LA HABANA, Cuba. ─ El sábado pasado fueron agredidos los miembros de la Unión Patriótica de Cuba ─la aguerrida UNPACU─, que durante dos semanas se han mantenido en huelga de hambre en su sede del Reparto Altamira, en la segunda ciudad de la República. El título del reportaje publicado el domingo en este mismo diario digital por la colega Katherine Mojena expresa todo lo esencial: “Nos incomunicaron, nos hicieron un acto de repudio y nos apedrearon la vivienda”.
Es conveniente rememorar las razones que llevaron a José Daniel Ferrer y a sus valientes seguidores a iniciar esta protesta pacífica: fieles a su vocación altruista y a sus principios cristianos, los demócratas de la UNPACU iniciaron y mantuvieron, durante semanas, un servicio para brindar alimentos a los indigentes que, “gracias a la revolución”, abundan en la capital oriental.
Cientos de ciudadanos humildes recibieron de los opositores solidarios un apoyo que para ellos, en medio del desabastecimiento y del total desamparo que sufren, resulta vital. El régimen castrista, poniendo de manifiesto su protervia (es decir, su persistencia en la maldad) actuó como un perro del hortelano de nuevo tipo. Si el mencionado cuadrúpedo “ni come ni deja comer”, los comunistas ni alimentan ni permiten que otros lo hagan.
La actuación del aparato represivo del régimen contra los buenos samaritanos y sus protegidos adoptó formas diversas. Hubo visitas intimidatorias de la policía política, en las que se exhibieron los carnés con la abreviatura, en grandes letras verdes, del nombre oficial de la represiva institución (DSE). También ocupación arbitraria de alimentos destinados a la olla común; arrestos y actos de coacción para impedir el movimiento de los involucrados.
Fue ante esa sarta de atropellos que Ferrer y sus amigos decidieron recurrir al arma desesperada y peligrosa de la huelga de hambre, casi la única con la que aún contaban en su pobre arsenal. A medida que iban pasando los días, nuevos compatriotas se incorporaban a esa protesta pacífica. Hay entre ellos tanto miembros de la organización que la inició, como integrantes de otras que se han sumado por solidaridad.
La propaganda castrista ha arremetido contra los huelguistas, en especial desde el Noticiero Nacional de Televisión. Mención especial merece, sin dudas, Humberto López, convertido en portavoz de la infamia. Del mismo modo que, ante la probada inoperancia del sistema de salud de la Isla, el número oficial de contagiados con el Virus Comunista Chino crece día tras día, así también cada nueva peroración del sujeto pretende superar, por su grado de vileza, a las que la han precedido.
Pero conviene aclarar que, pese a la indudable justicia de las condenas que se suceden desde la prensa independiente a la cobarde acción intimidatoria orquestada, tampoco debemos excedernos en nuestra calificación. Es lo que sucedió —creo— con el trabajo publicado en ADN Cuba con un título exagerado: Acto de repudio contra la UNPACU: la miseria moral de un país convertido en horda.
Esas palabras corresponden al colega José Raúl Gallego, quien especula sobre los sentimientos que habrá experimentado ¡nada menos que Israel Rojas!, al constatar que su música es “utilizada como banda sonora” de esas acciones coactivas contra “personas con las capacidades físicas disminuidas”. (Supongo que estará orgullosísimo).
O qué acople habrá entre la percusión de ese número musical con el sonido de las piedras lanzadas por los repudiantes al chocar contra la modesta vivienda, todo ello en medio de los gritos desesperados de un niño —el hijo más pequeño de José Daniel— aterrorizado por el ataque.
En la desdichada Cuba de hoy sí se puede —y se debe— hablar de esa indigencia ética. Pero parece inadecuado hacer recaer las culpas por la perpetración del bochornoso “acto de repudio” sobre el conjunto de la ciudadanía. A estas alturas, si vamos a hablar de “miseria moral” en nuestra Patria, debe ser para aludir a las omisiones, a la inacción que suele caracterizar la conducta de la mayoría de nuestros coterráneos.
Los cubanos de a pie no se esconden para expresar su rechazo al gobierno que ahora encabeza Miguel Díaz-Canel. Y menos ahora, cuando al pobre enfrentamiento a la pandemia (incluido el hecho de ser el nuestro el último país latinoamericano que comenzará a vacunar a su población) se une el desastre económico entronizado por la mal llamada “Tarea Ordenamiento”.
Por desgracia, hasta el momento, ese repudio generalizado no se ha traducido en actos concretos de oposición al régimen. Pero tampoco puede decirse que, como regla, nuestros compatriotas se presten a acosar a conciudadanos suyos por medio de “actos de repudio” como el sufrido por José Daniel Ferrer y sus amigos.
Supongo que en la segunda ciudad del país suceda lo mismo que en esta capital. La norma es que los vecinos inmediatos de las víctimas, a pesar de las amenazas y la coacción, se nieguen a participar en esos bochornosos eventos. Aunque traten de hacer ver que se trata del “pueblo indignado”, que condena “de modo espontáneo a los apátridas”, el solo hecho de tratarse de habitantes de zonas alejadas, que son transportados en vehículos fletados al efecto, echa por tierra esa falacia.
Se trata de una puesta en escena destinada a intimidar no a Ferrer y sus valerosos seguidores (¡qué le importa a un tigre tener una raya más!), sino a sus vecinos. Esperemos que, en medio del hartazgo de los cubanos con este sistema de miseria y opresión, el cobarde intento haya tenido el efecto contrario.
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