
LA HABANA, Cuba. – Uno de los pilares fundamentales de la dictadura cubana siempre ha sido la desinformación, encaminada a tratar de dar la visión de que la revolución trajo bienestar al país y acabó con la delincuencia. Con ese fin, una de las primeras medidas tomadas por el gobierno castrista fue secuestrar los medios de comunicación. A partir de entonces, y tras un proceso de rigurosa depuración, los periodistas dejaron de servir al pueblo para representar los intereses del grupo en el poder. La prensa extranjera se tornó asimismo complaciente como condición para permanecer en el país.
Consecuentemente, desapareció de la prensa la llamada crónica roja, que reflejaba sucesos relacionados con asaltos, pandillas, violaciones, estafas, homicidios. Al mismo tiempo que los medios oficialistas callan esas tragedias cuando ocurren en Cuba, divulgan constantemente hechos de este tipo acaecidos en países democráticos, especialmente si es en Estados Unidos.
Esos lamentables sucesos se han convertido en secreto de Estado. No obstante, pese a este secretismo, muchas veces nos llegan en forma de rumores que encierran una base real, independientemente de cuántos detalles la gente les pone o les quita a medida que los va difundiendo. La prensa oficialista combate esos rumores, y cuando hacen comentarios al respecto alegan que son mentiras creadas por los “enemigos de Cuba” apoyados por los asalariados del imperio. Sin embargo, no pocas veces hemos visto confirmada la veracidad de estos dramas a través de series policíacas trasmitidas por la televisión algún tiempo después.
Quizás, si la prensa oficialista cubriera esos delitos, algunas de las víctimas confiarían más y denunciarían. Por el contrario, es indiscutible que las instituciones no sienten la presión que pueden ejercer los medios para dar solución a estos casos, que no se divulgan por la censura que encubre la negligencia de las autoridades. Es por ello que abundan los comentarios negativos tanto de las víctimas como de familiares y amigos, y no todos los afectados por estas felonías acuden a la justicia.
Un ejemplo reciente le sucedió a Delia. Relata que un joven amable y de buen aspecto tocó a su puerta para saludarla. Se fingió nieto de un vecino fallecido tiempo atrás (que ella ni recordaba) y la embrolló con sus palabras –algo que no es muy difícil cuando se trata de una anciana de 85 años–. Ya cuando parecía que se iba le pidió agua, ocasión que aprovechó para meterse en la casa, cerrar la puerta, amenazarla con un cuchillo y llenar su maletín con objetos de valor e irse. Cuando pudo recuperarse del susto, Delia llamó a la vecina, y esta a la Policía, que llegó horas después. El patrullero prometió darle vueltas, pero de ahí no pasó la actuación de las autoridades.
Hoy las circunstancias han cambiado un poco, pues con los teléfonos celulares e internet ha llegado también el periodismo ciudadano. Así, además de los periodistas independientes, decenas de cubanos devenidos corresponsales espontáneos informan al mundo la realidad de Cuba, que no es tan perfecta como el régimen ha tratado de hacer creer durante todos estos años. La delincuencia es un grave problema social que la dictadura no podrá erradicar mientras existan las grandes diferencias económicas que dividen a nuestro pueblo, aparejadas a la pérdida de valores creada y agudizada por el propio régimen.
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