LA HABANA, Cuba. — En sociedades totalitarias como la cubana, donde los gobernantes mantienen un monopolio sobre los medios de difusión, hasta que la cúpula del poder no dé la señal de que algo o alguien pueda ser criticado, nadie en la órbita del oficialismo se atreve a hacerlo.
Eso pasó con los regímenes que aplicaban el “socialismo real” en Europa oriental. Antes de que ocurriera el desmerengamiento de ese bloque de naciones a finales de los años 80 de la pasada centuria, el castrismo tenía a esas sociedades como una especie de paraíso terrenal. Y en consecuencia, ese era el mismo criterio que el régimen le imponía al resto de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, las autoridades cubanas reconocen —aunque a destiempo— las fallas que exhibían esos países, y por tanto ya todos en Cuba están autorizados a hacer lo mismo.
Si tuviéramos que traer a colación un ejemplo de lo anterior, podríamos recurrir al ensayo Calibán, escrito en 1971 por Roberto Fernández Retamar. Hay que recordar que ese año, tras el fracaso de la zafra de los 10 millones, ya el castrismo se aprestaba a integrarse definitivamente a la órbita soviética. Tan así fue que tan solo un año después Cuba ingresó en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), organización que agrupaba —además de Vietnam— a la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental.
Se trata de un ensayo de indudables méritos literarios que, visto al paso de los años, resulta un texto fallido debido al camino que Retamar les aconseja tomar a los intelectuales latinoamericanos. Casi al final del texto, el entonces presidente de Casa de las Américas expresó que “el imprescindible orgullo de haber heredado lo mejor de la historia latinoamericana, de pelear al frente de una vasta familia de doscientos millones de hermanos, no puede hacernos olvidar que formamos parte de otra vanguardia aún mayor, de una vanguardia planetaria: la de los países socialistas que ya van apareciendo en todos los continentes”.
De haber escrito el ensayo ya en los años 90, no dudamos que Retamar, camaleónica y oportunistamente, hubiese opinado diferente acerca de aquellos países socialistas supeditados a Moscú.
Ahora nos acabamos de enterar de que a Silvio Leonard, el mejor velocista cubano de la historia —su récord nacional de 9,98 segundos en los 100 metros ya tiene 44 años de vigencia— no le permitieron criticar a los organizadores soviéticos de los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú en 1980.
En una entrevista aparecida en el semanario Trabajadores, Leonard cuenta de la deshonesta práctica de los soviéticos al colocarlo siempre en el carril número uno en las carreras de los 100 metros planos.
Y apunta el velocista: “Allí le hicieron trampa en todo momento a los cubanos. A mí me pusieron a correr por el carril más malo, gastado por las carreras de fondo. La pista nunca está a nivel, y no se ve bien a los rivales. Los que venían detrás me veían a mí, y Allan Wells se tiró a última hora y me ganó el oro en photofinish”.
Y concluye Leonard afirmando: “Pero no se podía hablar mal de los soviéticos. Nada más me quejé y me llamaron la atención”.
Leonard pudo ahora decir lo que le obligaron a callar antes. Pero estima que no está bien tratado por la Comisión de Atención a Atletas. Aduce que esa atención “es solo para unos cuantos”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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