Hundieron el barco, ¿y qué?

LA HABANA, Cuba. – Otra vez lo han vuelto a hacer, y una vez más no tendrá consecuencias significativas para sus perpetradores. Incluso la Embajada de Estados Unidos en Cuba, sin esperar por los testimonios de los sobrevivientes, se apresuró en calificar de “accidente” lo que a la luz de tragedias similares, anteriores, se revela como una práctica recurrente.
Hundieron otra embarcación civil y no pasará nada, como nada importante sucedió cuando el horrendo crimen contra el remolcador “13 de marzo”, en julio de 1994, o cuando dos años más tarde, en febrero de 1996, en un acto de total abuso, de absoluta prepotencia, un avión caza de las FAR derribó avionetas pilotadas por cubanos que desarrollaban una acción pacífica.
Solo hay que escuchar los audios de los pilotos del régimen, la satisfacción que demuestran al asesinar a cuatro compatriotas, para tener una idea de cuán retorcidas son las mentalidades tanto de los que dan la orden de matar como de quienes la ejecutan, como si todo se tratara de accionar los comandos de un videojuego.
Esas son las mentes deshumanizadas, cargadas de odio, que durante décadas el Partido Comunista de Cuba (PCC) se ha encargado de manipular, de vaciar a fuerza de “trabajo ideológico”, y esas, así de bestiales, de sanguinarias, son las cabezas de muchos zombis que nos rodean y que están donde quiera que haya un ser humano incapaz de ver crimen donde evidentemente lo hay.
Porque después del remolcador hundido y las avionetas derribadas hubo más. Solo hay que echar mano a la prensa, al cúmulo de “notas oficiales”, para descubrir que hasta posiblemente se pueda hablar de un patrón reiterado, y no solo eso, sino que siempre parece suceder cuando se acerca la votación sobre el embargo en las Naciones Unidos y cuando el tufo a “intercambios” y “conversaciones” se hace más intenso en el Estrecho de Florida.
Incluso en marzo de este mismo año, otra embarcación donde viajaba una veintena de personas fue hundida por los guardacostas cubanos en las inmediaciones de Cayo Coco. Hubo un fallecido, solo uno, pero incluso aunque no lo hubiera habido, el simple hecho de que una embarcación militar arremeta contra una civil es una acción monstruosa que describe la naturaleza del gobierno que emite la orden, así como de quienes la justifican.
En esta ocasión, sin detenerse a pensar que en la embarcación de Bahía Honda viajaban menores de edad con sus padres, que no se trataba de una acción de guerra sino de personas como tú y como yo que solo deseaban emigrar, una vez más se dio la “orden de combate”, la orden de “partirlos en dos”, como todos la hemos visto dar tantas veces, y en especial ese 11 de julio glorioso cuando, por cierto, también la Embajada de Estados Unidos le “hizo la pala” al régimen en un tuit donde “confundía” las razones de las protestas pacíficas.
“Algo pasa entre estos dos porque, evidentemente, nada pasa”, me decía cierto amigo, buen conocedor del asunto, con respecto a la casi ausencia de reacciones internacionales que tuvo este último suceso. Y tanto a él, como a muchos por acá, en el ambiente comienza a presagiarse un cierre de fronteras, en tanto la válvula de escape ha estado abierta por mucho tiempo, tanto que ya es momento de negociar el fin de un éxodo masivo que además es, como todos los anteriores, una “invasión silenciosa” de aquí para allá, y eso lo veremos cuando pasen los años.
Tan intencionales han sido los silencios, que ni siquiera Estados Unidos se ha detenido a observar con saludable sospecha las diferencias entre las intercepciones de embarcaciones civiles de los guardacostas suyos y las de los militares cubanos. Las de nuestros vecinos jamás terminan en tragedia, apenas son maniobras de aceptación o repatriación, pero de las del régimen cubano lamentablemente ya sabemos el final, y los muertos, muchos de ellos niños, mujeres, ancianos, van en aumento con el paso de los años, pero apenas para engrosar estadísticas frías de las que después pocos hablan, y por las que después nadie juzga ni condena a los culpables.
Solo nosotros, los cubanos y cubanas dolientes, llevamos tantas muertes de inocentes en la memoria. Convenciéndonos cada día más de la guerra de intereses políticos en medio de la cual se desarrollan nuestras vidas, si es que aún queda algún argumento para continuar llamándolas así, cuando vivir en medio de un campo de batalla, de una guerra ajena a nosotros los cubanos de a pie, es apenas supervivencia, o milagro de estar vivos.
Solo a quien le duele tanto horror piensa en el castigo a los culpables, pero lo cierto es que, una vez más, si continuamos de brazos cruzados o atascados en nuestras ingenuidades, todo quedará ahí, como alimento para el olvido.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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