LA HABANA, Cuba. – Será un dato que quizás nunca publicará el Banco Nacional de Cuba porque la transparencia no es premisa de ninguna institución oficial en la Isla —mucho menos en cuestiones de finanzas—, pero vale preguntarnos cuántos dólares en efectivo habrá recaudado el régimen cubano en estos días de ultimátum.
La moneda estadounidense dejó de ser aceptada como depósito en medio del proceso de dolarización de la economía nacional y, como consecuencia, en cuestiones de nervios desbordados por la desesperación y el hambre, ha hecho lo suyo el pánico creado la víspera con total retorcida intención desde los medios de prensa oficialistas y las redes sociales.
Tan escasos días de gracia ofrecieron, tanto insistieron en la llegada del día cero este lunes 21 de junio y en la condicionada “temporalidad” de la medida súbita que la mayoría no tuvo tiempo de pensar con claridad y, una vez más, como pueblo amnésico y fácil de engañar que somos, caímos de cuerpo entero en la vieja trampa.
De nada valieron los consejos de expertos sobre la prudencia de aguardar y guardar, de dar tiempo al tiempo, pero tampoco el sentido común. Porque no es necesario recibirse de economía en una universidad para comprender que nos sirve mejor una moneda fuerte bajo el colchón, aunque esté prohibida en el país, que regalarla a un banco que ha dicho bien alto y claro que no tiene liquidez (el modo bribón de decirte que está en bancarrota), que hay deudas por pagar a no sé cual turba de acreedores en el universo y que, además, es el mismo banco que no solo te ha chupado los ahorros, los salarios y las pensiones cuando más los necesitabas —es decir, en medio de la peor crisis que ha visto el mundo en mucho tiempo— sino que te engañó durante años obligándote a comprarles un bono en forma de moneda —el CUC— bajo la promesa de estar respaldado en divisas, para una década más tarde anunciarte que fue un error, que ese billete es solo papel y tinta.
Error y daño enormes por los que ni siquiera han ofrecido disculpas y que, aun así, es el ciudadano quien ha tenido que asumirlos como si fuesen su propia responsabilidad. De igual modo que absolutamente todos —vivamos dentro o fuera del infierno insular— nos hemos dejado traspasar la tarea de canjear el dólar por euro, cuando han sido ellos mismos quienes, apenas unos meses atrás, condicionaron nuestra supervivencia a la posesión de la “moneda del enemigo”.
“Si consigues el dólar, comerás”, es el mensaje grosero y para nada subliminal que nos lanzaron a la cara cuando crearon las tiendas en MLC y, al mismo tiempo, vaciaron los mercados en pesos cubanos como para tornar perentoria nuestra obligación de salir a “luchar el verde”, a como dé lugar.
“Si no canjeas el dólar por euros, morirás”, es ahora la demanda del día, comunicada a gritos y golpes como la orden de ese chulo que nos mangonea a su antojo, más bien el matón callejero que en su rutina de chantajes cada jornada nos arrincona un poquito más, quizás porque no teme a nuestras rebeliones (demasiado virtuales y tan poco reales) o porque no las intuye, pero también, es posible, porque sabe cómo manipular a ese mismo títere de toda la vida.
Lo cierto es que, por una razón u otra, mucha gente sí acudió al “llamado” y si no habrá sido lo que tenían guardado, al menos entregaron al banco ese poquito de “emergencia” que les hiciera apartar la incertidumbre del “por si las moscas”, o el trauma de un retorno de esos tiempos nada lejanos en que un dólar en el bolsillo era sinónimo de cárcel. Porque en este país de “continuidades” y malos sueños cualquier pesadilla puede ser recurrente. Peor aún, pudiera saltar sobre nosotros como fiera agazapada.
También están quienes lo volcaron absolutamente todo en la cuenta porque eran los dos o tres “dolaritos” que el propio gobierno los obligara a comprar en el mercado negro cuando creó las tiendas en MLC. Pienso en muchos que han quedado entre la espada y la pared. Desde la madre que después de mil sacrificios transformó en verdes los CUC de la niña que cumplirá 15 años, hasta en el anciano jubilado condenado a muerte —muerte lenta— por el caos de la “Tarea Ordenamiento”.
También, pero con enojo, pienso en esos tantos hombres y mujeres de corcho, perfectos flotadores del socialismo a la cubana, que en estos pocos meses han hecho de la compraventa de divisas en efectivo el gran súper negociazo de su vida y, quebrado el chiringuito, ahora vuelcan las esperanzas en el negocio de las “transferencias”, disparadas junto con el euro al infinito y más allá.
El grueso de lo recaudado por estos días en los bancos cubanos quizás provenga de estos “chicos listos”, y no dudo que en una trampa peor se estén metiendo ahora que las rutas de sus dineros virtuales son fáciles de trazar.
Quizás se llegue a filtrar oficial o extraoficialmente alguna cifra, total o parcial, de lo recaudado en estos diez días de zafarrancho bancario pero ninguna será confiable, teniendo en cuenta que los comunistas nunca han visto con buenos ojos al ajeno que, peligrosamente curioso, les revisa el monedero a fondo.
Según han comentado algunos trabajadores de los bancos con los que he podido conversar de manera informal, varias sucursales pequeñas de municipios periféricos de La Habana contabilizaron, cada una, poco más de 100 000 dólares tan solo en la primera jornada.
Suponiendo un comportamiento incluso inferior en el medio millar de cajas habilitadas en todo el país, y teniendo en cuenta que las filas de personas para depositar no disminuyeron ni siquiera el domingo, es posible inferir que la cantidad de efectivo recolectado por los bancos cubanos supere los 100 millones o que incluso duplique ese monto.
Como quiera que sea, mayor o menor, se tratará de una cifra considerable que el régimen, por mucho que insista en decir que no puede moverla fuera de la Isla por causa del embargo, sabemos que no la dejará atascada por mucho tiempo. No en esa bóveda “nacional” tan profunda y enigmática como cualquier pozo sin fondo. Tan aterradora como todo camino a los infiernos.
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