LA HABANA, Cuba.- Se confirma que la “continuidad” de Miguel Díaz-Canel no produce nada más que “continua salación”. El nivel de calamidades sigue en aumento. Cuando algunos pensaron que ningún otro desastre podía superar la explosión del Hotel Saratoga y el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas —por solo hablar de los infortunios más recientes—, en menos de un mes llegan la devastación del huracán y el colapso del sistema eléctrico nacional a demostrarnos, una vez más, que esta serie apocalíptica aún no llega a su capítulo final.
El que no se haya convencido de que “la cosa” seguirá escalando a peor y que, quizás después de una “tregua” de pocas semanas amaneceremos con otras muy malas noticias, es porque sin dudas se durmió al principio o a mitad de esta película de terror que, lamento contarles, no comenzó precisamente con la caída de un avión de pasajeros, con el paso de un tornado o el saqueo de las cuentas de ahorro en esa operación de asalto a mano armada que protagonizó un actor de reparto nombrado Marino Murillo.
Los que se han mantenido atentos a este espectáculo en todas sus temporadas saben que, aunque los protagonistas (y los antagonistas también) intentan demostrar todo el tiempo que son inocentes o víctimas, ha habido más malas intenciones que casualidades y equívocos en la trama, como también “loables” escenas de humor ante las cuales ya uno no sabe si reír o llorar.
Escenas, por ejemplo, donde los héroes y bravucones huyen cuando confunden el batir de alas de una mariposa con una amenazante tormenta. Timoratos que, en taller de alta costura, supieron coser sus bocas cuando vivieron en Cuba pero que, una vez se sintieron a salvo en Miami, llaman “carneros” a los que quedamos aquí, igual con la bemba sellada, quizás un poco más descosida y suelta que antes, pero con el mérito de estar en la caliente, intentando lanzar nuestros primeros balbuceos en contra, pero aquí y ahora, que es donde hace falta el valor.
Pero una de mis escenas favoritas es cuando aquel mismo Marino Murillo, habiendo destruido la economía con sus “ocurrencias” de asaltante chapucero es enviado como “castigo” a dirigir una próspera empresa tabacalera que, a partir de su llegada como nuevo jefe, solo ha sabido de almacenes incendiados, reducción de la producción a la mitad y ya, finalmente, del probable hundimiento total del negocio tras el paso del ciclón. Ni Buster Keaton ni Mr. Bean logran superarlo, pero tampoco el agente 007.
De no ser porque la serie transcurre en el presente y no en la Edad Media, todos estaríamos a la espera de ese minuto cuando brujos, malhechores y gente de mal agüero son quemados en la hoguera o apedreados en medio de la plaza pública.
Pero, tristemente, parece que no sucederá tan así como muchos a veces fantaseamos para nuestro consuelo en las horas de mayor angustia. Aunque, como en toda obra con elementos de mafia, thriller psicológico y catastrofismo hemos visto morir, en un mismo capítulo, a más de un soldado, a más de un viejo general e incluso, de manera inesperada —casi como error del guionista— al mismísimo consigliere del anciano Don.
De verdad quisiera que todo cuanto ha sucedido en estos años de dictadura, desde la presentación hasta los créditos, hubiese sido pura ficción. Ojalá que tanto sufrimiento no haya sido y continúe siendo nuestro día a día, pero desafortunadamente es así, más cuando sin consultarnos, hemos terminado entre los aliados más incondicionales de una Rusia a punto de conducir al mundo a una guerra nuclear.
De seguir de brazos cruzados, como espectadores pasivos o dando por concluidos nuestros reclamos y protestas cuando nos devuelvan —solo por unos días— el agua y la luz, muy pronto la calamidad siguiente, la que está aún por ocurrir, será nuestra literal extinción, nuestra llegada al punto de no retorno.
Porque si bien es cierto que hoy un desastre natural ha sido la causa de buena parte de este caos, también lo es nuestro perpetuo desamparo, el constante abandono, los empecinamientos de un régimen del cual somos víctimas conscientes, sí, pero también por culpa de nuestras hipocresías, nuestros egoísmos, nuestras ingenuidades, nuestras cobardías y nuestras complicidades.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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