, recién dijo un cantante estadounidense de progenie cubana, mostrando su adhesión hacia cantores cubanos reprochados en Miami por estar directamente vinculados al régimen cubano, adujeron autoridades de esa ciudad, cuna del exilio provocado por el régimen totalitario castro-estalinista instaurado en Cuba hizo ya la friolera de 61 años.
Si la política según Aristóteles es la “filosofía de los asuntos humanos”, pero según dicen “la música es la música y la política es la política”, cabe preguntarse: ¿Qué es la música?
Reiterado por sociólogos, psicólogos, antropólogos y estar en la mira de la censura en los regímenes totalitarios, y, aun en las democracias en períodos de crisis, como toda manifestación artística la música es un producto cultural cuyo fin es suscitar un estado de ánimo, una experiencia estética en el oyente a través de sentimientos, emociones, circunstancias, pensamientos, ideas…
“Al ser la música un estímulo sobre el campo perceptivo del individuo, el flujo sonoro cumple funciones de entretenimiento, comunicación, ambientación o diversión, entre otros desempeños”, aseguran especialistas.
Conque “otros desempeños”. Mujeres y hombres recluidos en cárceles políticas en Cuba, hoy exiliados, con hijos y nietos en Miami, recuerdan como en sus años de cautiverio sufrieron la escucha obligada y reiterada de… “canciones revolucionarias” compuestas e interpretadas por “artistas revolucionarios”.
Y, aparentemente libres, cientos de miles de cubanos durante ya más de 60 años han abarrotado plazas públicas, estadios deportivos o teatros para escuchar desde “la nueva trova”, hasta orquestas con nombres de consignas revolucionarias que, aunque en la letra de sus composiciones bailables no se refieren a la política, sí mantienen las multitudes alejadas de quehaceres cívicos, orientadas a políticas del grupo en el poder a través de procederes culturales.
Los músicos, los artistas todos, son transmisores de íconos. Según el compositor Claude Debussy, la música es una suma de “fuerzas dispersas expresadas en un proceso sonoro que incluye el instrumento, el instrumentista, el creador, su obra, un medio propagador y un sistema receptor.”
Igual que con la música sucede con una novela, una película, o un cuadro: son “fuerzas dispersas” aunadas en busca de “un sistema receptor”, que pueden ser dos o tres personas, o una nación toda, o muchas naciones del mundo. Cervantes, Shakespeare, Mozart, Chaplin consiguieron ese “sistema receptor” universal, que un régimen totalitario o post totalitario clásico no está dispuesto a tolerar dentro de sus fronteras.
Para el antropólogo británico Edward B. Tylor (1832-1917), la cultura “incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y otros hábitos y capacidades adquiridas” por el ser humano.
Y bien sabemos que los regímenes totalitarios se inmiscuyen y coartan el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por las personas.
Cuba y los cubanos todavía hoy son una muestra visible de la interferencia cultural sufrida a manos de uno de los más enconados y persistentes regímenes totalitarios jamás visto en América.
Clifford Geertz (1926-2006), antropólogo y sociólogo estadounidense, concluyó que la cultura es “una ciencia interpretativa en busca de resultados”, y, “no una ciencia experimental en busca de leyes”.
Antropológicamente hablando y según Geertz, para estudiar la cultura debe hacerse del mismo modo que un arqueólogo estudia un suelo, “capa por capa.”
La cultura es un sistema de “concepciones expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales la gente se comunica, perpetúa y desarrolla sus conocimientos sobre las actitudes hacia la vida”, dice Geertz en el libro La interpretación de la cultura.
Pero tan temprano como fue el mes de junio de 1961, con apenas dos años en el poder, una película, PM, mostrando dos perfiles de La Habana, por un lado, el de los bares, las vitrolas, la música y el baile, sumido en sí mismo los danzantes, mientras por otra arista, milicianos llevados y traídos se preparan para la guerra, llevaron al castrismo a demarcar sin ambages las reglas de política cultural y para los cubanos todos, vigentes hasta el día de hoy:
“Dentro de la Revolución, todo; contra de la Revolución ningún derecho”, dijo Fidel Castro.
“En un régimen totalitario por la desaparición de todo mercado libre, por la hegemonía absoluta de lo político sobre lo cultural, los escritores y artistas no tienen más alternativa que ser cortesanos o disidentes, es decir, elegir entre el rol de comisarios culturales —que permite los privilegios de un empleo, ser editado o expuesto, viajes al extranjero o participar en encuentros— o vivir en una eterna cuarentena, al margen de todas las manifestaciones de la cultura oficial —la única existente— como sombras apestadas, y, a las espaldas, el riesgo continuo de, con cualquier pretexto, ser encarcelados, torturados, juzgados entre gallos y medianoche por una caricatura de tribunal y condenados a muchos años de cárcel”, dijo Mario Vargas Llosa en el artículo titulado Vamos a La Habana, publicado en Diario las Américas el 15 de octubre de 1995, a propósito del encuentro cultural España-Cuba 1995.
Concerniente a Cuba es preciso ser ciego, sordo, miope, daltónico, políticamente inculto, cobarde, muy timorato o cómplice del castrismo, para desvincular la política de la música, el béisbol o el humorismo, por sólo citar tres ingredientes del folclor cubano que son muy comentadas noticias no más iniciado 2020, por las manifestaciones hirientes, obtusas o muy atinadas expresadas por sus protagonistas en un debate que, lejos de ser tóxico, resulta muy saludable para el ejercicio de la cultura nacional en democracia.
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