LA HABANA, Cuba. – Espantado de todo me refugio en estas líneas y hasta supongo que me asiste algo de fe, que todavía podría creer, al menos un poquito, en la posibilidad de un real mejoramiento humano; pero es difícil, es arduo en extremo mantener la calma, la fe, sobre todo cuando se reconocen algunas noticias espantosas. Me refugio en estas líneas porque no consigo divisar claramente el futuro de esta isla. Me refugio en la escritura porque pienso demasiado en este presente que ya podría definir un futuro de espanto y a muchos espantados, y que podría suceder mañana, hoy mismo.
¿Y qué podría suceder hoy? Sin dudas cosas horribles… Escribiendo estás líneas espero las noticias, las explicaciones, sobre la llegada al puerto de Mariel de un crucero inglés en el que viajan algunos infectados por el coronavirus, esa plaga que azota al mundo y que hace que algunos países parezcan camposantos. Turistas de varias geografías que no tenían en sus itinerarios un paseo por Cuba, llegarán en unas horas, pero no tengo noticias del preciso instante de la llegada, que podría ser, incluso, antes de que termine yo estas líneas que escribo en medio de una confusión abrumadora.
Y el desconcierto puede tener los efectos de una plaga enorme, la confusión y el miedo pueden tener como consecuencia el desespero, una catástrofe. Cuántos cubanos estarán hurgando en las noticias a estas horas en las que yo escribo y temo, cuántos, con la cabeza en la almohada, se preguntarán por el futuro cercanísimo de Cuba. Cuántos de nosotros estaremos sacando cuentas, hilvanando ideas, suponiendo una epidemia de grandes proporciones. Cuántos vigilarán las narices de sus vecinos para esquivar luego el estornudo, y el virus. Cuántos cubanos querrán saber, a esta hora en la que escribo, de qué lugar saldrán los medicamentos.
¿Cuánto darían los cubanos por enterarse si habrá medicamentos para combatir esa epidemia en la que un virus aparece coronado? Un virus con corona debe ser muy fuerte, y prepotente, y debe ser muy difícil combatirlo. Ese virus es más enérgico que el mosquito que nos ataca con tantísima frecuencia, ese mosquito que pica, que enferma y mata. Ese virus coronado tiene en vilo a Cuba entera, y todos quieren saber cómo conseguirán el “nasobuco” si se volviera imprescindible, muchos se preguntan de dónde sacarán el dinero para comprarlo, sabiendo que ya puede costar 10 CUC, casi un salario, una fortuna, un “potosí”.
Y en un rato puede estar llegando el barco o quizá llegó, y con él “el bicho”. Desconozco si tendremos imágenes que muestren la llegada, explicaciones que hagan notar las estrategias para impedir que algo de ese bicho se quede por aquí o siga en el “coronacrucero”. Desconozco, desconocemos, y por eso estamos en vilo. Una vecina asegura que no mandará a sus hijos a la escuela y otra dice muchas cosas que no puedo reproducir, son hermosamente injuriantes, groseras y sobre todo justas.
Y hasta he llegado a preguntarme si ese barco tendrá semejanzas, al menos en las consecuencias que traerán su llegada, y el transporte de los infectados al aeropuerto, con aquel yate Granma que salió de Tuxpan para llegar a las costas cubanas y hacer luego una “revolución” viral. No lo sabemos todavía, y por eso muchos estamos en vilo, en ascuas, en un montón de suspensos nada buenos. Y tampoco sabremos sin nos informarán con exactitud el desarrollo de la noticia, las consecuencias del atraco de ese barco en el puerto del Mariel.
También me pregunto si los infectados, y el resto de los viajeros, verán desde el barco la imagen de la bandera cubana. ¿Y qué les dirá esa imagen? ¿Acaso se mostrarán agradecidos? ¿Será que van a postrarse delante de ella? ¿Le harán honores? ¿Alguno de ellos, agradecido, decidirá cubrirse con la enseña nacional? ¿Darán, en inglés o en otro idioma, vivas a la revolución y al gobierno que los acoge? Todo eso me pregunto con insistencia. Y hasta supongo la posibilidad de que algunos de ellos tuvieran noticias de la prisión de Luis Manuel Otero Alcántara, de su enorme vocación por hacerse acompañar por la bandera en muchos de sus tantos instantes de vida.
¿Y qué pensarán esos viajeros de quien se cubre con la bandera? ¿Verán sacrilegio o entenderán reverencia? ¿Las autoridades les darán una “muela absurda” si es que preguntan, durante su brevísima estancia, por Otero Alcántara? Supongo que dirán exaltados que Luis Manuel es un sacrílego, que son impíos quienes lo apoyaron, esos que exigieron su libertad…, y los pobres turistas enfermos, o con posibilidades de estarlo luego, no sabrán que opinar, no sabrán si pueden disentir antes las únicas autoridades que les permitieron atracar.
Quizá algún turista, o quién puede dudar que muchos, se haga abrazar por su enseña nacional, sin saber que por acá no será bien visto, sobre todo en estos días en los que el uso de la bandera por un cubano resultara tan “traído y llevado” por algunos, tan despreciado; pero yo supongo que en momentos de dolor la bandera abrazando la espalda, cubriendo los hombros, resulta salvadora. Recuerdo, ahora y antes de que llegue el crucero, una película de ficción, un corto dijeron algunos, que se llama “Úlcera”, su director, Ernesto Fundora, puso a un personaje en una desolada trinchera, en un paisaje solitario y posbélico, después de una batalla.
En medio de tanta soledad, y hasta creo recordar que a lo lejos se escuchaban algunos disparos, aquel personaje sin nombre, que encarnó el actor Orlando Ferrán, no sabía muy bien que hacer en medio de tanto desamparo, en aquella trinchera con apariencias de lejana, …y sintió frío el personaje, y quizá espanto, y se cubrió con la bandera. Y aquella imagen tan conmovedora que llevó a un soldado solitario a cubrirse con la enseña nacional, fue mal visto por el más alto poder comunista, ese que no entendió que la bandera podía ser el mejor resguardo, como no entendieron a Otero Alcántara con la bandera bienhechora sobre su cuerpo a toda hora, ni a Orlando Luis Pardo que también le hizo reverencias que el poder creyó infamantes.
Y es que las banderas tienen que proteger a “sus hijos”, aunque quizá no a esos que la dejan abandonadas en medio de una plaza un primero de mayo o en cualquier desfile comunista, para que luego el barrendero las lleve con la escoba al recogedor, y de ahí al latón de la basura, al contenedor repleto de desechos. Esas banderas que quedan en la plaza tras los desfiles tienen la apariencia de una enfermedad mortal, de una epidemia devastadora como el coronavirus.
El crucero MS Braemar llega a la Isla cargado de angustias, de muertes posibles, y la Cuba “benefactora” lo recibe, se muestra ufana con su benevolencia, con ese cacareado altruismo. “Fuimos los únicos” dirán exaltados los comunistas, y levantarán la misma bandera que cubre a Otero Alcántara en cualquier circunstancia de su vida, porque eso debe hacer una bandera; prevenir, proteger del frío, de las represiones, de las enfermedades y de la muerte, y sobre todo no dejarse asociar a esos discursos laudatorios y engañosos. Una bandera no está para proteger, una bandera no es un truco. Una bandera no es una estrategia, una bandera es vida, aun cuando se levante con sus muertos.
Esa revolución que ritualiza la agresión, protege ahora a unos extraños, supongo que muy convenientemente. Una vez más se pretende fijar en la memoria del mundo el “altruismo” de los comunistas cubanos, esa generosidad de mentirita. Cuba, su gobierno teatraliza su altruismo, se “levanta” convenientemente por encima de los otros, mientras Diana Rosa, una cubana, canta Cecilia Valdés desde su balcón para sus vecinos de Mantua, en Italia. Diana Rosa entona Cecilia Valdés sin esos aspavientos con los que acostumbra el poder cubano a llamar la atención. Diana Rosa canta en Italia para espantar el virus y los comunistas cubanos lo traen para llamar un poquito más la atención.
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