LA HABANA, Cuba. – En La Habana hay seis lugares costeables con el salario estatal donde llevar a los niños durante las vacaciones: el Acuario, el Zoológico, Expocuba, el Parque Lenin, el teatro para niños y las playas del Este. El proyecto “Rutas y Andares” de la Oficina del Historiador ocupa un día especial en la dilatada agenda vacacional de muchas familias; pero de manera general, en una o dos semanas los pequeños ven agotadas sus opciones de divertimento, razón por la cual muchos pasan la mayor parte de la etapa veraniega jugando en la calle con sus amiguitos.
Algunos padres logran planificarse y reservar en el Campismo Popular, otra de las opciones asequibles para el sector presupuestado. Los más afortunados ahorran con miras a pasarse una semana en un hotel “Todo Incluido” en Varadero; pero ninguna de las dos alternativas mitiga el curso lento de dos meses con muy poco que hacer.
Entre las actividades organizadas por el Estado para la etapa de verano, sobresale el Carnaval Infantil, que tuvo lugar el pasado martes 27, entre las 5 y 8 pm, en el malecón habanero. Según publicaron medios oficiales, esa única jornada dedicada a los niños vendría acompañada de ofertas gastronómicas, venta de confituras y el espectáculo de las carrozas con su alegre tripulación de payasos, colmeneros y congueros, que saldrían arrollando desde Línea y Malecón hasta las inmediaciones del hospital “Hermanos Ameijeiras”.
Pero el calor era tan avasallador que padres y niños comenzaron a desesperarse minutos después de haber llegado. Los asistentes -público, trabajadores, bailarines, figurantes de todas las edades- esperaban apretaditos en el área más alejada del sol. Otros, espoleados por la sed, se aventuraron hacia las colas para comprar refrescos o agua, calientes la mayoría porque al ser tanta la demanda, las neveras no alcanzaban a enfriarlos.
Expuestas a una temperatura de 33°C (sensación térmica de 38°C), las personas buscaban protegerse bajo la estrecha sombra de las carpas, mientras la impaciencia crecía ante los escasos puntos donde vendían confituras de producción nacional a precios módicos; algunas por la libre, otras normadas. El camión del Parque Lenin vendía bolas de helado y paleticas cubiertas de chocolate, además de los llamados “módulos” que, por 15 pesos moneda nacional, incluían un breve muestrario de confituras para el disfrute de los pequeños.
Las madres perseveraban en las filas para comprar bolsas de galletas de dulce, caramelos, sorbetos y chocolates, aprovechando la oportunidad de garantizar una parte de la merienda de sus hijos durante las primeras semanas del curso académico que iniciará el lunes próximo.
Aún no había comenzado el desfile y ya se iban a casa junto a sus niños, cargadas con las preciadas golosinas. Lejos de transparentar decepción por perderse la caravana de comparsas, los chicos parecían acostumbrados a que cualquier actividad puede convertirse en una buena ocasión para resolver las cosas que hacen falta. Dicha creencia, tan popular como “La Jardinera”, nada tiene que ver con el fin estratégico que según medios oficiales persigue el Carnaval Infantil: fomentar entre los pequeños el interés por las tradiciones culturales.
Al menos en esta edición, el tórrido calor conspiró contra el espíritu popular, la organización y el óptimo desarrollo del Carnaval. Sobre las carrozas, niños y adolescentes ataviados con pintorescos trajes anhelaban escuchar la música para comenzar, por fin, a desfilar. Los Muñecones aguardaban el momento exacto para ponerse en fila, evitando permanecer innecesariamente sobre el asfalto caliente.
El mayor reto no fue lidiar con la escasez de insumos, la pobreza estética de las carrozas o la inmundicia que dejan los adultos para que los niños sigan su ejemplo. Tampoco complacer a un público que cada año exige menos. El verdadero desafío fue lograr que cada bailarín y muñecón tomara su lugar bajo el sol que caía a plomo, derritiendo hasta las buenas intenciones.
Entonces cabe preguntarse por qué, si el Carnaval Infantil ocupa un solo día dentro del calendario vacacional, no se le garantiza una mejor y más cómoda infraestructura. A fin de cuentas se trata de un evento para el disfrute conjunto de padres e hijos; resulta menos problemático que el carnaval regular y prácticamente constituye la única fiesta a gran escala que se organiza para los niños a lo largo del verano.
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