LA HABANA, Cuba. – No hay manera de que el distanciamiento social, tan necesario para frenar la proliferación del coronavirus, se cumpla al interior de Cuba. Las aglomeraciones en las afueras de los comercios persisten, más allá de los estribillos publicitarios, que llaman a mantenerse distantes unos de otros y con las mascarillas cubriendo la nariz y la boca.
Y es que la desesperación por adquirir cualquier producto en tiempos de hambre e incertidumbres, en un futuro que proyecta nuevas oleadas de penurias, rompe con la idea de tomar esas precauciones. Lo que bulle en la mente de cada cubano es como conseguir víveres para el consumo diario de la familia y, si es posible, acopiar todo lo que se pueda en vista a que la situación va de mal a peor.
La pandemia es una realidad que pasa a un segundo plano en medio de problemas existenciales más apremiantes, como las deficiencias en las ofertas de productos de primera necesidad, lo cual genera un ambiente social caótico.
La presencia de policías y militares de alta graduación parece ser el único paliativo para evitar los zafarranchos en los exteriores de las tiendas. Las disputas, ya no son solo por la adquisición de detergente, pollo o papel sanitario.
Recientemente, la venta de galletas en el popularmente conocido, Ten Cent de la calle Obispo, en La Habana Vieja devino en una multitudinaria presencia, donde el pretendido distanciamiento, fue sustituido por empujones y acaloradas disputas.
La cuarentena bajo condiciones de escasez sistémica es un chiste de mal gusto. Es imposible encerrarse entre cuatro paredes por largo tiempo, sin tener garantizadas las provisiones imprescindibles. Varias veces a la semana hay que salir a convertirse en parte de algún tumulto sin la certeza de poder comprar. Las disponibilidades suelen ser precarias y una parte de las personas corren el riesgo de irse con las bolsas vacías.
Frente a estos escenarios, las probabilidades de que el mortal virus continúe expandiendo su radio de acción son peligrosamente altas. La gente, como lo señalé al comienzo del artículo, no ha tomado conciencia de la letalidad de un germen para el que no existen antídotos de probada eficacia.
Esas posiciones que pudieran ser calificadas de apáticas y carentes de sentido común hay que observarlas desde la perspectiva de varias generaciones sometidas al rigor del racionamiento y las promesas de un futuro con plenas satisfacciones materiales y espirituales bajo la conducción del partido único. Dos razones para comprender la retahíla de acciones irracionales frente a una redoblada cadena de insuficiencias en vías de agravarse debido a la casi total paralización de una economía con serios problemas estructurales, atada a las gravosas cadenas del centralismo y a merced del recrudecimiento del embargo estadounidense.
El número de muertos en la Isla por la COVID-19 tiende a alcanzar cifras escandalosas si no se consigue reducir el número de personas en las calles y la desmedida afluencia a los centros comerciales, sin los debidos controles. Quizás el régimen opte por llevar la represión a sus máximos niveles. Ya algunos dirigentes del partido a nivel municipal y provincial han expresado su disposición a crear “brigadas populares” para ponerle coto a las indisciplinas sociales. Una iniciativa aparentemente beneficiosa, pero que arrastra no pocas dudas.
En un país, donde las personas, carecen de amparos jurídicos frente a los excesos del Estado, este anuncio invita a pensar en una considerable escalada represiva desde ahora y sin un fin previsible. Si algo no falta en Cuba son policías, chivatos y gente que se presta a gritar y a repartir golpes de manera gratuita.
Se acercan tiempos muy difíciles, más allá de los efectos nocivos de la pandemia.
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