LA HABANA, Cuba. ─ El blues y la música soul provienen, con fuertes añadidos africanos, de los cantos que se interpretan en las iglesias evangélicas norteamericanas desde el siglo XVIII.
Sister Rosetta Tharpe, Big Mama Thornton, Aretha Franklin, Solomon Burke y el reverendo Gary Davis, entre otros, interpretaron indistintamente, y sin mayores problemas, música religiosa y profana.
Pero, a veces, Dios y la religión, o más bien las interpretaciones que hacen algunos creyentes de ella, interfieren en la música y les crean conflictos a creadores y cantantes. Un ejemplo de ello es el caso de Al Green.
Nacido en Arkansas en 1946, Al Green se crió en Michigan. Llegó a Memphis en 1970, apadrinado por el productor y trompetista Willie Mitchell, quien le auguró que triunfaría si lograba encontrar un estilo propio y dejaba de imitar a James Brown, Jackie Wilson y Sam Cooke, que eran sus modelos desde los tiempos en que cantaba en un cuarteto con sus hermanos y luego con los grupos The Creations y The Soulmates.
Al Green, que componía sus propias canciones, no demoró en encontrar su estilo de cantar, muy expresivo y sensual, en el que pasa sin demasiado esfuerzo al falsete desde un áspero y cálido barítono.
Ya para 1972, luego del éxito que logró con Tired of being alone y Let’s stay together, Al Green se convirtió en uno de los más populares cantantes soul. Pero lo acechaba la tragedia.
En octubre de 1974, cuando se negó a casarse con su novia, Mary Woodson, esta le arrojó una olla de sémola hirviente cuando se duchaba y luego se suicidó con la pistola del cantante. Green resultó con quemaduras de tercer grado en el torso y los brazos, tuvo que atravesar una investigación policial, someterse a varias cirugías y ser atendido por un psiquiatra.
Green interpretó aquel trágico incidente como una señal de que Dios estaba disgustado con la vida que llevaba. En 1976, aunque siguió cantando, se ordenó como pastor pentecostal, pero sus feligreses no se adaptaban a un pastor que cantaba a lo James Brown.
En 1979, durante un concierto en Cincinnati, Green se cayó del escenario. Producto de las fracturas y contusiones que sufrió, tuvo que permanecer más de dos semanas hospitalizado. Cuando salió del hospital, en respuesta a lo que interpretó como una nueva señal de Dios, decidió dedicar todas sus energías a la iglesia y solo cantar gospel.
En una de sus canciones de aquella época, sentenció: “Your arms too short to box with God” (“tus brazos son demasiado cortos para boxear con Dios”). Cantando música religiosa volvió a triunfar. Entre 1981 y 1989 ganó ocho premios Grammy en la categoría gospel. Y entonces vino otra señal de Dios: la de que ya podía regresar al rhythm and blues. Al Green, sin apartarse de la iglesia, volvió a cantar soul. Y lo hizo con el mismo derroche de energía de que hacía gala a principios de los años 70, lo que lo hizo en 2008 recibir un Grammy por toda su trayectoria musical.
Otro caso muy peculiar en la relación de un cantante con Dios es el de Little Richard, uno de los intérpretes del rhythm and blues que nutrió al más temprano rock and roll.
Little Richard, junto a Elvis Presley y Chuck Berry, es uno de los monarcas del rock and roll. Los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan y Eric Burdon, entre otros, reconocieron como decisiva la influencia de Richard en su música.
Si Elvis con su meneo escandalizó a la muy puritana sociedad norteamericana de los años cincuenta, imagínense cómo fue el escándalo con los gritos guturales, los movimientos frenéticos y el peinado Pompadour –el más alto de todos– de Little Richard, que era negro y homosexual.
No obstante, Little Richard fue muy popular gracias a canciones como Lucille, Good golly, miss Molly, Long tall Sally y sobre todo, Tutti Frutti.
El éxito tremendo que alcanzó con Tutti Frutti fue una proeza para su época. La canción fue considerada obscena y llena de explícita lascivia, a pesar de los cambios en la letra impuestos por el productor Robert Bumps Blackwell, que fueron sustituidos por la famosa onomatopeya “a-wop-bop-a-loon-bop-a boom…”
¿Se imaginan en una canción de 1955 el verso : “Tutti Frutti, good booty / If it don’t fit, don’t force it / You can grease it, make it easy” (mariconcito, buen culito/ si no entra, no lo fuerces/, puedes engrasarlo para que sea más fácil”)?
Little Richard modificaría posteriormente tanta crudeza en sus sucesivas idas y venidas al rock and roll, en dependencia de sus accesos de religiosidad.
En 1957, durante una gira por Australia, se sintió tocado por el Espíritu Santo, luego que casi muere al incendiarse uno de los motores del avión en que viajaba. Después del aterrizaje forzoso, se quitó los cuatro anillos de diamantes que usaba y anunció que renunciaba al rock and roll.
Ingresó en una universidad cristiana en Alabama, estudió Teología y se hizo ministro pentecostal. En 1962 regresó a la música. Fue expulsado de su iglesia en los años setenta por su adicción a las drogas. Unos años después, cuando dejó las drogas, fue readmitido en la iglesia y declaró que el rock and roll era malo porque inducía a las drogas y a la homosexualidad.
El conservadurismo homofóbico cristiano estuvo a punto de ganarle a Little Richard, una larga batalla que se inició en Macon, Georgia, a fines de los años cuarenta, cuando era un adolescente llamado Richard Wayne Penniman que estudiaba piano y cantaba en el coro de una iglesia Adventista del Séptimo Día, antes de que su progenitor lo echara de la casa al descubrir que era homosexual.
Pero, a finales de los años ochenta, de nuevo tocado por el Espíritu Santo, el ex cantante predicador regresó al rock and roll. Explicó que venía “para hacer lo que Dios le tenía destinado, ser Little Richard”. Y lo hizo hasta su muerte, en mayo de 2020, a los 87 años.
A Little Richard y Al Green, los melómanos le agradecemos, si no que vencieran a Dios ( se sabe que eso es imposible), que lograran un conciliatorio empate con Él.
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