LA HABANA, Cuba. – Demasiado pronto para ofrecer un balance total de las pérdidas materiales pero las imágenes permiten calcular que son varias decenas de millones de dólares las que ha succionado el tornado en solo dieciséis minutos de ensañamiento con un pedazo de La Habana que apenas superó los doce kilómetros lineales.
Los cálculos preliminares hablan de cerca de 1300 viviendas afectadas y, entre estas, más de 120 derrumbes parciales pero habría que esperar un par de días más para cuantificar con exactitud todo lo que el viento se llevó (y lo que sus secuelas habrán de llevarse), incluidas las vidas humanas, más cuando varios de los heridos se encuentran aún en estado crítico pero, también, cuando algunos, sobre todo ancianos, no logren física ni emocionalmente superar la incertidumbre, las depresiones, el tener que comenzar de nuevo. Esos también serán víctimas del desastre.
Sin embargo, para quienes no vivieron el infierno de los miles de habaneros que hoy están total o parcialmente a la intemperie, o camino a un albergue de tránsito (que pudiera convertirse en “hogar” definitivo), sin dudas otros tornados invisibles, indirectos, también habrán de afectarles en breve, de modo que el torbellino devastador no habrá pasado en exclusiva para unos pocos miles en la isla sino que, por carambola, terminará afligiéndonos a todos, vivamos dentro o fuera de Cuba.
La “cosa” ya de por sí estaba difícil y el inesperado llegó para ponerla peor.
No es necesario poseer dotes de médiums para vaticinar lo que sucederá en los próximos días y cómo la tromba, aunque ya disipada, marcará con saña el ritmo de la vida de los cubanos de a pie ‒no así la de unos pocos ciudadanos “con privilegios”‒, en este 2019 que apenas ha echado a andar, y se pudiera decir, que “con el pie izquierdo” si le sumáramos otras crisis: el pan, el calvario del transporte público, los médicos en Brasil, los incendios cada vez más recurrentes, la amenaza del no en el referendo constitucional, Venezuela… una vorágine siniestra.
Pero, en un nivel más simplificado de la vida interna cubana, valdría solo observar un detalle para ilustrar cuán compleja se tornará.
Si ya se hacía muy difícil adquirir materiales de construcción en las tiendas estatales y en los rastros, a partir de lo sucedido el asunto se volverá más complejo y hasta quizás la idea del gobierno de llegar a producir una vivienda por día termine tan postergada como aquella promesa de edificar un consultorio médico por cada 120 familias.
Las consecuencias no quedarán solo ahí. Los últimos reportes oficiales no abundan en detalles sobre las pérdidas económicas en los organismos estatales pero el hecho de que una veintena de importantes almacenes de insumos en la zona de Berroa, al igual que las plantas industriales de la empresa Suchel, varios depósitos de mercancías del Puerto de La Habana y sectores importantes de la refinería Ñico López estuvieran en el camino del tornado, puede advertir sobre lo que muy pronto estaremos escuchando y sufriendo en carne propia.
Por ejemplo, aumentará el contrabando de todo cuanto súbitamente entrará en déficit, y los precios sin dudas terminarán doblando varias veces a los actuales, ya más que inflados. Así, otros cientos de millones de dólares en pérdidas y escamoteos habrán de sumarse a esa otra cifra abrumadora sobre la que daba cuenta la Contralora General en su último informe anual referido a la corrupción en las empresas estatales, y que para nada es consecuencia de la impredecible naturaleza tropical sino de la ya muy “natural” estrategia de sobrevivencia de los cubanos.
Entonces, a preparar no solo el ánimo para una larga, tortuosa e incierta recuperación que hará inolvidable este 500 aniversario de la capital cubana pero, sobre todo, a alistar los bolsillos porque, al despertar mañana, el tornado aún estará aquí.