LA HABANA, Cuba. – Marina Ayala tiene 74 años. Debe ser de las pocas personas de más de sesenta que no posee ninguna de las condiciones médicas preexistentes que la harían vulnerable a contagiarse con la COVID-19. Desde que comenzó a agravarse la situación epidémica en Cuba ha puesto en práctica todas las medidas de protección y acatado, hasta donde le ha sido posible, el distanciamiento social.
Sobre el aislamiento absoluto la enérgica anciana no quiere saber. Considera ridículo que autoridades y periodistas repitan que hay que quedarse en casa cuando es imposible comprar comida, aun teniendo dinero. La urgencia del hambre la obliga a salir a diario, tomando todas las precauciones pero sin miedo, porque Marina pertenece a una generación que confía plenamente en los beneficios de comer adecuadamente y tres veces al día.
En ese sentido, asegura que aquí todos somos vulnerables a la COVID-19 debido a los prolongados ciclos de mala alimentación que ha padecido el pueblo. “Cualquiera puede ser diabético o hipertenso, pero cuando la gente no come bien se enferma aunque no padezca de nada”. A pesar de los pronósticos, Marina cree que la población mayor de 60 años podría aportar menos casos y víctimas que los restantes grupos etarios, precisamente porque “comió lo que tenía que comer en los años más importantes del desarrollo”.
Su criterio, basado en una idea asumida desde la infancia, coincide con los datos socializados por el Ministro de Salud, Dr. José Ángel Portal Miranda, según los cuales hasta el momento el mayor número de contagios se han verificado en la población de entre 54 y 59 años. El funcionario también se refirió a otro rango de infestados que incluye un número significativo de personas menores de 45 años; una tendencia que, de mantenerse, impactaría negativamente en la fuerza laboral del país.
Para Marina, la relación entre esas cifras y la contingencia alimentaria que ha atravesado Cuba durante sesenta años -con una pausa marcada por su integración al CAME- es clara. A ello habría que sumar la falta de suplementos vitamínicos o estimulantes del sistema inmunológico, así como el consumo de alcohol y tabaco, en especial el tabaquismo pasivo.
“Cuando era niña mi padre nos daba diariamente, a mis hermanos y a mí, una cucharada de Emulsión de Scott y vitamina C. Éramos pobres pero jamás nos faltó la buena comida, ni las vitaminas, ni jarabes para el sistema inmunológico (…) Yo oigo a la gente joven quejarse de fatiga, dolores en los huesos, en el pecho, mareos. Parecen más viejos de lo que son en realidad”.
La anciana está convencida de que su organismo de 74 años tiene mejores defensas para combatir la COVID-19 que las nuevas generaciones. El Período Especial afectó severamente la salud de los cubanos, sobre todo de los nacidos después de 1959. Decenas de miles arrastran las secuelas de la polineuritis avitaminosa y otras enfermedades inmunodepresoras. En comparación con sus padres y abuelos podrían resultar más débiles de cara a un virus cuyo enfrenamiento requiere de un sistema inmunológico fuerte, puesto que no existe cura todavía.
Considerando que el 30% de la población cubana es asmática, otro tanto padece de hipertensión y el 10% de Diabetes Mellitus -según datos aportados por el Dr. Francisco Durán, director nacional de Epidemiología-, debieron tomarse medidas urgentes para producir y poner en venta alternativas terapéuticas con una función preventiva y coadyuvante.
La realidad es que las farmacias de Cuba, incluso las que comercializan en divisas, están desabastecidas de suplementos nutricionales y vitamínicos, un detalle que viene a pespuntear de gris el negro panorama de las aglomeraciones para intentar comprar lo que aparezca. Por toda respuesta, la empresa Labiofam ha creado el Preveng-Ho-vir, fármaco homeopático para el tratamiento profiláctico de la COVID-19 en la población mayor de sesenta años, que representa el 20.4% de los cubanos.
Aunque procura ser optimista, Marina no cree que sea suficiente con la homeopatía y la policía en la calle tratando de poner orden. La imposibilidad de acceder a una alimentación adecuada amenaza al país; no solo por lo que no hay, sino por el efecto potencialmente devastador de productos como las salchichas, que la gente acapara y consume a diario a pesar del peligro de desencadenar cuadros de hipertensión arterial, un padecimiento para el que también escasean las medicinas.
“Cuba es un país enfermo”, asegura la anciana mientras baldea el portal de su vivienda. Lleva razón al decir que el manejo de la epidemia ha sido deficiente. Las personas siguen en la calle buscando comida; no hay medicinas ni desinfectantes menos dañinos que el cloro, altamente irritante de las vías respiratorias. Sea cual sea el resultado de lo que está por venir, el régimen no saldrá bien parado; pero al pueblo cubano le irá mucho peor.
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