LA HABANA, Cuba. – A seis décadas de la entrada en La Habana de la “Caravana de la Victoria” comandada por Fidel Castro, muchos cubanos prefieren callar antes que emitir sus criterios sobre cuál ha sido el saldo de la revolución cubana. Aproximadamente el 80% de la población actual nació bajo un sistema político-ideológico cuyos principios llenaron de esperanza a los sectores más desfavorecidos, solo para ser inmediatamente desmentidos en la práctica.
Acerca de las interioridades del proceso poco saben los criollos, pues el bloqueo informativo impuesto desde dentro y que hace apenas un lustro comenzó a debilitarse, mantuvo una visión manipulada sobre la sociedad que se construyó “con todos y para el bien de todos”. No es de extrañar que CubaNet encontrara opiniones diametralmente opuestas, juicios matizados por el temor y mucho silencio entre los ciudadanos entrevistados.
Más allá de las respuestas condenatorias o indulgentes, resulta interesante la capacidad de los cubanos de abstraerse de su vida cotidiana para continuar cimentando una retórica delirante. Escuchar a alguno decir que “todo está bastante bien” sobre el trasfondo de una ciudad insalubre y destruida, donde asoma la miseria en cada rincón, debería ser suficiente para aceptar que este pueblo tiene justo lo que se merece, por doloroso que sea reconocerlo.
El mayor logro de la revolución ha sido que los ciudadanos no puedan entender su propia realidad. En esa imposibilidad de conciliar la promesa de antaño con las actuales circunstancias, se anulan la conciencia y voluntad de todo un pueblo. Algunas personas que ya peinan canas y conocieron la pobreza extrema del período republicano, sobre todo en zonas rurales, tienen mucho que agradecer a la revolución social que democratizó el acceso a la salud y la educación. Sin embargo, ignoran que aquel impulso renovador se estancó y pervirtió hasta convertirse en un ensayo de adoctrinamiento ideológico, exclusión, censura y represión.
Pocos cubanos están conscientes de la contradicción que existe entre la pretendida autonomía nacional y el hecho innegable de que los años prósperos del proyecto socialista coincidieron con la dependencia de la desaparecida Unión Soviética. Pocos entienden que la Isla rodó hacia el fracaso político y económico por el orgullo de un hombre que secuestró las garantías civiles en nombre de una igualdad social que solo se ha manifestado en la pobreza absoluta y equitativamente repartida entre los cubanos de a pie.
El saldo evidente de estos sesenta años es el atolondramiento de un pueblo incapaz de hablar de su revolución con más que frases gastadas; algunos tratando de rescatar aquel ideal prometedor y la mayoría no sabiendo qué decir, sea por miedo o agotamiento intelectual, otro de los efectos devastadores del totalitarismo ideológico.
Ninguno de los entrevistados por CubaNet cuestiona la perpetuidad de un gobierno desacreditado por acciones pasadas y presentes. Solo uno se atrevió a decir, sin cortapisas, lo que piensa la mayoría; pero como dice el refrán: “un solo palo no hace monte”. Aparentemente nadie presta atención a lo que ocurre en derredor suyo, que con eso bastaría para reaccionar y dejar de esperar a que sea otro el que se rebele. Con el país en crisis, los mayores se han resignado y la juventud se mantiene desentendida, fraguando sus planes individuales para escapar lo antes posible.
La Cuba de hoy y sus habitantes poco tienen que ver con aquella utopía que prometió convertir la República Mediatizada en la sociedad más justa e igualitaria posible. A lo largo de sesenta años se han sucedido debacles económicas y sociales; se ha entronizado la corrupción; han fracasado todos los planes de desarrollo; la Isla ha tenido que pactar para sobrevivir mientras esconde su dependencia tras un falso discurso de soberanía; y el deseo de emigrar o el arrepentimiento por no haberlo hecho oportunamente son sentimientos que se hallan cada vez más a flor de piel entre los cubanos.
La “Caravana de la Victoria” trajo cualquier cosa menos libertad; pero hay que reconocer que introdujo una fórmula tan efectiva como perdurable, mezcla de terror, paranoia y algo más terrible y oscuro, impropio de un pueblo que entre 1868 y 1959 -menos de un siglo- impulsó cuatro rebeliones capaces de modificar, para mejor o peor, el devenir de la nación. Seis décadas después, rodeado de inmundicia y más Liborio que nunca, el pueblo cubano sobrevive sin esperanzas, en deuda con su propia historia.