LA HABANA, Cuba. – Hace unos días, conversando con cierto escritor amigo acerca de la enfermedad y sus efectos visibles y ocultos en el cuerpo, este me señalaba —un tanto demencial con sus ejemplos— cómo a veces nos convertimos en cajas de resonancia de lo malo y lo bueno que sucede incluso más allá de nuestro espacio personal.
Que trascendiendo contagios y pandemias, a veces enfermamos porque todo, irremediablemente, marcha hacia la enfermedad. Así, aunque no aflore en las fotos que intentan hablar de lo saludable que somos como personas y como nación, el mal está subyacente, porque hay “países enfermos” que son la consecuencia del cúmulo de enfermedades sociales que los aquejan.
Me ponía el ejemplo de Cuba, de una “enfermedad nacional” que nos azota desde mucho antes del coronavirus, así como de un país en “fase terminal” que ya no hay modo de recuperarlo, ni siquiera eliminando la causa que desató la enfermedad.
Y es que —me dijo— las causas no son una sola ni tampoco las de hoy son exactamente las mismas de ayer. “Somos un cuerpo que enfermó y que jamás se recuperó. Un cuerpo con secuelas”, como las que deja hoy la COVID-19 y que pueden conducir a la muerte más que la enfermedad como tal.
Así de irreversibles han sido los daños de la dictadura en más de 60 años, y así de enfermos vamos todos, camino a la muerte definitiva, en el concepto de mi amigo escritor.
Confieso que algo de su pesimismo me ha contagiado y durante días no he pensado en otra cosa. Pienso en que Cuba no tiene salvación y que cualquier intento por “reanimarla” es como ayudar a prolongar la agonía del moribundo. Que hay que dejarla extinguirse para ver si solo así se cumple lo que pudiera ser su destino. A fin de cuentas la miseria, la ausencia de bienestar, la desesperanza, las tonterías ideológicas no deberían ser el horizonte de ninguna existencia sobre la faz de la tierra.
Siguiendo la pauta de mi amigo escritor, en Cuba no se “vive”: se existe para morir. Y ni siquiera se existe para morir en un momento común a todos los seres humanos de este planeta sino para un perpetuo conteo en reversa, como el de una bomba de tiempo siempre a punto de estallar.
Se existe para nuestra enfermedad de hombres y mujeres condenados a elegir entre la “Patria” o la “Muerte”.
Tengamos en cuenta que, posiblemente, para un cuerpo enfermo el tiempo no transcurra como lo hace para uno sano. Pueden compartir la misma época pero los ritmos parecen distintos, como si existieran en dos dimensiones, para universos divergentes.
Las dicotomías “patria/muerte” y “patria/vida” definen esos dos universos. La primera pertenece al universo de la enfermedad, dominado por el desequilibrio del psicópata que nos convirtió en esclavos de sus raptos demenciales. La segunda más que una dicotomía es una posibilidad en otro universo. Y eso es más que suficiente, más que milagroso, en un contexto como el nuestro donde la muerte nos ha dejado sin alternativas.
No hay imaginación que nos cure o nos salve. La muerte y la imaginación no son amigas. Rodeado de estos excesos de muertes y enfermedades no podemos imaginar, mucho menos pensar con claridad en otra cosa que no sean la muerte y la enfermedad.
Otro amigo escritor, además joven y talentoso periodista, que ha pasado lo peor de estos días nefastos en su natal Ciego de Ávila, me ha contado de cuán irrespirable como real es el olor a la muerte. “El aire hiede, el aire es tan nauseabundo que no se puede pensar en otra cosa que en la muerte”, me ha dicho. Y sueña con cadáveres, con moscas, con gusanos y con cementerios. Él que —casi un niño— jamás pensó en esas cosas.
Mi amigo casi pierde la mitad de su familia debido al abandono sufrido en los hospitales y ahora solo piensa en escapar “de este país”. Y no es que pensara que vivía en el mejor de los mundos posibles pero ahora ha descubierto que Cuba “no está enferma”, sino que “Cuba murió hace mucho tiempo”.
Leí días atrás una crónica de Ana León aquí en CubaNet que pareciera un fragmento del Infierno de Dante y he podido comprobar con mis propios ojos cómo cuanto escribió es tan dolorosamente real, incluso mucho más tétrico.
Me sorprendí pensando incluso que lo que sentía al leer es solo dolor de país enfermo y que muy pronto se esfumaría como pasa con todo aquí en esta Isla donde nada nos parece suficientemente digno de ser recordado, más allá del momento en que el hambre se nos alivia.
Por ejemplo, con nuestras cabezas enfermas pensamos ahora en los sucesos del 11 de julio como algo que ocurrió hace tantos años que, aunque permanecen ahí, empeorando cada día, no recordamos ni los hechos ni las causas que provocaron el estallido. Hay una sensación de letargo, de fatiga social, que nos contagia. Hay una mediocridad y una hipocresía que compiten con nuestro cinismo.
El Movimiento San Isidro y sus figuras principales apenas son noticias en las redes sociales mientras que las estupideces de Edmundo García —el tipejo más repugnante que ha parido el oportunismo— pasan a un plano de importancia que solo una nación demasiado enferma puede destacar sobre el crimen que significa la prisión de decenas de jóvenes manifestantes pacíficos.
Pero no pasa nada. Somos así de “enfermos” y procaces. Algunos hasta perdemos nuestro tiempo así, olvidando, como en contar los días que faltan para el 15 de noviembre, para nuestra posible escapada del Averno, o para el arribo de nuestros “queridos yumas salvadores”.
¡Qué bajo hemos caído y cuán bajo podemos continuar cayendo mientras pensemos que los dólares son el remedio a nuestros males! Pero a golpe de dólares y “recargas” telefónicas nos han condenado a existir.
Creo que, de tener un país como un “cuerpo enfermo”, no es —al contrario de lo que algunos piensan— la desmemoria la peor de nuestras dolencias sino lo consciente y condenadamente “fácil” que olvidamos, e incluso lo bien que se nos dan los conformismos, los odios y malquerencias contra aquello y aquel que nos hace conscientes de nuestra enfermedad, o peor aún, de su carácter “terminal”.
Pero, pensándolo mejor, tal como de mal van las cosas, Cuba pudiera no ser un país “enfermo” sino algo peor. Algo como un “cuerpo enfermizo”. Los “países enfermos” pudieran llegar a curarse en algún momento de su historia. Los “enfermizos” siempre encontrarán el modo de permanecer en esa condición, haciéndonos que confundamos la existencia con la enfermedad perpetua, incluso con el camino a la muerte.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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