GRANMA, Cuba. – Ahora que las autoridades cubanas celebran con júbilo solapado la “derrota” de Donald Trump y sueñan con un mar de remesas, créditos e inversiones que inunden la Isla de San Antonio a Maisí, o alimenten, desde el exterior, la enquistada y parasitaria existencia estatal impuesta como método para sobrevivir en el país… ¿qué novedad o salto adelante puede hacer que la nación logre respirar?
En tiempos en que el patriotismo insular se mide por el monto de las remesas que envíen los cubanos desde el exterior y el costo de las compras que realicen sus parientes en tiendas que venden sus productos en Moneda Libremente Convertible, no veo los motivos para celebrar.
Y si antes mordieron la mano que les tendía Obama, ¿podrá Joe Biden escapar del escarnio de una reflexión titulada El hermano Joe? ¿Tendrá temple y tripas Kamala Harris para leer en el Tribuna de La Habana algo así como ¿Negra, tú eres sueca? Seguro que no, pero la historia se vuelve a repetir.
¿Serán capaces Biden y Kamala de ir más allá de restablecer una relación con banderitas, estrechones de manos, besitos en las mejillas, vuelos y cruceros arribando a la isla con miles de estadounidenses regando los añorados billetes verdes por toda la geografía nacional?
Estoy casi convencido que puedan llegar hasta ahí. Pero empoderar a los cubanos, defender sus derechos a opinar, reunirse, disentir, exportar y hasta comer es harina de otro costal. ¿Alguien puede imaginar a Joe Biden reunido con representantes de la oposición en el país? ¿Ver a Kamala en una campaña contra la violencia de género, el feminicidio y el racismo en la Cuba de hoy?
Pienso que tienen derecho a intentarlo, pero ni eso harán una vez que ya se sientan dueños del poder en su nación. Para mí lo que harán es revertir el sofocón que, como ningún otro mandatario de ese país, le impuso Trump al gobierno cubano, su emporio militar y cuantas alimañas lucraran con el dinero del pueblo para emplearlo en reprimir, hambrear y silenciar a la población.
Tal vez, para comenzar este nuevo atracón, el dúo Joe-Kamala envíe a un grupo de agricultores y empresarios norteamericanos a ver, junto a Machado Ventura, qué pasa en esos surcos patrios donde hace décadas -no importa si es demócrata o republicano quien detente el poder en los Estados Unidos- no se logran las treinta libras de viandas al mes
¿Lograrán el balbuceo de Biden y sus presumibles dádivas a la revolución que la Empresa Estatal Socialista deje de causar pérdidas a la economía nacional? ¿Recorrerá Kamala las interminables filas de cubanos para intentar adquirir un paquete de pollo y un litro de aceite? ¿Revertirán esta humillante situación?
Si al menos hacen eso y logran que las autoridades cubanas pongan fin al apartheid económico que existe en el país y levanten la prohibición de viaje a cientos de cubanos “regulados” por disentir de la revolución o militar en organizaciones alternativas al poder, realizar activismo racial y ejercer el periodismo independiente sin ir a prisión, tal vez valga la pena su gestión.
Sin embargo, la irrefrenable inclinación a la izquierda de la nueva fórmula del poder en EE.UU. más cerca de realizar un aquelarre en la Isla junto con el zar ruso Vladimir Putin, el Ayatolá iraní Ali Jamenei y el emperador chino Xi Jinping.
Poco les importará la zozobrante miseria de la dictadura de Maduro en la Venezuela bolivariana, ni del retorno al poder del Movimiento al Socialismo del defenestrado indígena Evo Morales o la nueva constitución de Chile. Sus promesas de campaña estaban dirigidas a devolver el poderío económico y la democracia a los Estados Unidos y rescatar a Cuba del obsoleto comunismo.
Pero intentar todo esto con las mismas recetas del socialismo sólo traerá más corrupción en la cúpula del poder y represión y carencias para un pueblo abandonado en lo social, hambreado en lo económico y oprimido en lo político por un gobierno que no entiende de diálogos ni compromisos. Lo demás está condenado al fracaso. Sólo fuegos artificiales para las multitudes.
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