¿A qué vinieron sus Altezas Reales?


LA HABANA, Cuba. – A pesar de la publicación por la prensa castrista de sendas descafeinadas Biografías Oficiales de sus Altezas Reales, el Príncipe de Gales y la Duquesa de Cornualles —quienes arribaron en la tarde del mismo día a la capital cubana dando cumplimiento a una visita anunciada meses atrás, en respuesta a una invitación oficial del gobierno cubano— y de la breve mención en los noticieros de televisión de las actividades y recorridos de la egregia pareja durante su breve paso por La Habana, llama la atención el modesto perfil otorgado por los medios gubernamentales a huéspedes de tan rancio abolengo.
Tratándose de un hecho histórico sin precedentes que algunos medios extranjeros han querido ver como un acercamiento o mejora de relaciones entre La Habana y Londres, llama la atención la fría discreción de las autoridades cubanas y la poca cobertura mediática ofrecida al acontecimiento. Si en verdad el objetivo de esta visita les fuera tan propicio a los jerarcas del Gobierno, no hubiesen faltado los recibimientos entusiastas y las movilizaciones de fieles, quizás portando carteles al estilo de: “Bienvenidos sus Altezas Reales” u otra cursilería similar.
Huelga decir también que la visita de los representantes de la monarquía británica —o de cualquier otra testa coronada de la vieja Europa— es tan inusual como ajena y distante para el común de los cubanos. Irreverentes y plebeyos por naturaleza, antimonárquicos —antes, por tradición heredada de las guerras independentistas; después, por el adoctrinamiento ideológico comunista— y culturalmente refractarios a todo pedigrí real o etiqueta palaciega, la idiosincrasia de los pobladores de este otro archipiélago nada tiene en común con representantes de realeza alguna.
Y tan ajena resulta la realeza británica a los cubanos que la mayoría ni siquiera conoce de los escándalos protagonizados en su día por las infidelidades del propio Príncipe de Gales que ahora nos visita, su controversial divorcio de la princesa Diana y el papel que jugó en esos enredos la actual esposa del heredero del trono, antes amante del otrora inquieto Charles. Sumidos en las urgencias de la supervivencia cotidiana, poco interesa a los cubanos esta pareja de aristócratas. Con toda seguridad, los héroes de las lacrimógenas telenovelas regionales y sus avatares son mucho más cercanos y familiares para los nativos de esta isla que las intrigas del Palacio de Buckingham.
Así pues, en perspectiva, se puede decir que la presencia de sus Altezas Reales británicas entre nosotros resulta un acontecimiento más bien folclórico que, a lo sumo, despertará alguna curiosidad entre el vulgo pero que pasará sin penas ni glorias y será olvidado tan pronto los visitantes se marchen por donde llegaron.
Más extraña aún que esta extemporánea visita es que se produzca en medio de otra vuelta de tuerca en la eterna crisis económica de la Isla, cuando las carencias se recrudecen, las migraciones hacia el exterior siguen marcando tendencia creciente y el horizonte se vislumbra cada vez más (literalmente) sombrío ante la posibilidad de la pérdida de los subsidios petroleros de Venezuela en un plazo cercano.
Si se les mira desde el ángulo de las relaciones de Estado, tampoco parecen muy congruentes los vínculos entre una monarquía europea de larga tradición y rica estirpe y una dictadura de sello comunista. Cuesta creer que una personalidad políticamente influyente como el heredero al trono británico se preste a ofrecer un amigable espaldarazo al Palacio de la Revolución, en especial cuando no es habitual que las casas reales europeas marquen posiciones políticas muy tajantes con los gobiernos o desgobiernos del mundo.
Menos creíble aún es que sus Altezas Reales se hayan tomado la molestia de aterrizar en la Isla solo para colocar una ofrenda floral a José Martí, visitar el Palacio de los Capitanes Generales, asistir a una función de los niños de La Colmenita y a otra del Ballet Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana. Son príncipes, no tarados.
Por otra parte, pese a que el príncipe Charles desoyó la petición del senador estadounidense Rick Scott, quien en el mes de febrero pasado le había solicitado cambiar sus planes de viaje a La Habana y visitar Florida, donde —según le escribió Scott— podría “conocer de primera mano las seis décadas de atrocidades, opresión y miseria que el régimen infligió a los cubanos”; y aunque la agenda del Príncipe en La Habana no incluyó algún encuentro con los sectores disidentes ni declaraciones sobre la situación de Venezuela y el importante papel de Cuba en el sostenimiento militar y de inteligencia en ese país sudamericano, tampoco existen hasta ahora indicios de algún tipo de componenda o alianza entre el Presidente no electo de Cuba, Miguel Díaz-Canel. y su comparsa geriátrica con el representante de la monarquía británica.
Antes bien todo indica que la presencia de Charles y Camille en La Habana responde más a una agenda relacionada con aspectos de interés financiero y exploración de posibles inversiones que con cuestiones de tipo político, aunque el protocolo y las apariencias puedan sugerir lo contrario. Puede que, tras bambalinas, el príncipe haya venido también a ventilar los adeudos de la parte cubana con el Reino Unido. En todo caso la política inglesa históricamente ha mantenido su independencia con respecto a Washington y ha trazado su propia agenda —tal como se demostró cuando llevó adelante la Guerra de las Malvinas— pero a la hora de partir el pastel Londres sabe dónde están sus aliados.
Por el momento los detalles del encuentro del Príncipe de Gales con Díaz-Canel y los verdaderos propósitos de esta visita de la Casa Real Británica a Cuba quedan envueltos en un halo de misterio sobre el que solo podemos especular. En todo caso el miércoles 27 de marzo la pareja real partirá de Cuba a visitar sus antiguas colonias insulares del Caribe. Atrás dejarán la misma pobreza y desesperanza que se han convertido en el signo que marca la realidad para los cubanos.