LA HABANA, Cuba. – En los años del Período Especial había una expresión utilizada por los niños que dedicaban sus horas de mataperreo a pedir limosnas a los turistas. “Partir chicle en la Catedral” era el divertimento de fin de semana para aquellos infantes empeñados en obtener golosinas, bolígrafos y otras baratijas de los extranjeros.
El hábito devino uno de los síntomas más desesperados de la crisis cubana, y fueron muchos los insulares que lo asumieron como algo terrible, pero justificado por la miseria general, que entonces no discriminaba edades ni contextos sociales. A medida que fueron quedando atrás los años más duros, las instituciones dictadoras de la moral socialista procuraron borrar la vergonzante imagen de los niños mendigos. Si bien el mal no fue del todo erradicado, disminuyó notablemente gracias a proyectos culturales y educativos orientados al sector infantojuvenil; y al recrudecimiento de la vigilancia policial en las zonas de mayor tráfico turístico para mantener a raya un problema que laceraba la imagen de la revolución cubana.
Hoy son muchos los ciudadanos que creen detectar indicios de una regresión al Período Especial. La escasez, agudizada precisamente en la época festiva, ha disparado las alarmas; pero el cuadro de varios menores asediando al turismo en la entrada de los almacenes “San José”, en la Habana Vieja, refrenda el agravamiento de la situación social y económica de la Isla.
Hembras y varones, algunos en el umbral de la adolescencia, esperan los ómnibus de Turismo para acosar a sus ocupantes. No buscan golosinas; por las claras piden dinero y no les basta con algunas monedas. Insisten al punto de no dejar a los turistas caminar; se los disputan entre ellos con palabrotas y cuando acumulan algunos dólares, negocian con los propios taxistas para hacer la conversión a CUC.
Todo ocurre ante la mirada de los empleados de los almacenes “San José”, transeúntes y choferes de los autos de confort que, según la locuacidad popular, son chivatos y rompehuelgas al servicio de la Seguridad del Estado. Nadie hace ni dice nada porque a nadie le importa. A nadie le duele que sesenta años después del triunfo de “la revolución más humanista y justa”, una niña negra se abrace a “ese tipo blanco que trae el billete”; un desconocido que luciendo una boina del Che Guevara le da dinero a cambio de tomarse una foto con ella, producto malogrado del socialismo cubano.
A nadie le preocupa que esa niña haga lo mismo durante la noche y cualquier pervertido, amparado por la ligereza moral de la población y el abandono de la menor, pueda aprovecharse de ella. Nadie repara en la actitud casi delincuencial de esos personajes dickensianos que tratan de evadir la cámara, familiarizados desde temprana edad con el principio de que los periodistas son el enemigo.
Un vecino comentó a CubaNet que la madre de uno de ellos cumplió ocho meses de condena por negligencia infantil; pero la raíz del problema continúa creciendo sin intervención de las autoridades. Irónicamente, mientras los infantes asediaban al turismo en horario escolar, la policía se concentraba en las inmediaciones del Capitolio para reprimir eventuales protestas pacíficas de los opositores al gobierno.
La política de apariencias y represión se mantiene como prioridad ante la debacle social. Treinta años después de la crisis de los noventa, con lineamientos económicos en marcha, transición de poder, inversión extranjera y “más fe en el proceso que nunca”, la rapacidad de esos menores es consecuencia de la pobreza extrema, la desigualdad social y la disfuncionalidad familiar provocada en gran medida por los dos primeros factores.
No faltarán quienes digan que infantes pedigüeños hay en todos los países del Tercer Mundo; pero si existe tal conformidad con que Cuba sea igual al resto en tan lamentable aspecto, que lo sea también en cuanto a verdadera libertad de empresa, sufragio, asociación y demás garantías que el pueblo no posee.
Ante la ignominia de ver cómo niños del barrio pobre de San Isidro se abalanzan sobre los turistas que llegan cual magnates en autos clásicos, con sus tabacos y su ropa fina, es inevitable cuestionarse si para eso se han sacrificado y han perdido tanto los cubanos. No hay en el vídeo una sola imagen que no irradie connotaciones racistas, colonialistas y supremacistas; “rezagos propios del capitalismo”, opuestos a la pretendida pureza de la revolución cubana.