LA HABANA, Cuba. – Últimamente se ha acrecentado un alarmante fenómeno que viene ocurriendo ya desde hace un par de décadas. Cada vez hay más ancianos que mueren poco después de testar a favor de sus cuidadores. En ocasiones, ni siquiera llegan a hacer testamento, pero al no tener parientes ni herederos que reclamen la vivienda, los cuidadores se apropian de esta sin que nadie se lo impida.
Este tipo de individuos no es difícil de reconocer. Andan como aves de rapiña buscando ancianos con casa propia y sin parientes que los cuiden (o los hereden), pero pronto se van si no les hacen testamento. A veces se trata de viviendas en muy malas condiciones debido al deterioro propio de años sin reparar. Sin embargo, ni bien toman posesión de ellas estos herederos improvisados en muchos casos despliegan amplios recursos para repararlas y luego venderlas.
Hay quienes ni siquiera se molestan en vivir con el anciano que supuestamente cuidan. Algunos se los llevan para su casa, otros –como ocurrió hace años con una vecina–, vienen cada cierto tiempo con algo de comer. En aquel caso en particular, una vez al día le daban por la ventana un poquito de comida que cabía en un vasito de helado. No la limpiaban ni la atendían, a una anciana que había perdido sus facultades físicas y mentales. Cuando vecinos preocupados intentamos tomar cartas en el asunto, descubrimos que no había mecanismos legales para impedirlo.
En su mayoría, se trata de ancianos que no sufren de enfermedades terminales, ni de ningún estado de salud que haga esperar un rápido fallecimiento. Incluso muchos gozan de plenas facultades físicas al momento de acoger a los cuidadores, pero quedan postrados, depauperados y desvalidos poco después. Los decesos ocurren generalmente en un lapso sorprendentemente breve, y, que se sepa, inexplicablemente tampoco están seguidos de una investigación forense.
Podría pensarse que, a una edad avanzada, con cierto grado de deterioro físico, la defunción es pronta e inevitable. Sin embargo, los ancianos postrados pueden vivir varios años si reciben las atenciones apropiadas. Solo en la cuadra donde vivo hay dos ancianas que con los cuidados y la adecuada alimentación proporcionados por sus hijos y nueras llevan ya 10 y 7 años, respectivamente. Asimismo, la mamá de una amiga y la abuela de otra vivieron 9 y 8 años en esta situación gracias a los desvelos de sus hijas.
Los comentarios de vecinos sobre los múltiples casos de ancianos muertos prematuramente tienen que haber llegado a las altas esferas, como llegan otros. Para disminuir esta tendencia macabra, sería útil una ley o resolución que obligara a investigar de oficio las muertes de ancianos que hayan hecho testamento a favor de cuidadores. E incluso disponer autopsias exhaustivas desde el presupuesto de un posible homicidio. Pero mejor aún sería proteger a los ancianos en vida. En un país donde todo se prohíbe arbitrariamente, donde no se escatiman recursos para vigilar a los ciudadanos, las condiciones están creadas para que nuestro Estado totalitario monitoree estos casos desde el inicio, y así contribuir a garantizar su bienestar.
Otra manera de amparar a los ancianos sin familia sería que el Estado, en lugar de cerrar asilos, en lugar de dejarlos destruir, los reparara, los mejorara, los ampliara, e incluso los construyera. Recursos hay para ello cuando existe la voluntad. El asilo 24 de febrero, por ejemplo, ubicado en la calzada de Diez de Octubre, en Luyanó, llevaba tiempo cerrado por inhabitable hasta que hace poco comenzó a ser reparado para albergar a damnificados del tornado del 27 de enero en la capital. Para que se tenga una idea de su capacidad, en este lugar se construyen 41 viviendas de diferentes tamaños para familias afectadas.