LA HABANA, Cuba. – A un pueblo incapaz de rebelarse solo le queda el magro consuelo de la esperanza. Así, desde que el gobernante Miguel Díaz-Canel anunciara las nuevas medidas de austeridad para la segunda quincena de septiembre, con el aliciente de un misterioso buque petrolero que llegaría precisamente el día 14, los cubanos apaciguan su inquietud con la seguridad de que esa es la fecha salvadora, la que por muy poco margen nos librará de apagones, del paro general en el transporte público y la caída de la producción nacional.
“Solo hay que ajustarse por unos días” es el mantra que repiten los menos avisados, que desafortunadamente constituyen mayoría, porque de un pueblo que hace sesenta años y generación tras generación solo vive pendiente de la comida, no se puede esperar que pondere la grave circunstancia económica, política y social en que Cuba se halla inmersa.
Quienes eran niños a principios de la década de 1990, entonces protegidos tras el escudo humano formado por sus padres y abuelos, procuran devolver algo de aquella protección. Los que nacieron después de la crisis, atraviesan hoy esta especie de iniciación que abrirá sus ojos a la historia reciente de la Isla, para que entiendan que aquel mítico Período Especial no fue cuento ni exageración.
La dura jornada de ayer fue un adelanto de las que vendrán. Los adolescentes de estos tiempos, que se rinden fácil, renunciaron a pelear por subir a un ómnibus repleto de pasajeros y se quedaron sentados en el parque, filmando con sus Smartphones la batalla campal de la clase trabajadora. Una vecina temible, de esas que defienden la Revolución por puro vicio, regresó bufando tras haber recorrido pescaderías y agromercados sin hallar siquiera un paquete de croquetas criollas.
El triunfalismo perdió toda su pompa ante la súbita corporeidad que adquirió el fantasma del hambre; y esa señora acostumbrada a salirle al paso a cualquier crítica contra el gobierno, no pudo evitar proferir una palabrota mientras balbuceaba que, si esto se pone igual que en los años noventa, ella no podrá aguantar. Ignora la vil federada que no será necesario reeditar la etapa más ardua de aquella crisis para que se produzca un descalabro social imposible de revertir a corto o mediano plazo.
En comparación con el Período Especial, la diferencia no solo radica en que hoy Cuba posee una economía más diversificada. También hay mayor cantidad de ancianos, menos fuerza laboral, cero confianza en el proceso por parte de los jóvenes, y apenas un vestigio de la tan necesaria conciencia de nación, arrasada por la excesiva ideologización de cada aspecto de la vida.
La administración Trump se apresta a aplicar nuevas sanciones, mientras sus políticas para frenar la inmigración dicen por lo claro que en esta nueva “coyuntura” no habrá concesiones a quienes piensen huir. No habrá otra crisis de los balseros. La única alternativa es joderse en Cuba, sin brújula moral ni derechos que sean respetados por quienes no pasan hambre, ni tienen que viajar apretaditos en el transporte público.
El único pensamiento reconfortante en medio de esta desventura, es que los militares también se van a joder. Deben estar echando de menos los tiempos de Obama, cuyo discurso en el Gran Teatro de La Habana fue tan mal recibido y alevosamente tergiversado por los voceros del régimen. Criticaron con saña al indulgente demócrata; ahora patalean frente a Donald Trump, que no ha concedido ni media sonrisa a los generales con guayaberas, únicos culpables de la pobreza y represión que se multiplican en cada rincón del país.
Para no encarar la verdad de las cosas, algunos cubanos procuran convencerse de que la contracción se solucionará en el mes de octubre, que está ahí mismito. El apoyo infame de la Unión Europea añade un extra de optimismo a los despistados que oyendo hablar de millones de euros en proyectos de colaboración, con lastimosa candidez creen que una brisa de esos millones soplará a través de sus solares apuntalados, dejando gratas sorpresas en sus calderos vacíos y limpiando por arte de magia el descomunal basurero de la esquina.
Tal como anuncia un ácido meme que por estos días circula en las redes sociales: aquí están los premios para quienes votaron “Sí” en el referendo constitucional de febrero pasado. Lo cierto es que merecen cada empujón, chorro de sudor ajeno y knock out por peste a grajo que les deparen los ómnibus metropolitanos, si es que logran abordarlos.
Los que votamos “No”, o nos abstuvimos de ir a las urnas, al menos no sentiremos que estamos apretando el nudo corredizo con nuestras propias manos. Sufriremos igual, pero con la certeza de estar haciendo toda la resistencia posible ante esta espiral de miseria material y humana, salpimentada con mugre ideológica, que no tiene nada de coyuntural.
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