¡Si el bárbaro estuviera vivo, esto no pasa!


LA HABANA, Cuba. – En una cola de cinco horas para comprar queso crema y leche evaporada -dos productos que ahora mismo representan un lujo-, se produjo un singular episodio de malestar popular cuando el mayor del MININT que estaba a cargo de la organización dijo que la tienda ya iba a cerrar, que solo podrían pasar otros cinco clientes. Los presentes intentaron razonar con el oficial, explicarle que apenas faltaban veinte personas por acceder a la tienda, que por favor extendieran un poquito el horario de servicio, solo por hoy, pues algunas mujeres no tenían leche que dar a sus niños.
Pero no hubo forma. Algunos dieron la espalda y se fueron sin escuchar el discursillo de consolación. La mayoría permaneció ahí, esperanzada, como si flexibilidad y régimen militar fueran conceptos compatibles en algún nivel. Solo cuando bajaron la rampa de la tienda y los últimos cinco elegidos se alejaron definitivamente del resto, la gente se alteró.
Horas antes, en esa misma cola se había comentado acerca de la manifestación convocada el pasado 30 de junio por los opositores cubanos contra el abuso policial. Casi todos habían leído algo en redes sociales y comenzaron a hablar de los arrestos domiciliarios que tuvieron lugar ese día, de las amenazas a los activistas, de la vigilancia; y de ahí a los derechos, o la ausencia de estos. El debate se animó en el plano de las libertades, cuestionando la utilidad de la actual Constitución -algo tarde, desafortunadamente-, dando paso a una inconformidad ciudadana que pareció ir más allá de la falta de pollo y jabón para interesarse por los derechos políticos.
Precisamente por lo saludable de aquel intercambio ciudadano no pude creer que en medio de la acalorada discusión a causa de “los últimos cinco”, una mujer joven cuya madre no pudo comprar por haber quedado fuera del privilegiado grupo, se volviera hacia los demás y dijera en alta voz: “¡Si el bárbaro estuviera vivo, esto no pasa!”. La gente se quedó medio en suspenso, como si no entendiera qué quería decir. Pero lo dijo y además agregó: “fíjate que de pensarlo me erizo”; y estiró sus dos brazos así, muy chill, para subrayar la intensidad de aquella sensación.
El “bárbaro” al que se refería, era Fidel Castro. Su admiración por el difunto no resultó tan desconcertante como la afirmación de que si estuviera vivo, habríamos entrado todos a la tienda a comprar cuanta leche y queso crema pudiéramos cargar en nuestras bolsas. Un hombre de la cola, que había alternado el debate político con golosas anticipaciones sobre las tartas cheesecake que su esposa prepararía cuando él llegara, triunfante, con el queso crema, me miró con cara de “recoge y vámonos”; expresión popular que se utiliza cuando no hay nada más que hacer o decir sobre una situación equis.
Y eso fue lo que hicimos, todavía sin creer que aquella joven soltara semejante disparate después de tantas horas machacados, sin almorzar, bajo un sol de cañaveral. A esa federada nadie le ha explicado con lujo de detalles qué fue el Período Especial, cuando se hacían colas peores para comprar cualquier miseria que apareciera. Ella era una niña en aquel entonces y probablemente sus padres pasaron hambre para evitarle que conociera, desde pequeña, ese doloroso crujir de tripas en la madrugada. Sus padres no le contaron que mientras el “bárbaro” estuvo vivo se dedicó metódicamente a arruinar el país, hambruna y represión mediante.
Estos exabruptos de fanatismo dan la medida de cuán tortuoso y largo será el camino de la democracia. Si bien los cubanos que comparten la credulidad de esa joven no son tantos como el régimen pretende, tampoco son un puñado, como quiere creer la oposición. A Cuba no solo hay que devolverle sus libertades; también su memoria histórica, el devenir de la nación limpio de las falsedades diseminadas por el adoctrinamiento en todos los niveles de la educación.
Para demoler el mito de que “Fidel Castro nos puso en el mapa”, Cuba precisa conocerse a sí misma. Los nacionales necesitan entender, en primera instancia, qué son los derechos políticos y por qué deben ser ejercidos a plenitud. Solo así se podrá alcanzar una verdadera democracia, que no será perfecta, pero se ha de procurar que nazca lo menos defectuosa posible.
El pueblo cubano seguirá siendo vulnerable si el día de mañana el régimen decide apostar por una apertura económica generosa, o al menos lo suficiente para engolosinar a los ciudadanos y que estos dejen de lado la variable política. Mientras los cubanos se conformen con la idea de que los derechos políticos son una merced que el régimen da o quita según el presidente que ocupe la Casa Blanca, y la constitucionalidad sea patrimonio exclusivo de una élite, las libertades económicas serán inútiles.
Cada día se hace más importante la participación política consciente de los cubanos, lo cual no significa dar un cacerolazo, ni calentar la cola. La presión internacional puede ayudar, el liderazgo de la oposición, si en algún momento se expresa como tal, será útil; pero lo fundamental es que el pueblo se movilice políticamente y deje de ser ese rebaño que monta en cólera solo cuando no tiene un pedazo de pollo en el congelador.
A la democracia se llegará por el camino largo, el de la paciencia y la constancia, aunque se retuerzan de desesperación quienes querían la libertad para ayer. Qué tan largo será depende de quienes han despertado ya, y de su habilidad para hacerles entender a los adormecidos que a partir de 1959 no hubo “bárbaros” en Cuba; solo barbarie.
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