LA HABANA, Cuba. – Abraham pensó que había hecho el gran negocio de su vida. Apenas arribó a La Habana desde Holguín y ya tenía entre sus manos tres cadenas y una sortija de oro por las que ganaría en total poco más de 2000 dólares. Cuando bajó del ómnibus y pisó por primera vez en su vida las calles del Vedado solo llevaba en el bolsillo el celular Samsung casi nuevo que le había ganado en una apuesta a un amigo del barrio, más unos 40 dólares regalados por su abuelo para que no se instalara con las manos vacías en casa de los tíos, en la capital.
Le habían dicho que en La Habana se hacía dinero con cualquier cosa y que hasta el más bobo podía “darle la patada a la lata” ya sea “empatándose” con una “yuma” (una extranjera), enrolándose en cualquier “negocito” o hasta por casualidad —“la suerte es loca”, dice el joven Abraham— y, por tanto, no desconfió del anciano de apariencia noble que dijo haberse encontrado las prendas de oro envueltas en una bolsa de nailon, debajo del mismo banco del Parque Central donde los dos, “por azar”, se habían sentado a descansar.
“Yo vi al viejo, con cara de noblón, sin maldad. Se sentó, me pidió candela para prender un cigarro y sacó el periódico. Pensé que era un gay que venía a lo que tú sabes, como pasa aquí a veces, pero no. Como al rato vi que se agachó a buscar algo y recogió una jabita, la abrió delante de mí y sacó las cadenas y la sortija, parecían de oro de verdad”, cuenta el chico, todavía con evidente malestar a pesar de que ha pasado más de un año de aquel suceso.
“Fue el viejo el que me pidió que le cambiara el teléfono y 30 pesos (dólares) por las cadenas y la sortija. A mí me pareció raro pero de verdad parecía noble, un pobrecito. Me dijo que él lo que necesitaba era el dinero para comprar comida y pagar la luz y que no sabía cuánto podía costar todo eso, y yo pensé ‘¡Contra, estoy hecho!’ y le ‘partí el brazo’ (me aproveché). Para que tú veas, me dio hasta lástima. Cuando fui al joyero y me dijo que aquello era latón, que no valía ni diez fulas (dólares), lo que quería era salir y matar al viejo ese, jamás lo volví a ver”, se lamenta Abraham, que no quiso denunciar la estafa por ser considerado un “inmigrante ilegal” en la capital del país donde nació y vive.
“Esa es la estafa más vieja del mundo”, opina Daniel, otro joven que ha conocido de casos similares al de Abraham. Según él, el Parque Central es frecuentado por chicos y chicas recién llegados del interior del país en “busca de suerte”, lo cual los hace vulnerables frente a los estafadores.
“Eso de la jabita con las cadenas de oro es un clásico en La Habana, más viejo que la chapita”, afirma entre risas: “Lo que es aquí y por la Terminal de Trenes, en el Parque de la Fraternidad, siempre hay dos o tres cazando a los que llegan fresquitos y hasta con olor a tierra. El guajirito se ve a la legua y aquí les caen como buitres, y más ahora que el estafador está que da al pecho con esto de que no hay nada. Ayer mismo le enmarañaron un reloj a un chamaco. Como (los estafadores) saben que están ilegal casi nadie dice nada, la Policía ni se mete en eso, vaya, es que si te pones, hasta el policía se moja con la jugada, porque aquí todo el mundo está puesto para coger lo que le den”, asegura Daniel, quien dice no advertir a las víctimas cuando ha presenciado algún caso pues hacerlo pudiera atraerle represalias.
“Aquí cada cual tiene que cuidarse, y también la gente tiene que aprender dándose golpes. Yo he visto policías que pasan y ni se acercan; la estafa es algo ya muy normal en La Habana, es como el bautizo del novato. Si te metes, te buscas una puñalada de gratis, y aquí se trata de sobrevivir no de poner el muerto”, concluye el joven después de insistir en que la situación ha empeorado en los últimos meses, de acuerdo con su experiencia cotidiana.
Las calles desoladas, el toque de queda, el ejército en las calles no han podido contra decenas, quizás cientos, de maleantes que aprovechan las circunstancias y ocultan su verdadero rostro tras las mascarillas, haciendo fácil que los confundan con cualquiera. También conspiran el desempleo creciente, la falta de dinero a causa de la paralización del turismo, el desabastecimiento y el hambre que traen aparejados tantos problemas acumulados durante más de medio siglo y que se han agudizado en menos de medio año. El crimen callejero no ha cesado en la Isla. Por el contrario, pudiera estar escalando a niveles mayores.
“Se vuelven a ver cosas que ya no se veían desde los años 90, y eso que La Habana aún no la han abierto. Todos los días me entero de una estafa distinta. Siempre ha habido estafadores; es La Habana. Pero desde hace un tiempo para acá es como si hubiéramos vuelto a los años 90”, comenta un vecino de la calle Monte, en La Habana Vieja, cuando le preguntamos al respecto.
“Hacía rato que yo no veía arrebatar una cadena, y los otros días, como a las 6:00 de la tarde, tiraron a una chiquita al piso para quitarle una cadenita de basura, la semana pasada le estafaron 20 dólares a uno que pagó por un turno y cuando fue a meterse en la cola resulta que le habían vendido un pedazo de cartón con un numerito y ya. Ha pasado todo este tiempo, ¿y a quién uno va a acusar? Pero es que el nasobuco (mascarilla) no te deja ver bien con quién estás hablando”, afirma una señora que vive en las cercanías del Parque de la Fraternidad.
El encierro y las limitaciones de movimiento en las ciudades cubanas no ha sido obstáculo para las estafas y los estafadores. Las redes sociales en este momento están abarrotadas de advertencias y denuncias de víctimas que no encuentran otra vía mejor para dar caza a los malhechores, lo cual pudiera indicar la falta de confianza de las personas ante los organismos estatales encargados de administrar justicia y establecer el orden.
De acuerdo con lo que puede leerse en los comentarios a publicaciones de este tipo, la percepción que prima en las redes sociales es que la Policía apenas sirve para organizar filas frente a los comercios y, sobre todo, para sofocar disturbios populares evitando un estallido social que pueda empañar aún más la imagen de estabilidad social que el régimen intenta proyectar hacia el exterior a toda costa.
“¿Ir a la Policía? ¿A qué? Te dicen a la cara que ellos no están para eso pero, además, se limpian diciéndote que la culpa es de uno mismo porque no tenía que comprar en Revolico o en la calle. Cuando vienes a ver, el que va preso es el estafado. Mejor lo pongo en Facebook y por todos lados y que se le acabe el jueguito”, comenta alguien ante la denuncia de una estafa con joyas falsas, un episodio similar al que narramos al inicio de este reportaje pero sucedido en Santiago de Cuba.
Se han revelado en tal abundancia las estafas y estafadores que incluso algunos grupos de compraventa en Internet se han visto obligados a colocar advertencias en sus portadas para evitar que los hagan responsables directos o indirectos del delito.
Una de estas notas llama la atención sobre las estafas relacionadas con la venta de pinturas, quizás de las más frecuentes hoy en Cuba junto con la fabricación de colchones que no llevan guata y espuma como relleno sino pasto seco, tierra y hasta basura.
“Decían que eran colchones importados de Panamá y antialérgicos. Lo trajeron envuelto en nailon, parecía de verdad que era nuevo, pero cuando le quité el nailon salía tremendo mal olor. Aquello no tenía guata ni muelles, eran trapos sucios y hierba con tierra por todos lados, hasta bichos muertos”, así describe su experiencia una de las víctimas después de publicar los teléfonos y las fotos del estafador, a quien quizás jamás ha vuelto a ver.
Jesús, administrador de un grupo en Facebook dedicado a la comercialización y que cuenta con cerca de 20 000 miembros y más de 200 publicaciones diarias, dice tener prohibida la promoción de pinturas porque “todas, absolutamente todas, son estafas”.
“Yo elimino más de 20 publicaciones todos los días de gente vendiendo pinturas, latas de pintura. ¿De dónde va a sacar alguien tanta pintura en este país? Pero lo más terrible es que están a la cara, con teléfono y todo, llevan años en eso y la Policía ni se mete. No he visto ni un solo caso en la televisión, son latas de fango y agua, eso no es pintura. Eso es viejo en Cuba pero nadie dice nada. Esos descarados tienen que estar ‘mojando’ (sobornando) a alguien para que estén a lo descarado”, opina Jesús.
No se hace difícil encontrar testimonios sobre el problema de las estafas en la calle. La abundancia de anécdotas nos hace sospechar que se ha convertido en parte del día a día de los cubanos pero, sobre todo, de los habaneros.
Apenas se toca el asunto con cualquier desconocido y brotan las historias, las denuncias y las advertencias acerca del empeoramiento del fenómeno debido a una crisis económica cada vez más profunda pero, además, a la indiferencia institucional.
De hecho, casi todos los oficiales de la Policía con los que conseguimos conversar sobre el tema de manera informal, ya que no se les permite dar entrevistas a la prensa independiente, señalan que se percibe un incremento de los casos pero igual dudan de que logre hacerse justicia teniendo en cuenta que tanto la víctima como el victimario son conscientes de que muchos de estos delitos se efectúan en el contexto de lo ilegal, el espacio en que transcurre buena parte de la vida de cualquier persona en la Isla que pretenda llevar “una vida normal”.
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